EN EL DISTRITO DE SALAMANCA

Reabre Pérgamo, la librería más antigua de Madrid: vuelven a volar las mariposas amarillas

Un mecenas "gallego-mexicano" retoma el negocio que que fue abierto en 1945 por un represaliado franquista y había cerrado sus puertas en enero

"Queremos contagiar literatura", explica el escritor mexicano Jorge F. Hernández, encargado de llevar la librería en esta nueva etapa

El escritor Jorge Fabricio Hernández con su socio Pablo Cerezo, en la librería Pérgamo Madrid.

El escritor Jorge Fabricio Hernández con su socio Pablo Cerezo, en la librería Pérgamo Madrid. / ALBA VIGARAY

Roberto Bécares

Roberto Bécares

 Dicen en la España rural que un pueblo muere del todo cuando cierra su iglesia, y ya no va hasta allí el cura desde el quinto pino a dar misa de domingo. Algo similar ocurre en los barrios cuando una librería echa el candado para no volver a abrirlo. Fue el día de Reyes de este año cuando Pérgamo, la librería más antigua de Madrid, abierta en 1945 en la frontera norte del distrito de Salamanca por Raúl Serrano, un catedrático republicano represaliado por el franquismo, se despedía para siempre de sus clientes. Un para siempre que, afortunadamente, se convirtió en “hasta septiembre”.

Un mecenas “gallego-mexicano”, que compraba allí sus libros de niño, hizo una oferta a las actuales propietarias, Ana y Lourdes, que pasaron las navidades esperando el milagro de que alguien retomara el negocio porque ellas ya no conseguían hacerlo rentable. El milagro llegó y el empresario les alquiló el local, en un esquinazo de la calle General Oráa. El mecenas quiere mantenerse en el anonimato, pero debe de saber de negocios porque ha puesto al frente al escritor Jorge F. Hernández, ex agregado cultural de la embajada de México que bien podría ser un familiar de los Buendía del Gabo.

Si Jorge, de unos 60 años, está en la sala, revolotean por las estanterías de madera de cerezo las mariposas amarillas. Porque el espacio se convierte en Macondo. Y todo puede pasar. “Pues como venías me he traído chaqueta...y me he duchado”, se ufana al presentarle a la fotógrafa nada más entrar este mexicano de ojos pillos y escrutadores. Tiene Jorge unas gafas bequerianas, de intelectual, bajo las que despunta un bigote de western del que le hormiguea una barba de uno o dos días.

Si está la cocina de autor, con él bien podría acuñarse el término librería de autor. Porque su presencia todo lo inunda. Para los clientes siempre tiene una anécdota, una broma, un apunte que hace pensar o un inicio de uno de los clásicos de la literatura aprendido de memoria o un artículo que le gustó mucho. “Es que es un milagro venderle a alguien su primer libro de Borges, de César Vallejo… es como cuando alguien viene a México y le llevamos a probar los tacos al pastor. A alguien que nunca los ha probado”, aprecia con los ojos muy abiertos. “Eso es maravilloso, contagiar literatura”.

Libros en la libreria Pérgamo, en Madrid.

Libros en la libreria Pérgamo, en Madrid. / ALBA VIGARAY

Está Pérgamo cambiada, pero muy sutilmente. Los dos enormes mostradores del salón principal tiene ahora ruedines para poder moverlos y ganar espacio. “La idea es hacer aquí presentaciones de libros, talleres de escritura, eventos de todo tipo”, suelta Pablo Cerezo, un sociólogo de 25 años de verbo ágil, al que Jorge parece haber adoptado como su aprendiz. Es su socio en esta aventura. Su Robin. “Le conocí en una conferencia que di en la Universidad. Fue el único que me hizo una pregunta al acabar, y nos quedamos charlando un buen rato”, recuerda este librero que nunca pensó que iba a acabar siéndolo.

“Hace 60 kilos era una joven promesa del toreo y acabé siendo un pobre pendejo”, asegura el escritor mientras le da lentas caladas a un Camel frente al escaparate, en el que se mezclan éxitos recientes con grandes clásicos. Del ‘Cauterio’ de Lucía Lijtmaer al ‘Cien años de Soledad’ de Gabriel García Márquez. De ‘La familia’ de Sara Mesa a ‘Cuánta tierra necesita un hombre’ de León Tolstói. Y así.

“La idea es que el que venga aquí pueda hacerse una buena librería de fondo en casa. Hay de todo. En las estanterías los estamos ordenando por géneros: narrativa, biografías, diarios, cartas, ensayo y poesía. También queremos recomendar los libros que les gusten a nuestros clientes. La idea es preservar la herencia, generar comunidad”, apunta Pablo, que desembala cajas y atiende. Y del revés. “Queremos que sea un espacio de encuentro”, añade el escritor.

La rentrée por ahora no ha podido ser mejor. “El feedback en el barrio ha sido buenísimo, la gente está muy contenta de que hayamos reabierto, y muchos entran dudando y preguntando si la hemos mantenido igual”, explica el sociólogo, al que se ve entusiasmado con su trabajo en Pérgamo, donde ahora los clientes podrán entrar a lo que era anteriormente la oficina, que ya están poblando de títulos de literatura infantil y juvenil. “Queremos aprovechar el espacio al máximo”, explican.

El escritor Jorge Fabricio Hernández en la entrada de la librería. 

El escritor Jorge Fabricio Hernández en la entrada de la librería.  / ALBA VIGARAY

A Jorge le sorprende que unos de sus clientes más fieles en estos apenas diez días que llevan abiertos sean los “abuelos” del barrio, que no se manejan con Internet, “y los libros que piden online se los pedimos nosotros”.

- Jeff Bezos es mi cliente-, presume Jorge

- ¿Será del revés?

- No, no, él es cliente mío-, replica con la mirada pícara.

Desde antes de empezar en esta segunda vida Pérgamo ya ha nacido con predicamento, ya que será la sede donde se recojan las obras candidatas al Premio bienal de Novela de Mario Vargas Llosa. “Recibiremos unas 5.000”, explica Jorge, que también planea, como hacía Javier Marías, de llenar la tienda de soldaditos de plomo y que planea que las estanterías sean habitadas por entre 15 y 18.000 títulos.

Y entre que posa para las fotos, sigue atendiendo clientes. “Fíjese”, le dice apesadumbrado a uno de ellos que acaba de comprar un libro de Javier Marías, “que el otro día, un día antes de morir, vino un cliente a por una edición especial de ‘Corazón tan blanco’, y yo le dije ‘apúrese que pronto le dan el Nobel’...fue el último libro que vendimos esa tarde”. Al rato bromea con la fotógrafa que si tiene que ponerse así o asá, y tras las fotos, se levanta y dirigiéndose a la puerta, suelta: “Voy al chino a comprar una coca-cola, ¿quieren algo?”.