RUGBY

El otro rugby: Los nietos de Mandela, de Pretoria a Entrevías

La visita del prestigioso St. Alban College sudafricano pone el broche de oro en Entrevías a la temporada del Vallecas Rugby Unión

El club vallecano cuenta con más de 70 fichas en el femenino y se ha convertido en una referencia del barrio

El masculino estrenaba por primera vez en su historia dos equipos en seniors y ha logrado el ascenso a 2ª y su primer título

Entreno compartido entre St. Alban y Vallecas Rugby

Entreno compartido entre St. Alban y Vallecas Rugby / VRU

Fermín de la Calle

Fermín de la Calle

Hay una sensación inigualable cuando formas parte de un equipo modesto en cualquier deporte. Mucho más si es rugby, donde el desafío físico manda hasta el sometimiento al contrario. Es ese momento en el que los equipos con más solera, esos que llevan décadas practicando este deporte y tienen las vitrinas llenas de trofeos, aparcan la condescendencia con la que tratan al equipo pequeño y tuercen el gesto porque se han convertido en una rival incómodo. Ese instante en que su melé ya no “le pone ruedas” a la otra o su camiseta deja de intimidar a los novatos rivales. Entonces aquel ejército de Pancho Villa estrafalario se ha transformado en un bloque rocoso que ha aprendido a no rendirse ni bajar los brazos.

Melé en un partido de rugby entre Vallecas y San Isidro

Melé en un partido de rugby entre Vallecas y San Isidro / San Isidro Rugby

El barrio necesita rugby y el rugby necesita barrio

Cuando “esos chavales” dejan de ser un rival “simpático” es síntoma de que algo están haciendo bien. Un estatus que se gana en los partidos, pero se consigue en los entrenamientos elevando la exigencia. Cuando te vas jodido a casa porque no has tenido un buen día en la touch, cuando te calientas porque te han pescado dos rucks, o cuando te enfadas porque la pelota se te cae en la línea y echas por tierra el trabajo de la delantera. Eso es lo que te hace crecer y lo que comienza a crear vínculos invisibles entre gente que hasta entonces no compartía nada contigo. Gente de diferente raza, clase social, fe y orientación sexual que se reúne tres veces a la semana en el sur de Madrid, en una de las zonas más castigadas, Entrevías, para convertir la lucha del barrio de Vallecas en inspiración. Nunca hubo lema más cierto que “el rugby necesita barrio y el barrio necesita rugby”. Así, un grupo de irlandeses, brasileños, ucranianos, uruguayos, ingleses, bolivianos, italianos, colombianos, portugueses, rusos, peruanos, franceses, ecuatorianos, estadounidenses... y un puñado de españoles va forjando una familia que crece dentro, y sobre todo, fuera del campo. Hasta hay uno del mismísimo pueblo de Rugby, donde nació nuestro deporte.

Un grupo que ha crecido rápido porque muchos nunca habían jugado al rugby y su margen de mejora era infinito. Lejos quedan los 60 puntos que se comieron en el primer partido. Antes de a ganar partidos, aprendieron a no salir derrotados del campo. Como aquella tarde que llovía a mares ante la delantera de Arquitectura, con un puñado de ex de División de Honor y hasta algún antiguo internacional con los Leones, a los que mantuvieron durante media hora a cero en un duelo áspero en el que los veteranos buscaban las cosquillas a los novatos. Pequeños triunfos que te acercan a una primera victoria que llega sin darte cuenta. Y el peor rival, el más exigente, eran los propios compañeros porque en Vallecas no hay equipo A y B, todos juegan en todos lados. Cada fin de semana se conforman dos convocatorias y si jugar en el Negro es un orgullo, hacerlo en el Rojo es una suerte.

Llega el invierno y nadie se arruga. Da igual el frío o las tormentas. Los entrenadores siguen apretando las tuercas y los broncos se hacen más duros con la camiseta empapada por el aguacero. Pero nadie se raja y los partidillos cada vez son más competidos. Comienza a ser divertido también lo que pasa dentro del campo, no solo en los terceros tiempos. Y si nosotros pasamos de 60, ellas lo hacen de 70. No hay nada más estimulante que ver cómo el femenino de Vallecas no deja de crecer. Jugadoras criadas en el club, otras llegadas de otros equipos, madres de jugadoras que se suman, chicas que nunca habían tocado un balón oval... Más de cien personas se reúnen cada martes y jueves, al caer la noche, en el campo de Arbolitos para aparcar sus vidas durante dos horas y ejercitar su afán de superación en un deporte minoritario, residual no hace tanto, al que no se le presta atención en España.

Y antes de que te des cuenta ha llegado la primavera. Los objetivos se han ido superando y el grupo ya es equipo. El Negro pelea por meterse en la plazas de ascenso cuando estaba diseñado para lograr la permanencia. El Rojo no solo compite en los partidos, incluso los gana. Además, cada jueves más de un centenar de niños y niñas descubren en los colegios de Entrevías el rugby gracias al trabajo anónimo de gente generosa que devuelve al rugby parte de lo que recibe de él mientras construye club y barrio. La temporada acaba con el cuerpo maltrecho y el espíritu reconfortado por los buenos ratos. Por el trabajo bien hecho, más allá de unos resultados que llevan al Negro a ser campeón y ascender a 2ª mientras el Rojo ha sumado más de media docena de triunfos en su temporada de estreno. Y el colofón será una 'gira' por Huelva, modesta, pero merecida.

Intercambio de camisetas entre St. Alba de Pretoria y Vallecas Rugby Unión

Intercambio de camisetas entre St. Alba de Pretoria y Vallecas Rugby Unión / VRU

De Pretoria a Entrevías

Sin embargo, antes de eso el último entrenamiento de la temporada cierra el círculo con algo que explica la universalidad del rugby. Algo que lleva a un grupo de medio centenar estudiantes sudafricanos de gira por Europa a torcer a la izquierda en la M-30 y adentrarse en el barrio de Entrevías para compartir entreno con gente que poco tiene que ver con ese instinto innato que tienen para jugar a un deporte que Nelson Mandela convirtió en la herramienta más útil para luchar contra la segregación racial en su país. “El rugby evitó una guerra civil en Sudáfrica”, me advirtieron dos buenos amigos como Michael Robinson y John Carlin un día con una cerveza por medio.

Los chicos del St. Alban de Pretoria estiraron las piernas y echaron unas carreras compartiendo campo y balón con el Vallecas Rugby Unión. Un College con renombre y larga tradición rugbera en el que terminó de formarse, entre otros, el vigente campeón del mundo Bongi Mbonambi. Este jueves el rugby reunió en un campo recóndito a estos estudiantes de planta imponente con un grupo variopinto de jugadores que se han ganado esa condición pese a haber llegado al rugby tarde, aunque en realidad no hay edad mala para llegar a este deporte, del que luego nunca te marchas. Y menos aún si además de rugby haces barrio.

Posdata: Léase indistintamente en género masculino o femenino porque es tan válido para ellos como para ellas. Y no solo es extrapolable a Vallecas… Y sirva también de agradecimiento a rivales y a los árbitros con los que nos hemos cruzado durante toda la temporada.