Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Daniel Noboa, comer y asaltar embajadas

El presidente de Ecuador no sabe gran cosa de inmunidades diplomáticas, y si lo sabe, hace como que no lo sabe

Daniel Noboa

Daniel Noboa / EPE

Lejos quedan los tiempos en que una embajada era un lugar sagrado e inviolable. Ya no lo son ni siquiera las iglesias, donde si uno se descuida le roban la cartera mientras se halla de rodillas alabando al Señor. En una embajada, igual le cae a uno un misil disparado por Israel, que entran las fuerzas de seguridad ecuatorianas para llevárselo, como le sucedió al exvicepresidente de Ecuador, Jorge Glas en la delegación mexicana en Quito. No contaba Glas con que Daniel Noboa no sabe gran cosa de inmunidades diplomáticas, y si lo sabe, hace como que no lo sabe. La cosa no gustó mucho en México, país que rompió relaciones diplomáticas con Ecuador y donde Noboa ya ha sido denunciado ante la Fiscalía General. Ha estado de suerte: por incidentes como ese, antaño se declaraban guerras. Por fortuna, tal como está el mundo -Ucrania, Gaza...- nadie hubiera prestado atención a un conflicto en una región tan remota, así que mejor dejarlo para otra ocasión y limitarnos a una denuncia que, de todas formas, no llevará a ningún lado.

La respuesta de Noboa fue invitar a su homólogo mexicano, López Obrador, «a comer ceviche o tacos y conversar». Nótese que Daniel Noboa se permite asaltar una embajada, pero a cambio le da la oportunidad al representante del país ultrajado de elegir el menú. La historia universal no estaría tan repleta de guerras y masacres si sus protagonistas hubieran poseído el savoir faire del actual presidente ecuatoriano. Muchas vidas nos habríamos ahorrado si, por ejemplo, tras intentar el asalto a la embajada norteamericana en Saigón en 1968, Ho Chi Minh hubiera invitado a Nixon a comer arroz con pescado o rollitos de primavera, hasta Kissinger se habría apuntado al festín y pelillos a la mar. Si, tras invadir Polonia, Hitler hubiera invitado a los líderes de aquel país -o lo que quedaba de ellos- junto a los de Francia e Inglaterra, a comer unas buenas salchichas bávaras, habríamos evitado unos cuantos millones de muertos.

-Quédese con Polonia, Adolf, quédese. Pero sírvanos un poco más de cerveza para acompañar tanto fiambre, dicho sea sin segundas.

Daniel Noboa y su diplomacia gastronómica han aparecido demasiado tarde en nuestras vidas.

Noboa nació en Miami y su padre es considerado la persona más rica de Ecuador, así que -un papá siempre está dispuesto a echar una mano al niño- a los 18 años ya pudo fundar su propia empresa, dedicada a la organización de eventos. A la edad en la que los jóvenes acuden a eventos, él los organizaba, por tanto no es de extrañar que cuando aquellos jóvenes, ya de adultos, creen que las embajadas son parte inviolable de las naciones, él las asalte. Noboa va siempre un paso por delante. La Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas le suena a cosa de otros tiempos, lo único que conoce de Viena son los panecillos, la tarta Sacher -siempre la gastronomía presente- y el concierto de Año Nuevo. Que se anden con cuidado en la Ópera de la capital austríaca si un día quiere acudir al evento y no hay entradas: capaz es de mandar a la policía especial a asaltar el edificio para poder sentarse tranquilamente en un palco, menudo es Noboa si se le mete en la cabeza dar palmas al compás de la Marcha Radetzky. Ya les invitará después a un escalope vienés para disculparse.

Un tipo que se cría en Miami no se anda con chiquitas, así que en Ecuador cualquier embajada extranjera ha pasado a tener el mismo estatus que una favela de Río, puede entrar la policía y llevarse lo que le plazca, que para eso es la policía. No ha de demorarse mucho la promulgación de una nueva ley que termine con esa otra molestia de las valijas diplomáticas, a partir de la cual a los embajadores no sólo se les revisará todo el equipaje minuciosamente, sino que se les desnudará para inspeccionar a fondo todos los orificios de su cuerpo susceptibles de ocultar lo que sea. Por supuesto, una vez explorado, el embajador va a ser agasajado con un llapingacho, plato típico del país que tan cariñosamente acaba de acogerle. Aun con esos bonitos detalles, no va a ser precisamente Ecuador el primer lugar del mundo solicitado por los miembros de la carrera diplomática, pero todo sea por el bien de la seguridad ciudadana, o por la peculiar idea que Noboa tiene de ella.

Por eso, por el bien de la seguridad, a partir de ahora las fuerzas armadas de Ecuador podrán llevar a cabo operaciones conjuntamente con la policía sin necesidad de decretar el estado de excepción. En un reciente referéndum, los ciudadanos han aceptado que así sea, desconozco si porque se sienten actualmente muy desamparados o porque tienen la esperanza de que, si el ejército y la policía entran en su hogar por error, al día siguiente recibirán un churrasco con papas, cortesía del presidente Noboa.