HISTORIA

La Guerra Fría en una piscina: cuando Hungría y la URSS bañaron de sangre un partido de waterpolo

El partido de semifinales en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956 trasladó el conflicto político al agua, convirtiendo al húngaro Ervin Zador en un icono de la lucha contra el comunismo soviético

Ervin Zador, saliendo de la piscina sangrando, en Melbourne 1956.

Ervin Zador, saliendo de la piscina sangrando, en Melbourne 1956. / EPI

El otoño de 1956 se presentaba caliente en Hungría. Su capital, Budapest, se había convertido en el epicentro de las protestas contra las políticas impuestas desde la extinta URSS. La muerte de Stalin tres años antes había hecho concebir a los húngaros vanas esperanzas de liberarse del yugo soviético. La chispa que encendió la mecha se produjo a raíz de una revuelta estudiantil.

Una marcha multitudinaria hacia el Parlamento acabó como el rosario de la aurora cuando un grupo de estudiantes trató de entrar en el edificio de la radio estatal para dar voz a sus reivindicaciones. El amplio apoyo popular sirvió para derrocar al comunista húngaro András Hegedüs, si bien la respuesta de la URSS no se hizo esperar. El 4 de noviembre tomaron por las armas la capital húngara y otras ciudades, y una semana más tarde ya volvían a controlar todo el país.

5.000 muertos

La represión fue brutal. Casi 5.000 muertos, otras 200.000 personas huidas y varios miles de húngaros arrestados. Solo así se puede entender lo que ocurrió el 6 de diciembre de 1956 en la piscina olímpica de Melbourne durante una semifinal de waterpolo de los Juegos Olímpicos. Nada más saltar al agua, ya se percibió en los equipos de Hungría y la URSS que los valores de fraternidad que proclamó el Barón de Coubertin en su carta olímpica iban a brillar por su ausencia.

La violencia con la que se emplearon fue tal, que el partido quedó suspendido durante algo más de un minuto. “Sangre en el agua” fue el titular de algunos periódicos de la época. La imagen del magiar Ervin Zador sangrando del ojo después de recibir un fuerte golpe del ruso Valentin Prokopov es ya parte de la historia del deporte olímpico.

Ervin Zador

¿Y quién era Ervin Zador? Pues un estudiante de 21 años a quien no se le daba nada mal el waterpolo. La revuelta estudiantil, que apoyaba sin ambages, le sorprendió cuando estaba concentrado junto a sus compañeros de selección en un campamento situado en las montañas a las afueras de la capital pocas semanas antes de acudir a Melbourne. Desde allí fue testigo de excepción de lo que estaba ocurriendo en su país.

Pudo escuchar los disparos y ver las columnas de humo que se formaban debido a los duros combates en las calles. El alejamiento de la zona de conflicto fue la excusa perfecta que los técnicos arguyeron para abandonar Hungría en autobús de forma precipitada con el fin de que el grupo solo estuviera concentrado en el waterpolo.

Checoslovaquia se convirtió en su nuevo refugio, pero allí tampoco tenían contacto con el mundo exterior. Era otro país sometido a la dictadura comunista y toda la expedición estaba vigilada permanentemente. Eso, como es lógico, intranquilizaba tanto a Ervin Zador como al resto de sus compañeros porque seguían sin tener noticias de sus familiares y amigos.

Hasta llegar a Melbourne no fueron conscientes de la gravedad de la situación. El único angloparlante del grupo les leyó algunos titulares de prensa pocos segundos después de aterrizar en el aeropuerto de Essendon donde una multitud de compatriotas les dieron la bienvenida y les pedían que no regresaran a Hungría. Darse de bruces con la realidad no les desanimó. Al contrario, las malas noticias sirvieron de acicate para aumentar su afán de superación. Todo un país estaba pendiente de ellos. Y es que, en Hungría, el waterpolo es después del fútbol el deporte más popular debido a que ha logrado nueve oros olímpicos.

La revuelta de noviembre de 1956

No había pasado ni un mes desde aquel 10 de noviembre de 1956 en el que los soviéticos dieron por sofocada la revuelta mediante el uso de la fuerza bruta, cuando los húngaros disponían de una oportunidad de oro para que el mundo entero simpatizara con su causa. El estado de agitación era evidente. Las provocaciones soviéticas no cesaban. De hecho, los oficiales de la delegación colgaron en la villa olímpica la bandera de Hungría con la hoz y el martillo. El propio jefe de la delegación magiar fue el encargado de retirarla e izar otra con el escudo de armas húngaro. Esa misma bandera fue la que utilizaron para desfilar durante la ceremonia de apertura y que fue saludada con vítores y aplausos por parte del público húngaro allí presente.

La tensión llegó a las gradas durante el Hungría-URSS de waterpolo de Melbourne 1956.

La tensión llegó a las gradas durante el Hungría-URSS de waterpolo de Melbourne 1956. / EPI

Hungría había ganado antes de llegar a Melbourne tres oros olímpicos en waterpolo. Era el máximo favorito para reeditar su éxito obtenido cuatro años antes en Helsinki, así que los ojos de mucha gente iban a estar pendientes de Ervin Zador y de sus compañeros. Los magiares superaron con cierta facilidad a sus cuatro primeros oponentes y se plantaron en semifinales con la moral intacta.

El morbo de aplastar a los soviéticos sabiendo que lo que estaba en juego era mucho más que llegar de nuevo a una final olímpica les hacía más fuertes. Se trataba de una cuestión de orgullo. De plantar cara a un rival cuyos mandatarios habían pisoteado las ansias de libertad de un pueblo que nunca quiso hincar la rodilla. “Sentíamos que estábamos jugando no solo por nosotros, sino por todos los húngaros”, confesó Zador años después.

Un ambiente tremendo en la piscina

El ambiente en la piscina estaba muy caldeado. Los 5.500 espectadores se pusieron de parte del público húngaro que asistió al encuentro. Al unísono comenzaron a abuchear a los soviéticos mientras que los compatriotas de Ervin Zador les animaban al grito de "¡Hajra Magyarok!" (vamos húngaros) y ondeaban la bandera de la libertad adoptada por los estudiantes de Budapest al comienzo de la revuelta.

Los capitanes de ambos equipos no se saludaron antes de pitido inicial como es preceptivo. Pronto se vio que no era un partido de waterpolo más. No había transcurrido ni un minuto de juego cuando el árbitro expulsó a un nadador soviético por agredir a un rival. Había dado comienzo el encuentro más violento que se recuerda en la historia del waterpolo.

El primer tanto cayó del lado magiar. Le siguieron otros tres, dos de ellos de Ervin Zador, y los húngaros empezaron a mofarse del rival. “Sucios bastardos. Vengan y bombardeen nuestro país”, fue una de las frases que, según el deportista magiar, se escuchó en la piscina olímpica. Los soviéticos tampoco se quedaron mudos. Tildaban de “traidores” a sus oponentes y repartían mamporros a diestro y siniestro.

Con este ambiente se llegó al último minuto del partido. En ese preciso instante, el árbitro hizo sonar su silbato. Eso sirvió para que la estrella húngara se despistara unas milésimas de segundo del marcaje de su rival. De repente, el soviético Valentin Prokopov le soltó un guantazo que le abrió la ceja. El fuerte impacto provocó que derramara mucha sangre, lo que alarmó a sus compatriotas.

El público vio cómo habían sacudido a su ídolo sin miramientos, y enseguida se arremolinó en torno al agresor. En realidad, la herida era más aparatosa que grave. Resultado: ocho puntos de sutura y el ojo hinchado. El árbitro, ante la gravedad de la situación, decidió dar por concluido el partido cuatro minutos después y los soviéticos tuvieron que ser escoltados hasta llegar a los vestuarios.

Algunas imágenes de aquella gresca y los testimonios de algunos jugadores están recogidos en el documental 'Freedom's Fury' dirigido por Quentin Tarantino y Lucy Liu. Como curiosidad, el narrador del documental fue el mítico nadador estadounidense Mark Spitz, ganador de nueve oros olímpicos y a quien había entrenado cuando era un adolescente.

La fotografía de Ervin Zador saliendo del agua con la cara ensangrentada ha sido reproducida en infinidad de ocasiones a lo largo de estos casi 70 últimos años. Fue un ejemplo palpable de que la tensión política que se estableció durante décadas entre los países del bloque del Oeste y los de Este había llegado también al deporte.

El caso es que el golpe en el ojo le privó de jugar la final. Se tuvo que conformar con ser un hincha más del combinado húngaro vestido de civil. Nada de chándal. “Me senté en el graderío con mis compatriotas y fue la hora más difícil de mi vida”, comentó hace unos años a la BBC. Sus compañeros lograron doblegar 2-1 a la Yugoslavia del también comunista Josip Broz, Tito, y el país entero estalló de alegría.

La decisión de no regresar

Durante la entrega de melladas el waterpolista magiar soltó alguna que otra lágrima. “Estaba llorando por Hungría”, explicó. Y no solo por eso. Ya había tomado la decisión de no regresar a su país. Lo mismo que hicieron otros cien compatriotas por miedo a las represalias de los soviéticos. Seguían el camino del exilio abierto seis años antes por el exbarcelonista Ladislao Kubala. Con solo 21 años ya se hablaba de Ervin Zador como uno de los mejores jugadores del mundo, así que renunciar debió ser algo muy duro.

Sin embargo, nunca se arrepintió. “La libertad es como respirar”, le comentó a un periodista de 'The Independent' al cumplirse medio siglo del desagradable incidente. El 20 de diciembre de ese mismo año olímpico otro mítico futbolista húngaro, Ferenc Puskas, también renunció regresar a casa después de que su equipo, el Honved de Budapest, fuera eliminado de la Copa de Europa por el Athletic.

Tras los Juegos Olímpicos, Ervin Zador se trasladó a los Estados Unidos y se instaló en el norte de California donde se convirtió en empresario y entrenador de natación. Antes de su muerte en 2012 reconoció ante las cámaras de la BBC que lamentaba “profundamente” haber sido el protagonista de aquella foto que dio la vuelta al mundo. “Me hubiera gustado ser recordado como uno de los mejores jugadores jóvenes del mundo, en lugar del tipo golpeado por un ruso”.

Ni siquiera al llegar a la vejez pudo entender por qué el deporte tenía que mezclarse con la política. Cuando vio por televisión a unos activistas que interrumpieron el paso de la antorcha olímpica para protestar con la represión de China en el Tíbet fue como revivir su pesadilla de Melbourne. "¡Ojalá los deportes pudieran permanecer al margen de la política, pero eso es solo un sueño. Nunca sucederá", comentó resignado.