HISTORIA

El partido de rugby en el que llovieron bombas de harina contra el 'apartheid'

En 1981, la selección de Sudáfrica disputó un partido en Nueva Zelanda que desembocó en graves disturbios por motivos políticos

Aficionados de la selección de rugby de Sudáfrica antes de un partido.

Aficionados de la selección de rugby de Sudáfrica antes de un partido. / Reuters

A Marx Jones, un simpatizante del Partido Comunista, no se le ocurrió otra cosa hace ya más de cuarenta años que lanzar bombas de harina durante un partido de rugby desde su avioneta para protestar contra el apartheid. La ocasión se le presentaba pintiparada. Los Springboks sudafricanos estaban de gira por Nueva Zelanda y el 12 de septiembre de 1981 se medían a los All Blacks en el estadio Eden Park de Auckland.

Este tipo de acciones simbólicas, a veces, tiene consecuencias y no siempre negativas como lo demuestra el hecho de que a partir de aquella fecha el aislamiento de Sudáfrica en el panorama mundial del rugby fue casi total. No volvieron a salir de gira hasta 1992. Sólo visitaron el país durante esos años Inglaterra, en 1984, y alguna que otra selección en giras eufemísticamente calificadas de “no oficiales”. Este sábado, los dos colosos del rugby vuelven a verse las caras y de nuevo en Auckland.

El contexto del partido

Por contextualizar el partido, aquel día Nelson Mandela ya llevaba casi veinte años en prisión. El mundo aun recordaba al activista Steve Biko asesinado cuatro años antes gracias, sobre todo, a la canción compuesta por Peter Gabriel, y nadie se podía olvidar de los disturbios protagonizados por los estudiantes de Soweto que se negaban a estudiar en afrikáans (el idioma de la minoría blanca) y que se saldaron con 176 muertos. También estaba presente en el hecho de que Sudáfrica hubiera vetado la presencia de jugadores maoríes en su país años antes para jugar un simple partido de rugby. Fue entonces cuando 150.000 neozelandeses firmaron el manifiesto “No Maoris, No Your”.

Contra viento y marea, los sudafricanos llegaron a Nueva Zelanda el 19 de julio de 1981. Su primer ministro Robert Muldoon se lavó las manos en lo que respecta a la gira con el manido argumento de que la política no debe interferir en el deporte. Ni la presión internacional, ni la de grupos anti-apartheid como Halt All Racist Tours (HART) impidió que la todopoderosa New Zeland Rugby Union (NZRU) diera el visto bueno a la gira de los Springboks. El rechazo llegó incluso a Australia donde el primer ministro, Malcolm Fraser, prohibió que repostara en su país el avión que traía a la expedición sudafricana.

La gira de Sudáfrica

En 56 días iban a disputar 16 partidos, la mayoría frente a equipos locales, solo tres contra los All Blacks, y otro contra un combinado maorí que terminó en tablas (12-12). Eso provocó que durante ese tiempo alrededor de 150.000 personas participaran en 200 manifestaciones contra el apartheid en 28 lugares distintos de las dos islas. El estreno para los sudafricanos fue bueno.

Todo cambió el 25 de julio cuando el público congregado en el estadio de Hamilton rompió las vallas de protección e invadió el terreno de juego. Y eso que, en principio, las protestas se iban a limitar a acciones de desobediencia civil no violentas. El partido contra Waikato, sin embargo, quedó suspendido, lo mismo que otro que tenía previsto celebrarse el 10 de agosto en Timaru, por idénticos motivos.

La sociedad neozelandesa estaba divida entre los partidarios y los opositores a la gira. Incluso, dentro de los All Blacks las posturas parecían irreconciliables. Su capitán, Graham Mourie, rehusó participar en ninguno de los tres encuentros. “Tienes que ser capaz de mirarte a los ojos en el espejo y decidir qué es hacer lo correcto”, dijo. Su compañero Bruce Robertson le siguió los pasos y la capitanía recayó de rebote en Andy Dalton.

El primero de los tres choques se celebró en Christchurch con un resultado de 14-9 para los locales. En el segundo, disputado en Wellington, los Springboks se hicieron con la victoria por un 12-24, así que el partido de Auckland era de vital importancia.

La secta Broederbund

Los días anteriores al encuentro comenzaron a surgir rumores sobre la afinidad ideológica de varios jugadores con la política racista impulsada por el gobierno de Pretoria. Se les acusaba de militar en una secta llamada Broederbund, que era lo más parecido al Ku Kux Klan. Su capitán, Nass Botha, trató sin mucho éxito de salir al paso de tan graves acusaciones.

Las aguas bajaban revueltas porque en el partido el 29 de agosto en Wellington la policía se vio obligada a cargar contra los manifestantes con extrema dureza, al punto que se conoció aquello como “La batalla de Molesworth Street”. Así que para el decisivo Nueva Zelanda- Sudáfrica se desplegaron en Auckland más de 2.000 policías, esto es, más del 40 por ciento de efectivos repartidos por todo el país.

Como medida preventiva, los Springboks durmieron en un alojamiento improvisado en el interior del Eden Park. Además, para reforzar su protección, se crearon dos escuadrones especiales de antidisturbios que fueron los primeros del país en recibir cascos especiales para hacer frente a los más violentos y se dio la orden a los espectadores de estar en el campo, al menos, una hora antes del inicio de partido. Se cuenta que, incluso, había programada una ruta de escape de emergencia en caso de invasión de campo.

Bengalas y bombas de humo

El fuerte dispositivo policial no evitó que algunos espectadores accedieran al campo con bengalas y bombas de humo. A la par, los enfrentamientos en la calle con los alborotadores de turno iban in crescendo pese a que la policía había llenado los aledaños al estadio con alambres de púas y barricadas hechas con los contenedores. En respuesta, los manifestantes se pusieron cascos de motocicleta y chalecos antibalas improvisados, y se armaron con palos y bates

El intento de boicotear el encuentro no salió como se esperaba. Jones, con más de 14 años de experiencia como piloto, copió la idea de otro manifestante llamado Pat McQuarrie quien robó una avioneta y amenazó con lanzarla contra la grada en el partido suspendido contra Waikato. El propio Jones abortó su amenaza al ver que el público había invadido el terreno de juego.

Antes ya había hecho de las suyas cuando en 1978 pintó la palabra “racista” bajo las alas de un avión y se dedicó a sobrevolar un partido de softbol (un derivado del béisbol) que se disputaba en Papakura entre Sudáfrica y Nueva Zelanda.

Las bombas de harina

El día del partido Jones contrató un Cessna 172, una avioneta con capacidad para cuatro personas, y emprendió rumbo al Eden Park pertrechado con cien bombas de harina de unos 450 gramos cada una y de panfletos con propaganda anti apartheid. Primero dio tres o cuatro vueltas al campo abarrotado de gente mientras lanzaba panfletos y una docena de bengalas con paracaídas. Volaba a muy poca altura.

Mientras lo hacía, su compañero Grant Cole se encargaba también de lanzar sin miramientos el resto del material sin preocuparse lo más mínimo de dónde podía caer. Una de esas bombas de harina cayó sobre la cabeza el pilier neozelandés Gary Knight y tuvo que abandonar el encuentro entre amagos de invasión del campo nuevamente sofocados por la policía cuando Nueva Zelanda vencía 19-18. Aun con el ambiente tan caldeado ni el árbitro Clive Norling ni los jugadores vieron motivos para suspender el partido.

Y Nueva Zelanda ganó

En lo deportivo los All Blacks lograron inclinar la serie a su favor casi en el último minuto. Antes, el ala sudafricano Ray Mordt había anotado el último de sus tres ensayos y Botha había fallado la conversión. Un golpe de castigo en tiempo de descuento a favor de los neozelandeses fue decisivo. Allan Hewson logró que el balón entrara entre los tres palos a 36 metros de distancia. El luminoso reflejó un 25-22 a favor de los locales y ya no se movió.

El parte de guerra concluyó con la detención de Jones quien, tras ser perseguido por varios helicópteros del Ejército, fue obligado a aterrizar en el aeródromo de Dairy Flat. Seis meses en prisión, de los nueve a que fue condenado, no sirvieron para mostrar ninguna señal de arrepentimiento por sus acciones. Las bombas de harina alcanzaron a ocho personas sin que ninguna de ellas resultara herida de gravedad. El saldo por aquellos incidentes elevó la cifra de heridos por los disturbios policiales a 67 manifestantes hospitalizados y a varios cientos el de personas detenidas.