REINTEGRACIÓN A TRAVÉS DEL DEPORTE

Rugby unisex en la cárcel: una terapia contra la "depresión" y la "ansiedad"

Las cárceles vascas de Zaballa y Basauri recurren al balón oval como método para que los presos socialicen entre ellos y olviden durante un rato la frustración de estar privados de libertad

Un balón de rugby durante un partido.

Un balón de rugby durante un partido. / Archivo

Como todos los miércoles, Ainhoa Belakortu acude puntual a su cita con un grupo de internos recluidos en la prisión alavesa de Zaballa. Allí le esperan todas las semanas diez hombres y un quinteto de mujeres, todos ellos dispuestos a entrenar durante una hora al rugby en una superficie similar a la de un campo de futbito. “Unos vienen muy ilusionados y motivados porque les gusta este deporte, que la mayoría no había practicado en su vida, y otros porque, simplemente, quieren socializar”, admite esta ex jugadora del Gaztedi de 27 años de edad.

La idea de llevar el rugby a la cárcel no es suya. Tan solo se limitó a impulsarla en Vitoria: “Habíamos oído hablar que en Latinoamérica ya existían proyectos similares”. Así que cuando le pidieron que presentara un proyecto mientras estudiaba para trabajar de integradora social, escogió hacer un análisis junto a la comisión anti sida sobre el centro penitenciario alavés. Todo fue muy fluido. “Lo presentamos antes del verano de 2016 y en septiembre ya estábamos trabajando”, añade.

Belakortu admite que, con el paso del tiempo, sí se puede llegar a empatizar con los presos. “Nosotras no indagamos sobre sus vidas porque no nos interesa el salseo”, afirma. Otra cosa es lo que ellos quieran contar como, por ejemplo, si han tenido un mal día y el por qué. Ese roce continuo le genera cierta angustia. Sobre todo, cuando llega el verano y tiene que cesar su actividad durante los meses de julio y agosto. “Se me hace duro porque ves que les llena un montón la actividad que hacen con nosotras y te das cuentas de que les hacemos mucha falta”.

Una afición que perdura tras la cárcel

Su recompensa es ver cómo alguna de las chicas que ha entrenado ya ha salido de prisión y, además, no ha abandonado el rugby. “Sabemos de al menos una que juega, que se ha reagrupado con su familia en Vitoria y que incluso tiene trabajo”. Su mayor reto ahora es conseguir a corto o medio plazo que estos reclusos, “que son muy agradecidos y nada problemáticos”, puedan jugar un partido fuera de la prisión. “A ver si lo conseguimos”, espeta.

Entrada del centro penitenciario de Zaballa, en Álava.

Entrada del centro penitenciario de Zaballa, en Álava. / Iñaki Berasaluce

Una de esas chicas que le espera los miércoles es Samantha Molano, una española de 29 años edad que el próximo 27 de abril volverá a recuperar su libertad. Ya sabía de antes lo que era estar en la cárcel. Se pasó cuatro largos años en Zaballa tras ser condenada por robo y atentado contra la autoridad a siete años y medio, de los que cumplió cuatro. Lo malo es que cuando ya le habían concedido el tercer grado “me regresaron porque quebranté la condena”.

Ahora lleva seis meses recluida y ha retomado los entrenamientos de rugby a los que ya se había apuntado en su etapa anterior en el centro penitenciario alavés. “Si no haces nada todo te resulta muy monótono”, asegura. Es más, señala que con la inactividad “acabas cogiendo ansiedad y entras en un bucle de depresión del que es complicado salir”. Y es que, como lo ha vivido en primera persona, explica que en las cárceles hay gente que se frustra con cualquier cosa “porque muchas veces necesitas una explicación por algo, y nadie te la da”.

Sacar la "frustración"

Lo del rugby es para esta reclusa una forma de desahogo y “de sacar un poco la frustración que llevas dentro”. A Samantha no le importa nada compartir los entrenamientos con hombres. “Al contrario, porque al final, de lo que se trata es de socializar también con personas de otro género”. De sus monitoras solo tiene palabras de agradecimiento: “Nos escuchan y ese es un privilegio que no tenemos siempre, así que, solo con eso, ya es mucho”.

A solo unos días de recuperar su libertad, la joven ansía tener una cierta estabilidad. No oculta que echa de menos su época anterior a regresar a Zaballa. Eran sus tiempos de camarera con contrato indefinido y cobrando 1.400 euros mensuales. “Volver a prisión fue un choque muy grande, y ahora solo quiero sentar la cabeza para no tener que volver nunca más por aquí”. ¿Seguir vinculada al rugby? Es una opción, como la de practicar otro deporte, “porque aquí me he dado cuenta de que es algo que te reconforta, te quita los males y te hace sentirte mejor”.

El director del centro penitenciario, Benito Aguirre, es de los que lleva a rajatabla los principios del artículo 25.2 de la Constitución en lo que respecta a que todas las personas condenadas a penas de prisión gozarán de sus derechos fundamentales, excepto los que se vean limitados por el contenido del fallo condenatorio. Esto es, la persona que dirige una prisión de 80.000 metros cuadrados, con capacidad para 850 hombres y mujeres, y con más de 200 cámaras de seguridad, no tiene ninguna duda de que los internos también tienen derecho ocio.

El director de la cárcel de Zaballa, Benito Aguirre, a la derecha.

El director de la cárcel de Zaballa, Benito Aguirre, a la derecha. / Efe

“Las actividades que proponemos no están orientadas a que no se aburran, porque ese no sería un buen objetivo”, subraya. En cambio, lo que pretende es que su estancia en prisión no sea un paréntesis, “sino una etapa de su vida” porque, en realidad, se trata de personas con carencias en el ámbito emocional que muchas veces les lleva a delinquir.

Ninguna condición para entrenar

En definitiva, la apuesta de Aguirre pasa por reintegrar a los reclusos en una sociedad en la que “ojalá” estén en condiciones de aportar “o por lo menos de no restar”. Y ahí entra en juego el rugby como herramienta para la superación de esas carencias. “El Gaztedi nos llamó y nosotros pusimos las orejas”, recuerda. No existe ninguna condición para formar parte del grupo de entrenamiento. “Lo único que les pedimos es que aporten un comportamiento correcto y, si te digo la verdad, en todos estos años nunca ha habido un problema y el grado de aceptación entre la población reclusa ha sido bueno”.

A su juicio, los principios básicos del rugby (respeto, integridad, pasión, solidaridad y disciplina) hacen un maridaje “perfecto” respecto de las carencias emocionales de los presos porque inciden de una forma “brutal” en su comportamiento. “Date cuenta de que es un grupo de gente muy heterogéneo que nunca ha interactuado juntos salvo en situaciones de conflicto”, argumenta Aguirre, De ahí que el trabajo en equipo que conlleva el rugby le convierta en un elemento “perfecto” de integración.

Aitor Arri, un antiguo pastelero metido hace siete años a integrador social, entrena a rugby desde el pasado 28 de diciembre a un grupo de unos 17 presos en la cárcel vizcaína de Basauri que, según él, recuerda mucho a la que aparece en la película 'Modelo 77' de Alberto Rodríguez Librero “aunque un poco más moderna porque han hecho alguna reforma”. Arri aún recuerda el primer día que pisó el centro penitenciario. “Impresiona ver un sitio tan hostil con paredes de cinco metros con alambres en la parte superior”.

En prisión se ve obligado a tratar con gente “que ha pasado muchas necesidades y que están allí porque vienen de un mundo duro”. De hecho, la mayoría proviene de familias desestructuradas que residen en barrios marginales donde la delincuencia se convierte en la única forma de vida de muchos de ellos.

Grupos multiétnicos

En su grupo de entrenamientos cuenta con magrebíes, musulmanes, latinos, españoles, gente de etnia gitana y hasta con un kazajo “de ojos achinados”. Los hay de todas las edades. Incluso alguno se acerca ya a los sesenta años. Arri y los otros dos entrenadores realizan la actividad durante una hora todos los miércoles "en un patio con suelo de hormigón irregular” del tamaño de la mitad de un campo de baloncesto que comparten con los otros 130 reclusos “que, por supuesto, también tienen derecho a usarlo”. Los últimos 20 minutos, sin embargo, son de uso exclusivo para los que practican rugby.

Durante los entrenos los internos no hablan mucho con ellos. La razón es que llevan muy poco tiempo “y estamos hablando de un proyecto a largo plazo”. Algunos días sí que comentan cuestiones relacionadas con sus tareas en el taller o en la panadería y, ”como leen periódicos”, también les gusta hablar de fútbol “y del Athletic”. De momento, según Arri, la actividad ha tenido “buena acogida y hasta ha servido para “hacer unas risas con ellos”.

Uno de los reclusos que se ha sumado a la actividad es Juan Luis Zambrano, un boliviano 41 años de edad que cumple condena por un delito relacionado con la violencia de género. Él mismo reconoce que apenas conocía nada de esta disciplina deportiva que, al principio, le parecía no tener mucha lógica. “Es que no entendía para qué tienes que correr tanto con el balón hacia adelante si luego tienes que pasarlo hacia atrás”, ironiza.

Pese a todo, en solo cuatro meses se ha convertido en un apasionado del balón ovalado después de que cayera en sus manos, en un taller de lectura, un libro donde se narraban las aventuras de hombre que salió de la pobreza gracias al rugby. A Zambrano y al resto de sus compañeros les ha enganchado tanto la actividad que llegaron incluso a pedir al director del centro que contratara una plataforma digital para ver los partidos. “Nos preguntó a ver si estábamos todos flipando”, comenta riéndose al mismo tiempo.

Todos los miércoles

Lleva en el centro penitenciario desde el pasado 12 de julio. En estos nueve meses cumple a diario el estricto régimen interno. Se levanta a las siete y media, se lava los dientes, hace la cama y ordena su celda antes de bajar media hora después a desayunar una vez finalizado el recuento. Luego emplea su tiempo en el taller de gomas, donde se fabrican compuestos para varias empresas automovilísticas, y los miércoles acude al entrenamiento. Allí le enseñan a jugar y a moverse, “pero es que además te sirve para desconectar y para hacer amistades con otros compañeros que de otra forma tal vez nunca pudieras conocer”.

Zambrano da las gracias a sus monitores por la labor que hacen “con las personas que estamos privados de libertad”. De ellos ha aprendido los valores intrínsecos al rugby que él desconocía como el compañerismo o el respeto. Y es que tras el entrenamiento los reclusos disputan un partidillo y después los vencedores hacen el pasillo a los perdedores, y viceversa. Por desgracia para él, aún le quedan otros nueve años para seguir asimilando conceptos ya que, como él mismo asevera, “uno nunca acaba de aprender”.