Opinión | DERBI ATLÉTICO-REAL MADRID

Shakespeare, Descartes y el pasillo del Atleti

El pasillo, en el fútbol, es un reconocimiento al campeón, una cortesía que habla muy bien del que la realiza. Es una señal de respeto. De deportividad, en la plena extensión de la palabra. Pero estas cosas están cayendo en desuso

Pasillo del Atlético al Barcelona en 2013.

Pasillo del Atlético al Barcelona en 2013. / EFE

Podría parecer que trasladar Hamlet al fútbol tiene algo de ocurrencia y osadía. Sin embargo, no debe resultarnos descabellado, considerando que

Shakespeare

abarca la inmensidad, vale para todo porque su pluma describió en sus obras los resortes y mecanismos del ser humano, sus instintos más bajos, las ensoñaciones, esa naturaleza humana -o condición, que diría Malraux, mucho más moderno- que transita por la venganza, la ira, el amor imposible, el sacrificio o la locura. Y ahí abajo, en el césped, abundan, entre los lances del juego, sucesos y hechos razonablemente parecidos, paralelos o emparentados. Hay sueños de una noche de verano, que a veces incluso se cumplen con iniestazos; otelos en las áreas; macbeths en las turbias aguas de los despachos; tempestades arbitrales; fierecillas domadas (y también galeses indomables); y fichajes millonarios que se quedan en mucho ruido y pocas nueces.   

Shakespeare no describió goles, que hasta ahí podía llegar el anacronismo, pero su inmensidad literaria sirve para comprender, traducir o leer este fútbol nuestro de cada día. Así pues, vayamos adelante con la analogía hamletiana y deformemos y coloreemos de rojiblanco el celebérrimo “Ser o no ser” hasta convertirlo en un “Hacer o no hacer pasillo al Madrid. Ni siquiera nos hace falta una calavera, que esa simbología da repelús y trae mal fario. Se trata de algo vivencial, de una celebración, no de un entierro, que para eso ya tenemos el de la sardina o las necrológicas con los descensos de cada categoría.

El pasillo, en el fútbol, es un reconocimiento al campeón, una cortesía que habla muy bien del que la realiza. Es una señal de respeto. De deportividad, en la plena extensión de la palabra. Pero estas cosas están cayendo en desuso. Ahí tenemos en el primo hermano baloncesto, la NBA, donde la profesionalidad mal entendida y el culto a la competitividad hacen que cada día contemplemos esa nada edificante escena en la que si un jugador rival se pega un costalazo sobre el parqué es mandamiento pasar de largo sin tender la mano o interesarse por el accidentado. Lamentablemente, esa indecorosa norma no escrita se está asentando ya en el baloncesto europeo y, lo que es peor, en torneos colegiales.  

Parece claro que el Atlético ha escuchado el clamor de la afición y no ha llegado siquiera a dudar si era menester rendir pleitesía a los blancos"

La duda es algo consustancial al ser humano. Siempre hemos dudado. ¿Cazamos al mamut, o salimos por patas? El hambre resolvía la cuestión. Después, tras Descartes, las dudas ya vinieron en tropel y para quedarse. Cogito, ergo sum, vale, pero la cuestión es qué estoy pensando, y parece claro que el club rojiblanco ha escuchado el clamor de la mayoría de la afición, que también tiene discurso y método, y no ha llegado siquiera a dudar si era menester rendir pleitesía a los blancos. 

Habría sido un pasillo casi dantesco para la afición colchonera. Dantesco por cuanto tiene de infernal, porque, la verdad, poco habría habido en él de comedia y de divino. Habría resultado más bien trágico.

Y así, regresamos al “Ser o no ser”, al “Hacer el pasillo o no hacerlo”. Shakespeare, o quizá más Lubitsch, que desengrasaba el pesar con la ironía burlesca. Y, cerrando el círculo, la pareja Stanley Kubrick-Stephen King, tándem magistral que pintó en el papel y el celuloide aquel resplandor y el pasillo más terrorífico del cine. Quizá, después de todo, parece lógico que los atléticos no hayan estado dispuestos a dar pedales y enfrentarse a sus fantasmas.