MÚSICA

El primer concierto de los Beatles en EEUU: nieve, un ‘ring’ de boxeo y gominolas “asesinas”

Hace 60 años los miembros de la banda de Liverpool dieron su primer concierto en EEUU, alimentando la ola de 'beatlemanía' que arrasaba el mundo y que dejó un montón de anécdotas de aquel viaje

Los Beatles, a su llegada a EEUU en 1964.

Los Beatles, a su llegada a EEUU en 1964. / AP

Juanjo Talavante

Juanjo Talavante

Paul, John, George y Ringo están subidos a un cuadrilátero de boxeo que ha perdido sus cuerdas. Están en el mismísimo centro del Washington Coliseum, un recinto donde los asistentes suelen contemplar excitados intercambios de golpes y no actuaciones musicales. Rodeando a los 'Fab Four' hay 8.092 fans, en su mayoría chicas, que se desgañitan y dificultan que se escuche a los chicos de Liverpool. El guirigay es abrumador, ensordecedor. Uno de los más de 300 policías que velan por la seguridad del lugar se ha colocado unas balas en los oídos para aislarse del vocerío. El micrófono de George Harrison no funciona bien en la primera canción, su particular versión del clásico rockero Roll Over Beethoven, toda una declaración de intenciones para los chicos con “melenas de pelo de fregona”, como los definió el periodista Al Aronowitz. Algunas fans se desmayan y al griterío se suma el lanzamiento continuo de gominolas sobre el escenario. Algunos de esos dulces golpean los platillos de la batería de Ringo. También alcanzan el escenario bombillas, palomitas e incluso rulos del pelo. Son los daños colaterales de la recordada primera actuación del grupo en Estados Unidos, de la que se cumplen este 11 de febrero 60 años.

En 1964, la popularidad de los Beatles ya se había extendido a la velocidad de la luz en el Reino Unido y por un buen pedazo de Europa. A comienzos de ese año, su tema I Want To Hold Your Hand se abría hueco en las listas de éxitos norteamericanas y la banda se planteó que había llegado la hora de cruzar el charco. Paul McCartney definiría aquel viaje años más tarde como su particular “búsqueda del Santo Grial”.

La banda británica, con Ed Sullivan en su célebre 'show'.

La banda británica, con Ed Sullivan en su célebre 'show'. / AP

El 9 de febrero de ese año, ya en Nueva York, actuaron en el popular show televisivo de Ed Sullivan. Dos días más tarde estaba previsto el inicio de su gira por EEUU. El plan era volar desde Nueva York a Washington, pero una tormenta de nieve les obligó a cambiar de medio. Pensando en el séquito que los acompañaba y en la prensa, adquirieron los billetes de dos vagones completos del expreso de Pensilvania, donde se vivieron un sinfín de anécdotas. Lennon, McCartney, Starr y Harrison estaban entregados e ilusionados. El viaje se lo tomaban con humor. Charlaron con los pasajeros, se vistieron de camareros y bromearon sin parar.

En cada parada pudieron comprobar cómo en las estaciones decenas de fans se agolpaban tras las ventanillas de los vagones. Estos gritaban y gesticulaban inútilmente para acercarse a sus admirados músicos. La llegada a la Union Station de Washington se presentaba complicada. La nieve acumulada no impidió que varios miles de fans aguardasen allí el paso de las estrellas del momento. La policía trató de poner orden, pero los agentes se vieron superados. Algunos de los asistentes pasaron realmente miedo ante las avalanchas. Los Fab Four se subieron rápidamente en limusinas y se dirigieron a dar una rueda de prensa en el coliseo de Washington, donde horas más tarde estaba prevista su actuación.

Allí se encontraron a una prensa desconfiada y hostil. Algunas de las preguntas tenían ciertos tintes de surrealismo: “¿Cree usted en la locura?”, “¿Ese pelo es real o una peluca?, “¿Son ustedes la venganza de Gran Bretaña por haber perdido la revolución?”. Pero los músicos de Liverpool eran rápidos y echaron mano de la ironía para desactivarlas. La realidad era que para buena parte de los periodistas locales los Beatles les resultaban tan desconocidos como extravagantes. Lawrence Laurent, crítico televisivo del Washington Post, había dicho de su paso por el Ed Sullivan Show que “sonaban como gatos callejeros en agonía”.

Tras sortear el lanzamiento de preguntas de la prensa el cuarteto acudió a un programa de radio de la emisora WWDC-FM y después se trasladó al Hotel Shoreham. Allí tenían reservada la séptima planta. Los fans merodeaban por todas partes. A la vigilancia policial en el acceso al hotel se sumó la de más guardas en las escaleras, lo que corría a cuenta de la discográfica Capitol Records. Algunos fans intentaron todo tipo de triquiñuelas para intentar llegar a las habitaciones de los músicos, desde tratar de sobornar a una empleada para que les cediese su uniforme a encerrarse en los ascensores. Todo resultó en vano.

El Washington Coliseum, donde se celebraría el concierto, pertenecía a Harry Lynn, un empresario que no había oído hablar de los Beatles en su vida. Le ofrecieron el negocio, aceptó y sacó una buena tajada. Las entradas, que costaban entre 2 y 4 dólares, volaron y el hijo de Lynn reconocería años después al Washington Post que con aquellos “inesperados” beneficios su padre le había regalado a su madre un Lincoln Continental convertible. “El concierto de los Beatles le compró ese descapotable a tu madre”, le dijo.

A las 20:30 horas de aquel 11 de febrero de 1964, en medio de un estruendoso griterío, se presentó a los Beatles en el hoy ya desaparecido Coliseo de Washington, a menos de dos kilómetros del Capitolio, como “la banda más excitante del mundo”. El escenario, un cuadrilátero de boxeo del que se habían retirado las cuerdas, estaba situado en el centro de aquel recinto. El cuarteto tardó en arrancar. Hubo que girar la batería de Ringo Starr, ajustar algo las guitarras y probar los micrófonos. Y sonaron los primeros acordes de Roll Over Beethoven, la canción que había popularizado Chuck Berry ocho años antes. El micrófono de George Harrison no iba bien, así que tuvo que moverse a su izquierda para utilizar otro en el escenario.

La algarabía era absoluta. Los gritos de las fans rivalizaban con las de la voces de los Beatles en un duelo decibélico que recordaba para el Washington Post el exvicepresidente Al Gore, presente aquel día en el concierto: “La acústica del recinto, combinada con el frenesí absoluto del entusiasmo, hizo que fuera prácticamente imposible entender una sola palabra de lo que cantaban”. Además, debido al céntrico emplazamiento del escenario, los Beatles tuvieron que ir girando para tener enfrente a todas las partes de la audiencia. Aquello incomodó a la banda. Lo más rudimentario era girar la batería de Ringo. Como recordaba uno de los asistentes aquella noche al concierto: “Al final, los Beatles nos dieron la espalda tres cuartas partes del tiempo”.

Casi desde el inicio de la actuación comenzaron a llover sobre el escenario gominolas. Los chicos de Liverpool habían manifestado alguna vez que les gustaban esos dulces de gelatina con forma de bebé y a raíz de eso una legión de fans había acudido ese día armada con cientos de ellas. Pero, a diferencia de las británicas, las gominolas que volaban sobre las cabezas de los Beatles eran duras. George Harrison se refirió después a aquel “granizo dulce”: “Era peligroso, porque si una gominola que viaja a 60 kilómetros por hora te golpea en el ojo estás acabado. Estás ciego”.

En total, sonaron 12 canciones: Roll Over Beethoven, From Me To You, I Saw Her Standing There, This Boy, All My Loving, I Wanna Be Your man, Please Please Me, ‘Till There Was You, She Loves You, I Want To Hold Your Hand, Twist And Shout y Long Tall Sally, un set list que el cuarteto de Liverpool solventó en menos de cuarenta minutos y no hubo que lamentar víctimas propiciadas por aquellas gominolas que se habían convertido, en medio del éxtasis colectivo, en pequeños y amenazantes meteoritos sobre el planeta Beatle.