MÚSICA

Echo and The Bunnymen, la banda que reinó a su manera

El legendario cuarteto de Liverpool, tótem del mejor post punk británico, visita esta semana España con un imponente legado que no precisa renovación

El grupo Echo and The Bunnymen.

El grupo Echo and The Bunnymen. / ARCHIVO

Cuesta mucho que la nostalgia no impregne todo lo que tiene relación con Echo and the Bunnymen. No ya solo porque lleven casi una década sin entregar material nuevo (el poco memorable Meteorites, de 2014), sino porque sus actuales giras parecen transcurrir con la cómoda placidez de quien vive de rentas. Esplendorosas, brillantes, inolvidables rodajas de post punk sombrío y fibroso. Pero rentas, al fin y al cabo. Y cuando uno tiene ocasión de hablar con uno de sus dos miembros principales, esa sensación se acrecienta. Will Sergeant (Melling, Reino Unido, 1958) es el guitarrista y coescritor de la banda de Liverpool desde su formación, en 1978, y es quien me atiende al teléfono – desde su casa de Southport, en la costa noroeste inglesa – a solo cuatro días de iniciar una gira española que les llevará a Murcia (Visor Fest, 23 de septiembre), Valencia (Repvblicca, 24 de septiembre), Madrid (La Riviera, 26 de septiembre) y Barcelona (Razzmatazz, 29 de septiembre).

Su evocadora guitarra es seña distintiva. Pero da la sensación de ir a su bola. Al igual que Ian McCulloch, vocalista y frontman, con quien charlé hace cuatro años y me informaba acerca de un inminente álbum (previsto, agárrense, para 2020: nunca más se supo) en la línea glam rock de los trabajos más emblemáticos de David Bowie o Lou Reed, decía. Cuatro años han pasado y Will Sergeant no solo no es capaz de darme más pistas –elude la cuestión con esa cortante y guasona sorna scouser –, sino que además se remite de forma repetida y sin rubor alguno a los años ochenta como la época dorada de Echo and the Bunnymen. Tampoco es de extrañar: se ha convertido en el memorialista del grupo, con dos libros autobiográficos escritos en solo tres años, Bunnymen: A Memoir (2021) y Echoes: A Memoir Continued (2023). Cuesta no ver a los actuales Echo and the Bunnymen como cuatro tipos que apenas se juntan más que para ganarse un pingüe jornal con giras de rentabilidad más que garantizada.

Portada de ‘Bunnyman: A Memoir:’, de Will Sergeant . / ARCHIVO


“Podríamos haber sido tan grandes comercialmente como U2, es cierto, pero Mac – o sea, Ian McCulloch – se marchó cuando estábamos volando alto, pisando los talones a U2 o a quien quiera que se nos pusiera delante: fue difícil, porque el resto de la banda queríamos seguir”, me cuenta acerca de aquel endiablado momento, en 1988, en que el vocalista decidió dejarles para hacer una discreta y breve carrera en solitario. Aquello cortocircuitó su progresión. Y no se corta un pelo al recordarlo. En Echo and the Bunnymen todos han hablado siempre claro. Desde un McCulloch a quien siempre persiguió su fama de “bocazas” hasta un Sergeant que, más tímido, se ha convertido últimamente en la voz de la conciencia del grupo. Si el primero siempre se ha vanagloriado de que discos como el seminal Crocodiles (1980) fueron expresamente reconocidos por Bono y The Edge como influencia capital, el segundo asume que la banda siempre hizo las cosas “a su manera”. Por eso quedó confinada a la condición de grupo de culto. Sólido, numeroso, inquebrantable, pero lejos del gran público: “U2 tocaban en todas partes, se fueron a Norteamérica durante 18 meses, una enorme carga de trabajo, mientras nosotros no íbamos allí más de seis”, reconoce.

Una gira de grandes clásicos


“Tocaremos, sobre todo, canciones de nuestros primeros cuatro álbumes, que son los mejores, diferentes entre sí, pero todos con el sello de los Bunnymen, e incluso rescataremos cosas como Heads Will Roll (de Porcupine, 1983), que no hemos tocado desde hace siglos”, comenta acerca del setlist de sus cuatro conciertos españoles. Nada que ver con esas noches que se han marcado recientemente en su país interpretando con la Filarmónica de Liverpool el legendario Ocean Rain (1984), cuarto capítulo de ese imponente póker – Crocodiles de 1980, Heaven Up Here de 1981 y Porcupine de 1983 le precedieron – que aquí abordarán con su formato rock tradicional. El presupuesto manda. “Me gustaba cuando éramos los cuatro, con Pete De Freitas a la batería y Les Pattinson al bajo: es mi periodo favorito, solo cuatro amigos con un propósito común, sin pensar en hacernos ricos o famosos, solo en hacer buenos discos”, recuerda acerca de aquella época. “Éramos uno para todos y todos para uno, como los tres mosqueteros: había mucha camaradería entre los cuatro”, afirma. No recuerda con tanto entusiasmo la segunda etapa del grupo, desde 1997 hasta ahora, que ha tenido la poco frecuente virtud de no desteñir junto a su pasado glorioso. Una de las pocas resurrecciones que, discográficamente, sí valieron la pena, por muy extemporánea que pareciera. Cuando hasta el brit pop de los noventa enfilaba su declive, ellos sacaban cabeza con orgullo. Por algo What Are You Going To Do With Your Life? (1999) es uno de los discos favoritos de Ian McCulloch.

No solo (post) punk


Cuando Echo and the Bunnymen se formaron, su post punk tiznado de una rara psicodelia les acreditaba como dignos herederos de The Velvet Underground o The Doors. Curiosamente, el único al que le gustaba entonces la música de Jim Morrison y compañía era a Will Sergeant: “El resto del grupo tenía esa mentalidad punk que despreciaba casi todo lo anterior, pero acabaron dándose cuenta de que The Doors eran muy grandes”, asevera. La influencia del otro lado del charco fue una constante en aquella fase formativa: “A mí me gustaban Television, Wire, Gang Of Four, Pere Ubu, Suicide o Talking Heads, ese punk más sofisticado que no era rock progresivo”, cuenta. Le menciono la etiqueta de art rock. “¡Sí, art rock, eso es! Todo lo que venía de The Velvet Underground y David Bowie: había mucha relación entre las escuelas de arte y la música, y casi todas las más bandas interesantes venían de ahí, de un ángulo más interesante que el del típico rockero clásico”, argumenta.

El guitarrista echa la vista atrás con nostalgia (“escribir mis libros ha sido como viajar en una cápsula del tiempo”), pero reconoce que ahora es “todo mucho más cómodo” cuando van de gira, sin la necesidad de aquellos “camiones articulados” en los que transportar su instrumental, sin tener que “cargar con las PAs y las luces”, y viviendo tranquilamente de unos conciertos que son los que les generan beneficio, “no los discos, de los que apenas sacamos nada”. Cuenta que, cuando empezaron, no ganaban ni una mísera libra con sus conciertos: “Pedíamos dinero prestado a nuestras discográficas y todo lo reinvertíamos en más conciertos”. Recuerda con especial cariño una noche de 1978, “tocando en un YMCA de Londres”, con la presencia de Seymour Stein, jefe de Sire Records, quien decidió ficharlos a condición de que se buscaran un batería (entonces aún aparecían con su caja de ritmos). Y cuando le pregunto qué música escucha actualmente, me responde que “fundamentalmente cosas de los 60 y 70, algo de jazz”, aunque ha encontrado tiempo también para Sun’s Signature, el nuevo proyecto de Liz Fraser (Cocteau Twins), los Black Angels, White Hills o Brian Jonestown Massacre.

Como decían en aquella vieja canción de 1984, My Kingdom (Mi reino): “Si mi corazón es una guerra, sus soldados están sangrando; si mi corazón es una guerra, sus soldados están muertos”. Y es que la inmortalidad nunca tuvo para ellos mucho que ver con las listas de éxitos.