CRÍTICA DE ÓPERA

'Medea' en el Real: el parricidio no es lo peor en una propuesta que hace aguas

La ópera de Luigi Cherubini abrió este martes la nueva temporada del Teatro Real, con una puesta en escena que parece jugar en contra de la música y el libreto

'Medea', la ópera de Luigi Cherubini, inauguró este martes la nueva temporada del Teatro Real.

'Medea', la ópera de Luigi Cherubini, inauguró este martes la nueva temporada del Teatro Real. / Javier del Real | Teatro Real

Felizmente, el Teatro Real inicia su nueva temporada. Lo hace con la presencia de los reyes e inaugurando una videoinstalación de Jaume Plensa: ya estamos todos. Suenan las fanfarrias y las acomodadoras presionan al respetable para que ocupe sus asientos. Con la egregia visita, el personal sube en tiempo de descuento: nadie quiere perderse ni a la procesión ni a los cortesanos. Qué incordio, oigan: señores con pinganillo y malas pulgas en cada descansillo; rayos equis en las puertas, no sea que lleves un arcabuz escondido en la chaqueta. Una vez distribuido el auditorio, himno (casi todos en pie) y presentación de la novena maravilla de las artes: el hombre que hizo la reja antindigentes del Liceo se ha subido a la terraza del teatro y ha grabado en ultra altísima calidad el famoso cielo de Madrid. Alrededor de la lámpara, quince minutitos de nubes para amenizar el entreacto. "Un puente invisible que nos une a la gente de la calle en una emoción que nos arrasa", ha dicho el artista. Luego, por fin, la música.

Se apagan las luces y primera propina por cuenta del regista. En silencio, dos niños con túnica juegan distraídos hasta que aparece su madre y los degüella. Arranca la obertura y aparecen unos títulos de crédito: Luigi Cherubini y François-Benoît Hoffmann presentan… ¡'Medea'!

Les resumo el argumento, que está sacado de Eurípides. Medea, la semidiosa, ha traicionado a su linaje y a su patria por amor a Jasón, a quien ha conocido en la aventura del vellocino. Años más tarde, el héroe la abandona para casarse con Dirce, hija de Creonte, así que la doña toma la única decisión sensata: matarlos a todos. Paco Azorín ha ambientado la historia en un subsuelo negruzco al que los personajes van bajando en ascensor. ¿De dónde vienen? No se sabe. El asombroso caso del adentro sin afuera. Hay violencia y muchos espontáneos: mozas con trajes oversize en elegantes tonos rosas y cremas, argonautas recién llegados de la segunda Guerra del Golfo, sacerdotes ortodoxos, antidisturbios, tres furias acrobáticas y embetunadas y el rey de Corinto vestido de almirante vaya usted a saber por qué.

Azorín quiere dejarnos claro que todos son malísimos, imagino que para atenuar lo incómodo que le resulta que la villana sea la madre amantísima: Creonte usa a los niños de escudo humano, las amigas de Dirce la maltratan mientras le está dando un tabardillo y la boda se transforma en una sucesión de vejaciones sexistas contra lo que sugiere la música. Porque, más allá de excentricidades e invenciones, este es el verdadero problema de la propuesta de Azorín: que va contra la partitura y el libreto.

Un ejemplo. Al comienzo del segundo acto, Cherubini y Hoffmann hacen decir a Medea: "no puedo soportar una ofensa tan grande: quiere arrebatar los hijos a una madre". Leyendo el libreto, la disputa entre Medea y Creonte se centra en este asunto: ella le suplica asilo, ya que, tras haber abandonado a su familia, se ha convertido en una apátrida y ahora está a punto de perder lo único que siente como propio. Lo que vemos en escena es bien distinto: una semidiosa chulesca, con hiyab y gafas de sol, se pavonea mientras su proyección malvada (hay una encarnación de la ira de la protagonista) dibuja un círculo mágico ante un escuadrón de policías acorazados que hacen moniquetas. Mientras, el rey encañona a los dos adolescentes a los que ha jurado proteger (no, non temer: t'affidi il mio parlar. Del figli tuoi proteggerò la vita), que parecen haber cambiado el quitón por un atuendo metalero.

Maria Agresta (Medea) con Ismael Palacios, que interpreta a su hijo./ Javier del Real | Teatro Real


Para colmo, Azorín sucumbe la molesta tentación de rellenar los fragmentos instrumentales con luz y color, no sea que el público se aburra si solo hay música. Hay momentos autoparódicos en los que se lanzan datos curiosos al espectador: cifras de la OMS sobre niños maltratados o la enumeración de los derechos infantiles de la ONU pasando en rodillo. También, una insoportable condescendencia con el personaje principal: un sus motivos tendría. La tipa se cepilla a su progenie, envenena a la pareja de su exmarido e incendia una ciudad, pero las culpas al patriarcado. ¡Ah!, según me dicen, las mujeres no están capacitadas para el mal.

La obra va de un filicidio y han conseguido que eso no sea lo peor de la velada: tiene su mérito. Hablemos de la música. El Real nos ofrece una versión de Medea ajustada a la de su estreno: en francés y con los recitativos sin música. La propuesta original ha sufrido muchas variaciones desde que debutase en el París posrevolucionario. Tras la escabechina de Robespierre, los franceses no estaban para muchas tragedias, pero la ópera tuvo mucho éxito en Alemania (traducida al alemán) y fue grabada por la Callas en italiano. En el foso nos encontramos a Ivor Bolton, cuyos esfuerzos por mostrar la plasticidad de esta partitura (medio clásica, medio romántica) se estrella contra el guirigay que acontece en el escenario. Uno tiene que hacer esfuerzos por escuchar en un teatro de la ópera, manda narices.

Sara Blanch (Dircé, en el suelo) y coro femenino.

Sara Blanch (Dircé, en el suelo) y coro femenino. / Javier del Real | Teatro Real

En cuanto al elenco, Sara Blanch hace una Dirce extraordinaria, que afronta con brillantez la endiablada coloratura de su aria de presentación. Por lo general, mejor ellas que ellos. Maria Agresta hace de Medea, un personaje que oscila entre la ternura y la crueldad, con pasajes realmente difíciles en los agudos y en la expresión. Pasó algunos apuros pero cosechó la mayor ovación de la noche. Nancy Fabiola Herrera hace de Neris, la sirvienta de la villana con el aria "famosa" de la ópera. Ni frío ni calor. Jongmin Park hace un Creonte bastante monótono y Enea Scala un Jasón inexpresivo, excesivamente tremulante en las notas largas.

Abrir la temporada con una Medea tiene sus riesgos: no es una ópera ni conocida ni fácil, pero ese arrojo es algo que siempre hemos apreciado en el Real. Eso sí: no siempre se acierta, qué le vamos a hacer.