ARQUEOLOGÍA DE GUERRILLA

Sexo, drogas y papel barato en la España anterior a Franco

El libro colectivo 'Suburbia' (La Felguera) desentierra la abundante y extrema literatura 'pulp' española de las primeras décadas del siglo XX, con un remate dedicado al 'exploitation' nazi en la transición

Portadas de 'La droga fatal' (Francisco Oliva, con ilustraciones de Opisso, 1933), 'Bestialismo' (A. Martín de Lucenay, 1933) y un número de 'Hessa' (Nevio Zeccara, 1976).

Portadas de 'La droga fatal' (Francisco Oliva, con ilustraciones de Opisso, 1933), 'Bestialismo' (A. Martín de Lucenay, 1933) y un número de 'Hessa' (Nevio Zeccara, 1976). / LA FELGUERA

Ramón Vendrell

Ramón Vendrell

Tenemos a Franco y su camarilla, que durante la Guerra Civil y los primeros años de la dictadura confiscaron y destruyeron de manera sistemática libros, revistas y periódicos que les molestaban, a menudo en hogueras rituales reminiscentes de los autos de fe de la Inquisición. "Lucenay ardió junto con Kropotkin y Marx", dice Servando Rocha, editor y uno de los autores de Suburbia. El gran libro ilustrado del erotismo, lo prohibido y la molicie en España (La Felguera). Más adelante volveremos a Ángel Martín de Lucenay, pornógrafo estajanovista.

Tenemos el desinterés de la alta cultura española, con las esferas académicas al frente, por la baja cultura. "A diferencia de Francia, Inglaterra o Estados Unidos, España nunca ha cuidado sus subculturas, mucho menos las de los bajos fondos", señala Rocha.

Y tenemos que el destino natural de las publicaciones populares es, o al menos era, la desaparición tras el consumo, no la conservación.

Por suerte existe la sociedad secreta de los coleccionistas de cosas raras. Rocha volvió de Zaragoza a Madrid en tren con una caja llena de ejemplares de las series de cómic Hessa, Lucifera, Zara la vampira y Delirium, cortesía del "mítico punk" Óskar Aguilar. Por encima de los tornos de una estación de metro madrileña le pasó Antonio Munyón una bolsa con kilos y kilos de soft porn anterior al franquismo. Y así. "Menos mal que ni la caja ni la bolsa se reventaron", celebra Rocha, que define Suburbia como "arqueología de guerrilla".

Productos más fuertes

Los dos primeros volúmenes de Fuera de la ley (1900-1923 y 1924-1936), de varios autores, y, sobre todo, Sicalípticas. El gran libro del cuplé y la sicalipsis, de Gloria G. Durán, publicados por La Felguera, hicieron sospechar al jefe de la editorial que debieron de existir "productos más fuertes" que las novelas y revistas llamadas galantes en la España del siglo XX anterior al franquismo. Que el rey Alfonso XIII encargara rodajes de películas pornográficas apuntaba en la misma dirección. Vaya si existieron esos "productos más fuertes".

'Joven decadente (después del baile)', de Ramón Casas (1899).  

'Joven decadente (después del baile)', de Ramón Casas (1899).   / LA FELGUERA

Suburbia levanta la tapa de un pozo en el que encontramos cocaína y morfina, entonces dos drogas de generosa circulación, mujeres descocadas, noctambulismo desaforado, cabarets infernales y sexo truculento. Un submundo de depravación que salió a la superficie en forma de numerosas publicaciones con espíritu pulp. "El pulp no miente, lo que hace es exagerar conductas", indica Rocha.

Coartada divulgadora

Bajo la máscara de la divulgación científica o de la advertencia moralizante, en aras de los nuevos tiempos o de la doctrina libertaria, en forma de sátira social o de reportaje sobre las malas calles, cuando no sencillamente porque sí, el morbo y el erotismo impresos vivieron una edad de oro, en especial durante la Segunda República. Rocha considera significativo el caso de la revista de orientación anarquista Estudios, que se empeñaba en sacar margníficas ilustraciones de "mujeres en cueros" en sus portadas y páginas interiores viniera o no a cuento. "¿Por qué? Porque vendían. No hay más". El mismo motivo por el que escritores reconocidos escribían con su nombre o con seudónimo novelas cochinas.

Claro que Suburbia persigue "asombrar" con el material exhumado, admite el escritor. Pero también es la voluntad del libro "explicar otras cosas" a través de esa mercancía. Por ejemplo, "el sometimiento de la mujer". O que la neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial supuso la llegada al país, sobre todo a Barcelona, de un contingente de "aventureros, buscavidas, vedetes y prostitutas" que impulsaron "la vida decadente, asociada entonces a la modernidad". O que en el fuerte rechazo conservador a la ola de "costumbres extranjerizantes, luces de neón (una fobia de los falangistas) y nocturnidad" estaba "la semilla de la Guerra Civil".

El más extremo

Ningún autor pulp fue tan leído y odiado como Ángel Martín de Lucenay, la pluma más extrema y prolífica del gremio. Se hizo pasar por "Doctor diplomado en Sexología, de la Escuela Libre de Sexología de Río de Janeiro", lo cual empujó a la embajada brasileña a desmentirle en una carta enviada a decenas de periódicos: "No existe, ni nunca existió en el Brasil, escuela alguna de ese género ni con esa denominación".

Ángel Martín de Lucenay y Mathilde Camhi, en 1933.

Ángel Martín de Lucenay y Mathilde Camhi, en 1933. / HENRI CARTIER-BRESSON / LA FELGUERA

El falso doctor firmó entre 1932 y 1936 en torno a un centenar de libros de supuesta divulgación científica, mayormente en las colecciones Temas sexuales y Cultura física y sexual. A Rocha no le extrañaría que Lucenay tuviera uno o más negros. Títulos como El culto fálico, Los venenos eufóricos, El sexo y la gimnasia, Homosexualidad, Las grandes aberraciones, Los ritos satánicos, Un mes entre prostitutas, La sexualidad rural, La sexualidad y el crimen, Los vicios de los toxicómanos, Bestialismo o Presidios, regimientos y barcos dan cuenta de que se atrevía con todo y de una capacidad sin par para la explotación de lo prohibido.

Las obras de Lucenay debían de vender mucho a tenor del ritmo de publicación y de los escándalos que originaban. Con la Guerra Civil el escritor se exilió en México, no en balde era considerado por los golpistas un propagador de las ideas "degeneradas". En el país azteca dirigió un par de películas (en La Valentina contó con todo un Jorge Negrete como protagonista) y escribió libros marca de la casa como Apuntes para una biografia sexual de Gregorio Cárdenas. Sin éxito. Este le llegó, y a lo grande, como creador y guionista de Chanoc, una serie de historietas dibujada por Ángel Mora y destinada al público infantil y juvenil. Hay que ver. Lucenay falleció en 1960 al reventarle el apéndice en un vuelo a Ciudad de México. Se sabe poco de Lucenay y Rocha duda que si alguien dedicara "un año de trabajo obsesivo" a investigar su figura sacara más información de la que aparece en Suburbia. Es más o menos lo que hizo él.

Heroína nazi

El libro finaliza con los artículos Propaganda antinazi y La llamaban Hessa, de Rocha y David Bizarro, respectivamente. El primero recorre los fuertes vínculos del franquismo con el nazismo y el segundo se centra en la ficción exploitation de la estética y la perversidad nazis, con los cómics protagonizados en los años 70 por la susodicha líder de las Sex Sonder Strurmtruppen, un comando formado por mujeres que usan el sexo como arma, a modo de eje. Subproducto italiano cuestionable en cualquier lugar, Hessa lo era por partida doble en la España inmediatamente posterior a la muerte de Franco, donde la ultraderecha campaba a sus anchas y lo mismo atentaba contra abogados laboralistas que contra la revista El Papus, sin olvidar librerías. Hessa tuvo como compañeras de quiosco en la transición española a Lucifera y Zara la vampira, también de origen transalpino.

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