ENTREVISTA

Arturo Muñoz: "En la historia de ETA y Euskadi no hay que simplificar la realidad"

El escritor granadino publica 'Por un túnel de silencio' (Pepitas de calabaza).

Arturo Muñoz, escritor. Para entrevista de Juan Cruz. FOTO JOSÉ LUIS ROCA

Arturo Muñoz, escritor. Para entrevista de Juan Cruz. FOTO JOSÉ LUIS ROCA / José Luis Roca

Juan Cruz

Juan Cruz

Difícil encontrar en las estanterías de la historia de ETA, que ensangrentó durante medio siglo la vida y la memoria de España, un libro como este de Arturo Muñoz, granadino de 1986 que durante tiempos de su adolescencia sentía cerca la amenaza de la banda que, en cualquier momento, le parecía a él, podía atentar contra la vida de su padre, el escritor Antonio Muñoz Molina. El compromiso civil de este, y de muchos intelectuales de la época en que ETA fue más cruel, si es que hubo algún momento en que aflojó la dimensión de su crueldad, pusieron en la diana de la organización a Muñoz Molina, a Fernando Savater y a muchos otros, algunos de los cuales, periodistas, escritores, profesores, cayeron en aquella lucha que, desde su posición de adolescente en la vida, fue marcando la memoria de Arturo. 

Hace unos años Arturo Muñoz se encontró con un amigo, hijo de un guardia civil destinado a Euskadi, que le contó algunos sucesos en los que había intervenido su padre. La convicción de que en esa biografía había una historia les puso a los dos a trabajar (en un vídeo, en un libro) y partieron de una conversación con aquel ex guardia civil, que luego les acompañaría a la geografía que había sido de plomo en los años en que ellos dos no habían nacido o eran unos muchachos. 

El resultado (Por un túnel de silencio, Pepitas de calabaza) es insólito, como si el escritor que es ahora Arturo Muñoz se hubiera empeñado en trasladar antecedentes literarios tan contundentes como el A sangre fría de Truman Capote a un testimonio coral en el que intervienen, en capítulos alternados con las propias reflexiones del escritor, para explicar lo que ahora se nombra como pesadilla pero que entonces fue amenaza, muerte y miedo. En esta conversación en Madrid Arturo Muñoz explica cómo lo hizo.

¿Cómo llegó a esta forma de contar?

El libro que yo tenía en la cabeza cuando empecé a escribir era más simple. Una historia con más acción, donde las distinciones entre el blanco y el negro fueran nítidas. Pero no conseguí escribirlo hasta que comprendí que ese punto de partida era equivocado. La realidad que abordaba era compleja y solo conseguí aproximarme a ella incorporando voces distintas, diferentes tonos y registros. Tiene algo de collage.

La escritura es un desafío. El punto de vista también. Y aquí es coral. 

Es coral porque la realidad siempre lo es. Me interesaban los hechos, pero en la misma medida me interesaba la percepción que las personas tenemos sobre ellos, el modo en que los interpretamos, por qué somos sensibles a ciertos aspectos de la realidad e ignoramos otros. Cada punto de vista ilumina algo y ciega algo. Me gusta ver la lógica interna con la que funciona cada persona. Comprender cómo cada persona se explica la realidad, sin cuestionar si sus razonamientos son más o menos acertados.

Usted y sus amigos organizan un viaje de Granada a Euskadi con una expectación enorme para contar lo que allí pervive. ¿Qué significaba para usted ese 'otro mundo'?

El viaje me generó una inquietud injustificada, aunque reveladora. Me despertó el miedo infantil que me daba la violencia de ETA y sacó a la superficie muchos de mis prejuicios. Viendo un partido de la selección española en un pueblo al este de Vizcaya, por ejemplo, de pronto me sentí alarmado porque una mujer aplaudía los goles que Marruecos le marcaba a España. Pensé que intentaba incomodar a Paco, el guardia civil jubilado que protagoniza el libro y que en ese momento miraba con interés el partido. Pero resulta que esa mujer era marroquí y apoyaba a su equipo, como es natural. Uno interpreta la realidad a su medida, según miedos y prejuicios inconscientes. 

Ese tipo de prejuicios los tiene buena parte de la sociedad española. 

Sí. Le damos una apariencia de objetividad a apreciaciones emocionales y caprichosas. A mí me preocupaba mucho escribir algo objetivo, pero mi objetividad solo era sensible a aquello que denunciara, muy merecidamente, los terribles abusos de la Guardia Civil durante la dictadura. Había otros hechos igualmente objetivos: a los guardias los mataban, o eran maltratados por sus propios mandos. Hay que contar una cosa y la otra. En la historia de ETA y Euskadi entiendes que no se puede simplificar la realidad.

¿Y cómo escapó de eso? 

Notaba que lo que escribía no era bueno. Todo encajaba demasiado. También tuve suerte: me encontré con exmilitantes de ETA y antiguos opositores al régimen que habían conocido a Paco [el exguardia civil que es el principal protagonista de la historia], y que me daban otra visión de lo que él me había contado. 

¿Hay alguna emoción que no ha podido contar todavía?

Durante un tiempo no comprendí que me adentraba en un terreno todavía delicado. Todo el mundo quería hablar. Pero conforme se acercaba la publicación del libro, hubo gente que entendió todo esto como una especie de agresión. Hubo quien se distanció de mí. Pero les mantengo mi aprecio y agradecimiento a todos. Los entiendo, hay heridas muy profundas.

Y eso que al principio todo parecía fácil.

Es indiscutible que la convivencia ha mejorado muchísimo y que hay menos tensión. Pero no es un conflicto cerrado. Todavía despierta agresividades, en Euskadi y fuera.

Lo interesante es que va hasta la raíz. 

Sí, al final el libro trata sobre unos cuantos individuos. De los detalles que recuerdan y que nos revelan cómo era entonces la vida y cómo eran ellos por dentro. No aspira a establecer un relato rotundo y coherente. Quiere ir a la raíz de esas vidas, no de las teorías que aspiran a explicarlas.

He visto como mucho vacío en la gente que militaba en ETA. Tenían motivaciones simples

Al principio también está su intención de averiguar por qué querían matar a su padre. ¿Ya sabe por qué?

No creo que hubiera motivaciones profundas. Todo es más rudimentario de lo que pudiera pensarse. Un odio simple, duro y vacío.

¿Y qué consecuencias han tenido en Euskadi ese tipo de cosas?

No soy quién para valorarlo, quitando lo evidente: un gran sufrimiento, una enorme cantidad de desgracias irremediables. Para nada. 

Ahora hasta la selección podría jugar en Bilbao y no pasaría nada.

Claro. Hay que conseguir un presente de normalidad y convivencia entre distintos. Y hay que comprender el pasado a fondo, la parte que nos gusta y la que no, sin ocultarlo ni tergiversarlo.