REPORTAJE

Juan Marsé, recuerdo íntimo de sus amigos

Un grupo de allegados explican su relación, literaria y afectiva, con el autor de 'Últimas tardes con Teresa' coincidiendo con la reedición de sus libros por Lumen

El escritor Juan Marsé

El escritor Juan Marsé / Albert Bertran

Juan Cruz

Juan Cruz

He aquí un grupo de amigos, empezando por Joan Manuel Serrat, que explican su relación, literaria, afectiva, con Juan Marsé cuando Lumen vuelve a publicar libros de su mejor biblioteca. En este caso, la primera tanda de títulos comprende Últimas tardes con Teresa, Rabos de Lagartija, Si te dicen que caí, El embrujo de Shangai y Colección particular.

Un lector del Poble Sec. Joan Manuel Serrat fue un gran amigo de Marsé, su lector. Cuando murió un amigo común, Manuel Vázquez Montalbán, se sentaron juntos en el velatorio. Vi a Serrat llorar. Ahora habla de sus lecturas de la obra de quien tan amigo fue. “Leí primero Últimas tardes con Teresa… Siempre me ha movido el mundo de Marsé… Aquella figura del Pijoaparte, el personaje de teresa Serrat, a la que conocí más adelante… Lo conocí en Bocaccio, en torno a 1968… No fue una amistad inmediata, fue un afecto que fue creciendo con los años. Nos precedía un mundo común, el barrio, la posguerra, ¡incluso llegamos a escribir juntos una canción, Los fantasmas del Roxy! La obra que prefiero de él es El embrujo de Shangai y, claro, Si te dicen que caí… Que su obra siga en las estanterías significa no sólo aprecio, sino interés. La consecuencia de una obra en la que manifiesta una gran sinceridad. Muy rica, muy sincera y muy ágil”.

“Tímido y reservado”. Uno de sus grandes lectores, compilador de obras suyas, prologuista, por ejemplo, de Colección particular y editor de sus confesiones finales, Notas para una memoria que nunca escribiré. Ignacio Echevarría. “Con mi mala memoria”, dice al respecto de su primera lectura de Marsé, “me es imposible responder con precisión a esta pregunta [sobre la primera lectura de Marsé] pero sería bastante pronto, en la raya de los veinte años, si no antes… La primera novela, de eso sí me acuerdo, fue sin duda Últimas tardes con Teresa…”.

Trabajar con su obra “fue un sueño o más bien una fantasía cumplida… Si alguien me hubiera dicho, de estudiante de filología, que algún día me ocuparía de una obra suya, no lo hubiera creído… Su mundo narrativo es tan compacto, su universo moral y sentimental tan característico, y está tan trenzado a mi propia historia moral y sentimental como lector, que trabajar con sus textos fue como ingresar en un ámbito familiar, bien conocido, en el que me movía con naturalidad”.

¿Y convivir con él? “Era tímido y más bien reservado. Tuve el honor de ocuparme de dos de sus libros, uno de ellos -sus diarios y apuntes- de manera póstuma. El otro es una compilación de su narrativa breve. Me manifestó su confianza y me dejó hacer. Él ya estaba enfermo y bastante cansado. Le gustaba conversar y contar viejas anécdotas... Conectábamos a través del humor, sobre todo…”.

El porvenir de su obra

¿Cuál es el porvenir de la obra que sobrevive? “Marsé es un autor que resiste al olvido por el encanto y la coherencia de su mundo narrativo. Que éste se halle enclavado en un territorio muy particular -los barrios de la zona norte de Barcelona- y en una época muy concreta -la posguerra española- no impide que, más allá de estas marcas espaciales y temporales, su obra atraiga a las nuevas generaciones de lectores en la medida en que construye un marco propio, autónomo, que gira alrededor de unos pocos temas esenciales: la infancia, los sueños rotos, el heroísmo, la derrota”.

¿Qué mantiene esa vigencia, como si no envejeciera lo que escribió? “Bueno, el humor es un buen conservante, no cabe duda. Y Marsé lo emplea en abundancia. Se educó como escritor en la lectura atenta de narradores como Stevenson, de los que aprendió el gusto y el arte de contar, y de hacerlo con este otro gran conservante de la narración, esa categoría tan difícil de precisar como de conseguir, el encanto”.

Las libretas y la infancia. Este es Emili Manzano, con Berta ha rebuscado en la memoria escrita, dispersa, en cajones y en gavetas, de la memoria que cabe en el cuarto de Marsé. Periodista, escritor, mallorquín, ha tenido el privilegio de “contar con su confianza, con su generosidad en tiempos difíciles. Para mi fue la persona intachable, un amigo que salta la diferencia de edad. Lo conocí más hojeando esas libretas suyas que empiezan en su infancia. Berta y yo descubrimos su primer diario íntimo. Aun en el hospital seguía llevando la libretita… Es el autor que admiro y la persona a la que conocí buscando en esos recuerdos de cuando se estaba formando como escritor. Hemos encontrado y compartido un patrimonio que ojalá llegué a ser de todo el mundo. Sus diarios de juventud, los cuadernos que escribía en Ceuta, las cartas con aquella amiga a la que le decía que él quería ser escritor. Aquella voluntad del hombre que quiere ser escritor y que sabe que no está formado para ello… Era gruñón en público, por timidez, y le gustaba estar con los amigos tranquilos tomándose un whisky los sábados por la tarde… Ahí están, en sus recuerdos, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Castellet, empujando su talento y su fuerza… Todo eso es lo que se encuentra en esos cuadernitos que ahora hemos rescatado de sus innumerables cajones. Es el triunfo de la voluntad“.

Andreu Jaume: “La denuncia de la memoria estafada”.  Editor, escritor, recibió un encargo imposible: encontrar un texto sobre la Andalucía de la posguerra que Marsé escribió con seudónimo para Ruedo Ibérico. ¿Y qué seudónimo? En Suiza estaba guardado bajo un anonimato paradójico. Él rebuscó hasta que el propio Marsé, ya en los últimos años de su vida, recordó, dice Andreu Jaume, aquel nombre que era un escondrijo: Manolo Reyes, que fue como se llamó el Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa.

El título del libro, quiso el editor de Ruedo Ibérico, sería Andalucía Mon Amour, que no le gustaba a su autor, pero así debía estar registrado en el Instituto de Estudios Sociales donde había sido depositado, inédito, en Ámsterdam. No aparecía tampoco con ese título. Jaume halló el manuscrito y ya se sabe que esa publicación fue, en este tiempo en que ya el hombre que se despedía, una de las últimas alegrías de Marsé.

“A Marsé yo empecé leyéndolo desde que empecé a leer. Venía de Mallorca, estudié aquí, entré a trabajar en Lumen, con Esther Tusquets, y como tal editor pude trabajar con él en la época en que estaba terminando Rabos de lagartija… Le acompañaba en las promociones, tenía una relación muy cercana con él y para mi eso fue un verdadero privilegio…

“La suya fue, como escritor de su tiempo”, dice Jaume, “la denuncia de la memoria estafada, de la tergiversación oficial del franquismo y, en general, de todos los poderes… Él tiene el signo indeleble de los grandes novelistas, que es la capacidad de conferir dignidad a todos los personajes derrotados. Es una mirada implacable frente a la realidad. La enorme generosidad de su mirada la comparte con grandes como Dickens o Balzac. Eso está latente, aunque embrionario, en aquel libro, Viaje al Sur, que finalmente sería el resultado de aquella pesquisa en busca de un manuscrito escrito por Juan en 1962 y luego extraviado en Ámsterdam”.

Empezar por Teresa. Este es Josep Maria Cuenca. Biógrafo de Marsé, su lector. Su libro sobre el autor de Últimas tardes con Teresa (Mientras llega la felicidad, Anagrama, 2015) es la explicación apasionada de cómo descubrió a su autor leyendo aquel deslumbramiento. “Me quedé fascinado”. Era “el punto de vista de los perdedores” y él era de esa partida. Con él “había una afinidad social, temática, previa a la lectura… Pero además descubrí a un grandísimo escritor… Lo leí por primera vez con ojos muy ingenuos. Y luego, ya más a fondo, leí todos sus libros, desde Si te dicen que caí o La prima Montse… En cuanto a la recepción que hubo aquí de Si te dicen que caí, tan aclamada en México, en 1973: se llegó a decir que era un libro sobre la Falange. No lo es y él no lo pretendió en absoluto. Quienes hemos leído la novela sabemos que sobre todo se trata de la recreación de la infancia en un país como el nuestro. En aquellos barrios obreros en los que yo he vivido había puntos en común con lo que narra Marsé ahí. Durante tiempo aquí nadie la leyó, o la leyó mal, aunque la tuvieran en las estanterías… Rafael Conte decía que, superadas las primeras cuarenta páginas de Si te dicen que caí ya no había problema de lectura. ¡Yo diría que incluso menos! Otros libros preferidos: La prima Montse, Últimas tardes con Teresa, Rabos de Lagartija… Nadie sabe qué va a pasar con el futuro de su obra, ni de la de nadie, pero creo que muchos escritores de cuarenta años que no pertenecen lo consideran un autor de otro momento… Eso tiene que ver con la tentación de utilizar las sillas vacías que dejan atrás escritores así de consistentes… Fíjate que cuando murió hubo en algunos barrios una reacción espontánea que llevó a escribir en las paredes la leyenda Marsé vive… El grupo marseniano es muy fiel, muy combativo, defendiendo el legado de Juan. Esta reedición de Lumen, su editorial, no se hubiera hecho sin tener constancia de la viabilidad de las respectivas ediciones. No conozco ningún caso en que la muerte de un autor supusiera una reacción popular como esta de pintar las paredes de las calles con su recuerdo. Yo, que me siento comprometido como amigo y como biógrafo de Juan, me alegro de cualquier iniciativa creativa para intentar mantener la llama de su obra viva. La obra de Marsé merece y merecerá ser leída durante mucho tiempo. Del mismo modo que para conocer el París del XIX hay que pasar por Balzac, para saber de la posguerra español leer a Marsé es imprescindible”.

Le gustaba jugar a las cartas con sus nietos. Jugaba él mismo con los animales que tenía alrededor, el gato Nanu, llamado así por Joan Manuel (Nanu) Serrat, el perro Simón (“bautizado por mí”, dice su hija Berta) y hasta el fin de su vida habitó en el alma de Barcelona y en este cuarto en el que su hija resume, una a una, con documentos, cartas y manuscritos, al autor que a su muerte fue vitoreado en las calles de Barcelona: Marsé vive.