REPORTAJE

Juan Marsé vive en las estanterías

Coincidiendo con la reedición de las novelas más conocidas del autor barcelonés, hablamos con Berta Marsé, su hija, mientras ultima el traslado del contenido del despacho de su padre a la Biblioteca Nacional antes de decidir el destino final de este legado, que será Barcelona o Madrid

El escritor Juan Marsé

El escritor Juan Marsé / EP

Juan Cruz

Juan Cruz

¿Qué leía Juan Marsé?, ¿cómo valoraba esas lecturas? La pregunta es para Berta Marsé, la hija del autor de Últimas tardes con Teresa. Ella, novelista también, está sentada donde su padre (Barcelona, 1933-2020) escribió la mayor parte de sus libros. Alrededor, las estanterías, siempre repletas de recuerdos, fotografías, apuntes, correspondencia, vida, están ya semivacías. Ahora Lumen, su editorial, ha lanzado a las librerías reediciones de Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí, El embrujo de Shanghai, Rabos de lagartija y Colección particular… pronto les seguirán otras novelas. Cuando murió, calles populares de Barcelona lo despidieron con esta inscripción en las paredes: Marsé vive. Es verdad, lo ha sido siempre, en las estanterías.

Esos documentos que dejó atrás Marsé, y que son fundamentales para entender la historia del gran novelista español de la posguerra, están viajando en pos de la Biblioteca Nacional, donde se dilucidará, con la familia del escritor –Joaquina Hoyas, su viuda, y sus hijos, Berta y Alejandro–, cuál es el destino, si Madrid o Barcelona, finalmente resulta ser la sede de un legado que explica gran parte de la literatura y la amistad de tantos años de vida y de escritura.

Emoción y verdad

Ella, Berta (Barcelona, 1969), pasa horas aquí. Ahora que no está su padre son horas solitarias en las que amigos suyos le han ayudado a rebuscar lo que Juan no quiso nunca que se perdiera. En esa atmósfera llena de letra impresa y de recuerdos le he preguntado cómo leía su padre sus propios textos. "De los suyos contaba muy poco. Con el resto era muy ecléctico. Leía de todo, si algo le aburría o le sonaba pretencioso, lo abandonaba. Siempre buscaba emoción y verdad, estuviera mejor o peor escrito. No se explayaba mucho con los elogios. Si algo le gustaba decía que estaba bien y no daba muchas más explicaciones. Sin embargo, sí las daba cuando no le gustaba".

A Marsé le gustaba Juan Carlos Onetti, por ejemplo, "como escritor y como personaje…", cuenta su hija, que añade: "También le recuerdo hablar bien de Manuel Chaves Nogales como un descubrimiento personal, le gustaban mucho los cuentos de Horacio Quiroga, de Jorge Luis Borges... De los americanos, Truman Capote, algunas cosas de Ernest Hemingway, no todo, y le fascinaba Scott Fitzgerald. De sus contemporáneos no sabría decirte". Le gustaba la personalidad de su amigo Jaime Gil de Biedma, "pero no era muy entendido en poesía… decía que no sabía gran cosa. Antonio Machado creo que le gustaba mucho".

En cuanto a lo que él mismo escribía, "no comentaba mucho, pero tras revisar ahora todo lo que había en su estudio es más que evidente que nunca estaba satisfecho. Hay montones de correcciones de lo mismo, nunca estaba lo suficientemente bien, era el eterno insatisfecho… Hablaba mucho pero más bien del material, de la información que buscaba, del barrio, de aviones de combate o de tipos de veneno, por ejemplo, hablaba de lo que necesitaba para escribir".

Nunca estaba satisfecho. Hay montones de correcciones de lo mismo, nunca estaba lo suficientemente bien, era el eterno insatisfecho

¿Con qué libro estuvo más contento? "Con Rabos de lagartija, que le dio muchísimo trabajo; Caligrafía de los sueños, y creo, no estoy segura, pero por lo que dicen, Si te dicen que caí fue un libro muy especial para él… Lo tengo borroso. Yo empecé mal porque el primero que leí fue Si te dicen que caí porque me llamó la atención la cubierta [Neptuno devorando a su hijo]. No entendí nada, me pareció muy fuerte y lo tuve que dejar. Debía tener unos 12 años. Lo volví a leer después. El primero que leí de manera más consciente, con 13 o 14 años, fue Últimas tardes con Teresa cuando hicieron la película; me gustó mucho. Y el que recuerdo leer y olvidarme incluso de que era una obra de mi padre es El embrujo de Shanghai. Me entusiasmó y no sabría decirte por qué, lo leí en el momento oportuno, me pareció una historia muy emotiva, me sentí identificada con Susanita, le hice un dibujo muy bonito para la portada con ella en la cama y la chimenea detrás, que desgraciadamente luego no utilizó la editorial y he encontrado también por aquí…".

Relación entre padre e hija

¿Cómo fue la relación de adulta con él cuando Berta misma ya escribía? "Siempre fue la misma, escribiera yo o no, no cambió, siempre fue muy buena. Teníamos mucha complicidad, nos parecíamos bastante, compartíamos muchas cosas: el gusto por la literatura, por leer, el cine, al que íbamos juntos. No cambió… Yo empecé a publicar bastante tarde, con treinta y muchos, aunque llevaba años escribiendo y creo que él se lamentaba un poco de que no le enseñara nada antes de publicarlo. Solo le enseñé un cuento que había ganado en un concurso y eso le dolía un poco, pero es que él tampoco lo hacía. He conocido a montones de escritores y nadie enseña lo que está preparando, no se puede enseñar, es muy feo, solo lo entiende uno mismo. Solo lo enseñas cuando ya está acabado, prácticamente acabado o crees que está presentable".

Teníamos mucha complicidad, nos parecíamos bastante, compartíamos muchas cosas: el gusto por la literatura, por leer, el cine, al que íbamos juntos

¿Por qué le causó aquella impresión Si te dicen que caí? "Primero, porque lo leí demasiado pronto, ese libro no puedes leerlo con 12 años; y segundo, porque es un libro fuerte, impactante. Me chocó el vocabulario, las escenas sexuales, era muy crudo, yo tenía 12 años y eso no tocaba. Al leerlo de adulta me siguió pareciendo el libro más fuerte y sórdido de los que había escrito. Recuerdo haberlo comentado con él y se reía cuando yo decía: ‘¡Qué fuerte!’. Le hacía gracia. Tenía muchísimo sentido del humor, un humor muy negro, se reía mucho de los otros y también de sí mismo, se reía de todo".

Marsé era todo un cineasta. "Totalmente –asiente su hija–, se nota en sus libros y cuando hablaba de las películas, tenía un amor apasionado por el cine. Vivió su niñez y adolescencia en el cine. Además, el de aquella época: para un chaval de la posguerra ver El Zorro o Fu Manchú era flipante".

Escritor obrero

Hablemos de su obra. Rabos de lagartija. "Lo leí antes de salir porque yo ya era mayorcita y mi padre nos dio a leer la última versión a mi madre y a mí". El embrujo de Shanghai. "Me emocionó mucho porque, como te decía, creo que la leí en el momento apropiado, con veintipocos años, me sentí identificada con la niña. Es la única novela que he logrado leer olvidándome de que el autor era mi padre. Todo lo que había leído antes me resultó muy familiar, demasiado conocido. Con El embrujo de Shanghai conseguí abstraerme, entrar en la novela como entras en otras o en una película, estando en la historia que cuenta". Últimas tardes con Teresa. "Fui al rodaje de la película cuando era adolescente, me emocioné y quise leerla. Me gustó mucho, se podía leer a esa edad, no como Si te dicen que caí, que la leí y no entendí nada". 

Continuamos: Últimas tardes con Teresa. "Impactó porque mi padre era muy auténtico como persona y como escritor y hasta ese momento no hubo ninguna voz como la suya. Lo tachaban de escritor obrero y, aunque a él le molestaba bastante eso, tiene algo de verdad. En su manera de narrar había un vigor, una fuerza, una pasión que no tenían los escritores de corte más intelectual, tampoco en los de menor nivel. Él abrió una brecha ahí en medio y es lo que causó ese impacto".

Lo tachaban de escritor obrero y, aunque a él le molestaba bastante eso, tiene algo de verdad. En su manera de narrar había un vigor que no tenían los escritores de corte más intelectual

Acertó con los lectores "en ese vigor, esa fuerza narrativa, la pasión, pero también por la coherencia de toda su obra. No se diversificó, fue fiel a su propio mundo, a su propio estilo, se centró y concentró y su obra es muy reconocible y coherente, no hay flecos. También tuvo la suerte de que las cosas le fueron bien y pudo hacerlo".

Guille es Guillermo, el nieto de Marsé, hijo de Berta, ojo derecho del abuelo. Ahora tiene 24 años. Cuando tenía 15 años, entró en su escuela la lectura obligatoria de Últimas tardes con Teresa. El abuelo recibió los exámenes. Guille tuvo un 8,5, otros se llevaron matrícula. Berta dice, mostrando aquellos exámenes corregidos: "Me llamó la atención lo bien que se expresan, su visión crítica, saben más de lo que creía sobre la época y sus circunstancias; las chicas se centran un poco más en la historia de amor, pero todos hacen una valoración muy positiva y les gusta. Las profesoras estaban emocionadas por haber podido venir aquí a verlo, traerle los exámenes, le entregaron una carta preciosa. A mi padre le encantaba ir a los institutos, lo que más; nunca se negaba a ir a ningún encuentro con estudiantes".

Destino bibliotecario

En el despacho hay de todo. Y todo está viajando en cajas. Si ella tuviera que elegir algo de todo lo que viaja al destino bibliotecario que se produzca... "¡no acabaría nunca!". "Las cartas de amor que le escribió a mi madre cuando la conoció, en 1965, preciosas, superapasionadas y románticas como nunca lo imaginé; el diario que escribió a lápiz con 14 años me emocionó mucho; las libretas que llevaba encima son muy bonitas, aún no he podido leerlas todas; precioso también es el manuscrito de Ronda del Guinardó, que en principio se titulaba Rosita y el cadáver; las fotos de la mili me las quedaría todas…".

–Mientras buscabas, ¿fuiste feliz o nostálgica?

–Las dos cosas. Mucha nostalgia y mucha felicidad con su letra y, aunque me he quejado bastante porque ha sido mucho trabajo y casi nadie me ha ayudado, al final he entendido que esto es algo un que tenía que hacer yo. Realmente es un privilegio y algún día me daré cuenta de todo lo que ha significado para mí meter en 150 cajas toda la vida y la obra de mi padre. He encontrado hasta sus papeles de adopción, que pagó él mismo cuando estaba en la mili. Todo, lo guardaba todo. Desde la adolescencia en adelante me empezó a pasar muchos libros para que los leyera, casi todos mis referentes me los recomendó él: Truman Capote, uno de mis favoritos, Scott Fitzgerald, los cuentos de John Cheever…

–Eres hija de Juan Marsé y de sus lecturas. 

–Claro. Luego me abrí, pero sobre todo al principio, sí. Los cuentos de Edgar Allan Poe me los regaló cuando era niña y me fascinaron. Los primeros cuentos que escribí copiando a Poe, infumables todos ahora… los guardo, todo plagios.

–Este cuarto, qué historia.

–Cuando se lo lleven todo y quede vacío va a ser un shock para mí porque desde que tengo uso de razón, en todas nuestras casas, estaba el despacho de mi padre. 

–¿Qué pondrás aquí? 

–No tengo ni idea, aquí están todas las primeras ediciones de todos sus ejemplares que él guardaba siempre, dos copias, una me la quedaré yo y la otra irá a la Biblioteca Nacional. Sus libros publicados seguirán estando aquí, todo lo demás no lo sé. La verdad es que me tengo que preparar para ese momento.

–¿Qué persiste de manera más potente en tu memoria sobre tu padre?

–¡Uf! Su carácter afable, en contra de lo que se pueda creer, porque él tenía fama de gruñón. Para mí fue un padre superfácil, accesible y afectuoso. Su trato, siempre me pedía opinión, tenía en cuenta lo que yo decía, aunque fuese pequeña, me preguntaba si me gustaba esto o aquello. Su carácter afable, su voz, hablar con él, sobre todo los últimos años en los que le acompañaba a la diálisis y pasábamos muchas horas juntos. Hablar, hablar de todo, de política, del procés… Y también que siempre estuviera cerca, no le gustaba viajar, estaba mucho en casa metido en el despacho. Mi padre sentado en el despacho con sus papeles era mi núcleo. Es lo que más hecho de menos.  

Un abuelo guay

El niño lector. Habla Guille. "Me hablaron de él en el colegio, en la primaria todos sabían quién era. Ahí supe quién era de verdad. Me dio curiosidad de leerlo en la secundaria. Antes no le presté atención: prefería la mitología griega. ¡Me pusieron un ocho cuando conté mi lectura de Últimas tardes con Teresa…! Me gustó mucho y me hizo ilusión leerlo, pero hubo quien me vino diciendo que no le gustaba… Me decían: ‘¡Vaya tostón!’. Fuimos a verlo a su casa con unos cuantos amigos, le hicimos una entrevista. ¡La entrevista está en YouTube! A él también se le notaba en la cara que le hacía ilusión".

"Le hacía mucha gracia relacionarse con chavales –prosigue Guille–. Y fíjate que a él no le pareció serio que leyéramos su libro en clase siendo como era lo que había escrito… ¿La imagen de mi abuelo ahora? Lo quería mucho, lo sigo queriendo. Una persona muy buena, me hacía mucha gracia su humor, los dibujos que hacía. Una persona muy guay".