Opinión | MIRADAS

Agencias & literarias

Autores, editores y los propios agentes no solo coinciden en que son necesarias, también en que son parte clave del cosmos editorial 

El agente literario Andrew Wylie

El agente literario Andrew Wylie / Javier Carbajal

Hay muchas y variadas opiniones sobre qué son, qué hacen y si son o no útiles las agencias literarias. Antes de analizar el tema desde mi perspectiva, he querido dar voz a un autor, a una agencia literaria y a una editora. Creo que es interesante que sepamos qué piensan los protagonistas sobre qué es una agencia literaria.

El autor colombiano Juan Gabriel Vásquez me dice: “Un agente es, en mi caso, una agente. Es mucho más que una negociante de derechos y una intermediaria, aunque también es eso. Es una consejera, una cómplice y uno de mis primeros lectores. Con ella discuto los proyectos que tengo en marcha, desde las historias mismas hasta los asuntos más técnicos de la cocina literaria. Lo principal es el asunto de los números, que es algo que yo no podría hacer bien y que además me quitaría tiempo. Pero sin la relación literaria, sin conversaciones que pasan por el oficio, mi relación con mi agente estaría incompleta.”

Guillermo Schavelzon, fundador de la agencia Schavelzon&Graham, me da su opinión: “Es imposible pensar hoy en las funciones del agente literario como si las cosas en el mundo de la edición no hubieran cambiado de manera total en las últimas décadas. En el imaginario tenemos la idea de la pionera, la genial Carmen Balcells, que siempre dijo que lo fundamental era el anticipo. Así era hace cincuenta años, no había ordenadores, las cuentas se dibujaban con un lápiz, no existía la digitalización.

El (o la) agente, que en algún momento se definía (mal) como un intermediario entre el autor y el editor, hoy es otra cosa muy diferente. Es un profesional que trabaja únicamente para sus clientes, los autores, con el objeto de gestionar de la manera más razonable y eficiente el mayor aprovechamiento del trabajo del escritor.

El principal ingreso de quienes escriben ya no es el de sus derechos de autor, sino de las múltiples utilizaciones, soportes, versiones, formatos, traducciones y adaptaciones que tiene su obra. Por eso la agencia no puede al mismo tiempo ser la editorial que lo publica, lo que antes se decía "estar de los dos lados del mostrador"; es decir, enfrentar un conflicto de intereses en cada decisión.

El agente conoce a fondo el ecosistema del libro y cómo toma las decisiones hoy una editorial, es bilingüe, en el sentido de que tiene un lenguaje para hablar con el autor y otro con el editor. Sabe qué merece la pena discutir y negociar y qué no. Y, sobre todo, conoce y ha leído bien la obra del representado. Por eso creo que las agencias buenas son las que representan un número acotado de escritores, aunque no puedo negar que la más grande del mundo, la del tiburón de Nueva York representa a más de mil quinientos autores y lo hace bien. Pero es otra cultura, otro mundo, otra forma de trabajar, que no puedo ni imaginar.

Y la editora “multidisciplinar” Berta Noy me aporta también la suya. “En un mundo perfecto, las agentes literarias ayudan a sus autores a publicar en la mejor editorial posible para cada autor, y con las mejores condiciones posibles. Algunas ayudan al autor a pulir el manuscrito antes de mandarlo a las editoriales. Son el intermediario entre el autor y el editor en el proceso de negociación del contrato y, una vez publicado el libro, trabajan conjuntamente con el autor y el editor para conseguir lo que queremos: llegar al máximo número de lectores posibles. Son también el profesional que ayuda al autor a entender la complejidad de nuestro negocio. En un mundo perfecto.”

Matices

Como se puede leer, no hay grandes discrepancias pero sí matices importantes. Una cuestión que queda clara es que en opinión de las tres partes las agencias literarias no son prescindibles, son necesarias y ya parte fundamental del cosmos editorial. Eso, en mi opinión, es muy importante. No se cuestiona la figura. Todo lo contrario. Y eso me da tranquilidad, porque siempre me ha gustado trabajar con agentes literarios.

Soy de los que cree que si a una agencia le va bien año a año, en general a todos los involucrados en este negocio, que son muchos más que los tres mencionados –la imprenta, la fotocomposición, la traducción, el diseño, la logística, los equipos de venta, las distribuidoras, las librerías y las grandes cuentas–, también les va bien.

El negocio es, y no quisiera exagerar, tan complejo como el funcionamiento de un reloj. De un reloj de lujo o de un reloj de uso: la maquinaria funciona si todas las pequeñas y grandes piezas funcionan, solo que una de ellas deje de funcionar repercute en el global del negocio del libro. Y quien queda perjudicado es el lector, a quien van destinados los esfuerzos, la creatividad y el trabajo de muchos actores para que finalmente la obra no desafine.

Variedad

Afortunadamente, en nuestro país hay una amplia variedad de agencias, muy pequeñas en número de trabajadores, pequeñas, medianas de diferentes tamaños y grandes. Normalmente tenemos la ventaja de hablar con una persona con la que podemos o no empatizar, pero siempre es alguien que habla nuestro lenguaje y aunque defienda intereses diferentes a las nuestros, el contexto es compartido. Sabemos de qué estamos hablando. Y eso es una garantía de estabilidad, que no de tranquilidad. Porque frecuentemente y tengan el tamaño que tengan están siempre ocupadas, con reuniones, ferias, y trabajo administrativo que no suele verse. Por este lado creo que se puede establecer que es bueno que tengamos agencias literarias en nuestro país.

Aunque hay muchos autores que forman parte de agencias literarias radicadas lejos de nuestras fronteras, en general el sistema de trabajo diario es el mismo, solo cambia el idioma de las conversaciones telefónicas y de los correos electrónicos. Y tenemos varias ferias del libro internacionales para hablar cara a cara, tomar un café y conocer a aquella persona con la que solo habíamos intercambiado mails y alguna llamada telefónica.

Eso, una vez ya ocurrido, es importante, porque dejas de escribirle a una máquina, le escribes a una persona con un rostro y un estilo de trabajo. Y con ella puedes bromear y hasta reír. Las máquinas aún no tienen esa facultad.

Si he despejado dudas o prejuicios sobre el tema, ya me doy por satisfecho. En todo caso, es un tema que, como la vida, cambia y fluye. Terminaré con un comentario aparecido en The New York Times que me parece muy interesante y del que se habla mucho en el sector, pero poco en la prensa escrita: “El agente en estos días suele ser el único elemento estable en la vida de los autores, ya que muchos editores han cambiado de editorial, y al cabo de pocos años lo vuelven a hacer. Cambian de empresa porque no tienen otra forma de progresar.” (Literary Agents. A Writer’s introduction. John F. Baker)