Opinión | EN PUNTAS DE PIE

El mundo a través de las obsesiones ajenas

El género del ensayo es la celebración de la curiosidad como motor vital y nos lleva hacia territorios que no imaginábamos

Brian Dillon, autor del libro 'Ensayismo'

Brian Dillon, autor del libro 'Ensayismo' / EPE

Siempre he envidiado a las personas que se han topado con algo que les obsesiona y han dedicado gran parte de sus vidas a comprender por qué no pueden dirigir su mirada hacia otro lugar. No todos tenemos la capacidad de entregarnos a algo y no es fácil cultivar una obsesión, pero muchas personas lo han hecho y han encontrado en el género del ensayo la forma de compartir con los demás esas preocupaciones recurrentes. Esos intentos fallidos de entenderse a sí mismos constituyen uno de los miradores desde los que el resto podemos contemplar el mundo.

Quiero pensar que Brian Dillon estaría de acuerdo en que los ensayos son una manera de cambiar la perspectiva. Leyendo su último libro, Ensayismo (Anagrama, 2023), he recordado por qué siempre he necesitado alternar la ficción con el ensayo. Él reconoce que lee buscando cierto tipo de vulnerabilidad, seguramente porque sabe que es en el terreno de la fragilidad donde nacen las obsesiones, y que las obsesiones de los demás son una forma de alimento.

Un ensayo nunca se termina de leer, porque, aunque siempre estemos volviendo a él, al mismo tiempo nos dirige hacia lugares inexplorados

Los ensayos se parecen un poco a las listas. Son fragmentarios por naturaleza; contienen un número de pequeñas obsesiones. Y los ensayos, como absolutamente todo, se pueden enumerar. Ricardo Piglia escribió en una nota de Los diarios de Emilio Renzi fechada en mayo de 1970: “Listas de compras, listas de cosas por hacer, listas de amigos a los que ver (…). Las listas siempre me han tranquilizado, como si al anotarlas me olvidara del mundo y, en algunos casos, como si anotar fuera ya hacer lo que imagino o prometo, contento entonces, como si la novela cuyos capítulos he anotado ya estuviera escrita”.

Efecto terapéutico

Incorporar ensayos a la biblioteca personal tiene también ese efecto terapéutico inicial. Cuando tenemos entre las manos uno nuevo confiamos en alcanzar el máximo conocimiento sobre un tema, pero, si cumple con su papel -instruir, seducir y desconcertar-, un ensayo nunca se termina de leer, porque, aunque siempre estemos volviendo a él, al mismo tiempo nos dirige hacia lugares inexplorados.

Tengo esa sensación con ensayos que leí hace tiempo, pero a los que mi mente regresa con frecuencia. La mente de los justos, de Jonathan Haidt; El miedo a los bárbaros, de Tzvetan Todorov; Orientalismo, de Edward W. Said; Algo va mal, de Tony Judt; El tiempo regalado, de Andrea Köhler; El arte de perderse, de Rebecca Solnit o El selfie del mundo, de Marco d’Eramo. Cada uno de ellos me ha dado respuestas en una época distinta de mi vida, pero sobre todo me ha planteado nuevas preguntas.

En Curiosidad (Turner Noema, 2013), Philip Ball cita al filósofo francés Michel Foucault: “La curiosidad es un vicio que se ha visto estigmatizado una y otra vez por el cristianismo, la filosofía e incluso cierta concepción de la ciencia. Curiosidad, futilidad. La palabra, sin embargo, me agrada; me sugiere otra cosa por completo: evoca intranquilidad; la preocupación que se tiene por lo que existe y por lo que podría existir; la disposición a encontrar extraño y singular lo que nos rodea; una cierta ansiedad por desligarnos de nuestras familiaridades y ver los objetos cotidianos bajo otra luz; un ardor por captar lo que sucede; una despreocupación por las jerarquías tradicionales de lo importante y lo fundamental”.