REPORTAJE

¿Por qué escribo?

Diversos autores hispanoamericanos explican las razones que les llevan a dedicar buena parte de sus vidas a la creación literaria

Una viñeta de Tom Gauld para representar el dilema del escritor ante la escritura

Una viñeta de Tom Gauld para representar el dilema del escritor ante la escritura / Tom Gauld

Mariana Sández

"Las obras maestras de la literatura constituyen una suerte de lengua extranjera en el interior del idioma”, escribe el filósofo Gilles Deleuze en Bartleby o la fórmula, su ensayo sobre el relato de Herman Melville. Lleva a reflexionar si no será esa, en definitiva, la búsqueda última de todo escritor: crear con la palabra un túnel en el vientre de la lengua, que sirva de refugio. Llegar tan allá en el lenguaje que el propio idioma se vuelva invisible. Reventar la lengua para descansar en su silencio, o en su apatía.

Además, dice allí el francés: "Un gran libro es siempre el reverso de otro libro que se escribe en el alma, con silencio y con sangre". Lo extranjero y lo irracional comparten el estado de desconcierto frente a la comunicación. Tal vez eso explica por qué los creadores literarios de todas las épocas suelen referirse a la imposibilidad de expresar el motivo que los arrastra hacia la literatura como experiencia vital. No ser de ningún lado y de ningún sentido cuando se está en el territorio verbal.

Algunos autores de habla hispana, de España y Latinoamérica, aceptaron el desafío de intentar dar una respuesta a esta pregunta siempre incompleta.

Sergio Ramírez (Masatepe, 1942): "Escribo por una necesidad visceral de contar a otros lo que me parece singular y se están perdiendo, porque pienso que nadie sino yo puede contarlo y que si me quedo con esa historia dentro voy a intoxicarme porque las historias son para compartirlas con los demás".

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948): "Escribo para ser extranjero siempre".

Gioconda Belli (Managua, 1948): "Existo, luego escribo".

Juan Cruz Ruiz (Tenerife, 1948): "Escribo porque si no lo hago, me ahogo. Desde niño buscaba folios en una casa sin papeles. Primero, porque quería saber por qué tenía las manos frías. Después, porque no entendía por qué los otros bailaban y a mí me resultaba imposible hacerlo. Más adelante, quise saber por qué morían las personas. Eso me llevó a preguntarme también por el origen de la pobreza y por la persistencia de esta en los rostros de mis vecinos tristes. Luego me di cuenta de que no podía escribir tan solo sobre lo que me pasaba por dentro, y me hice periodista. Esto me impidió ser escritor a tiempo completo y ahora cuando miro el folio en blanco siento nostalgia de la niñez, cuando era verdaderamente un escritor sin folios".

María Negroni (Rosario, 1951): "Leer y escribir, en ese orden, son las dos actividades que más placer me producen en la vida. En ese silencio encuentro serenidad, me abandono a la imaginación, y me curo un poco de las ideas y palabras vacías (calcificadas) que predominan en el mundo exterior. La escritura es también para mí una manera de reflexionar sobre el lenguaje, de preguntar lo que no tiene respuesta y de enfrentarme a lo más desconocido de mí misma".

Rosa Montero (Madrid, 1951): "Escribo para perder el miedo a la muerte y también porque es mi manera de poder soportar la existencia. Escribo desde los cinco años, así que, parafraseando a Monterroso, cuando desperté a la vida la escritura ya estaba ahí".

Juan Villoro (México D.F, 1956): "A los veinte años, ante la misma pregunta, contesté: 'Escribo para decir las cosas que me da vergüenza decir de otra manera'. A la distancia pienso que ese joven tenía razón, aunque escribir no siempre me libra de la vergüenza".

Elvira Lindo (Cádiz, 1962). "Escribía de niña como un juego, de adolescente como un deseo de ser independiente y de volcar secretos; en mi primera juventud, se convirtió en un oficio y una manera de ganarme la vida en la radio. Más tarde, cuando lo dejé todo para escribir traté de que no perdiera ninguna de aquellas voluntades: juego, independencia, oficio".

Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964): "Para no perder el asombro. Como una forma de sentirse vivo".

Santiago Gamboa (Bogotá, 1965): "Muchas veces me han preguntado qué es escribir y, sobre todo, por qué lo hago. Generalmente resuelvo el asunto con alguna respuesta aproximativa, 'porque me gusta leer', o con frases astutas encontradas por ahí, del tipo, 'porque sería mucho peor si no lo hiciera'. Los escritores sabemos que escribir es la mejor manera de pensar. Lo que se escribe es siempre real y verdadero ya que adquiere una forma y, en ocasiones, un soplo vital, a diferencia de lo 'no escrito', que es el extenso e infinito universo de lo 'no pensado ni vivido', de lo que no tiene espacio en mente alguna. Escribir es traer a la realidad experiencias e ideas que otros puedan leer e incorporar a su vida".

Cristina Sánchez-Andrade (Santiago de Compostela, 1968): "Escribimos para saber lo que no sabemos que sabemos".

Ernesto Pérez-Zúñiga (Madrid, 1971): "Escribo para comprender el mundo y también para traer la música, la forma, de ese significado. Me sucede desde que salí de la infancia. Lo que experimento, lo que imagino, lo que no sé. Lo que juego. Lo que me juego. Lo que solo sé si lo escribo. Escribo para crear otros mundos que he entrevisto en algún resquicio del tiempo. Escribo para conectar con el sentido. Y puede parecer extraño: me siento, ante todo, escritura".

Pilar Adón (Madrid, 1971): "Escribo porque leo. Porque cuando no lo hago noto que me falta algo. Y, sobre todo, porque me gusta. Es mi manera de conectarme con la vida".

Valeria Correa-Fiz (Rosario, 1971): "Escribo porque es una forma de ordenar mi biografía y de pensar(me). Escribo para custodiar el silencio y desobedecer, por un rato, a los estímulos del mundo. Escribo para recordar y también para poder olvidar. Escribo porque no puedo no escribir. Y por amor al lenguaje".

Giovanna Rivero (Montero, 1972): "Escribo porque la ficción me salvó del aburrimiento de la provincia cuando era niña. Y me salvó de no entender(me) cuando fui joven. Y me acogió en el duelo. Quiero, entonces, devolverle a esa conciencia amorosa la pasión por lo humano y por la existencia, según la entienden mi corazón y mi teclado".

Guadalupe Nettel (México D.F, 1973): "Escribo para transmutar el plomo en oro".

Santiago Roncagliolo (Lima, 1975): "Escribo porque la vida es muy poca cosa. Yo solo soy un aburrido padre de familia de clase media. Pero escribiendo he sido un asesino en serie, una bruja del siglo XVII, un embajador norteamericano, un terrorista marxista, un dragón enamorado de una princesa… ¿Quién puede querer ser solo la persona que es? Escribir es la forma de ser más, de vivir más".

Juan Tallón (Villardevós, 1975): "La respuesta llega casi siempre después de haber escrito, y a menudo en forma de teoría difícil de cotejar. No sabemos nunca realmente por qué escribimos. Nos incomoda que no haya una causa, como nos desasosegaría que no hubiese un comienzo del universo, así que para tapar el agujero por el que se nos sale la desazón anunciamos que escribimos para comunicarnos, o para que nos quieran, o lo que se nos ocurra decir en cada momento y nos cause gracia. Pero seguro que es por algo distinto, por una razón que nunca conoceremos, porque si la sabemos, un día quizá ya no escribiremos y entonces el mundo, o por lo menos nuestra vida, sí que será horrible de verdad. Esa es mi teoría: no sabemos por qué escribimos pero seguimos escribiendo".

Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982): "Escribo porque no sé entender el mundo sin palabras ¿No son acaso periscopios, pinzas con las cuales sujetarlo? Somos más precisos cuando disponemos de ellas para dar cuenta de un mundo, sobre todo, cuando lo desconocemos.  La palabra piensa. La palabra delimita el mundo; lo crea y lo destruye".

Inés Martín Rodrigo (Madrid, 1983): "Concibo la escritura como una contingencia vital, que provoca y posibilita experiencias, nunca daña. Escribo para entender, entenderme y que me entiendan. Es un misterio que hunde sus raíces en la condición humana y lleva a la paradójica certeza de que lo escrito tiene la virtud imperecedera de la que carece lo dicho".

Eudris Planche Savón (Guantánamo, 1985): "Escribo porque es una forma de leer, de reconectarme con la capacidad de observación virgen y libre que uno tiene de niño, y a partir de ahí comenzar a contar lo que he ido vi(viendo) y otros inventos acaso no tan reales. Ante todo apuesto por la imaginación. Escribo para seres no moldeados y aquellos que quieren dejar de serlo, niños y adultos que han renunciado a los espejuelos con que algunos mediadores han querido imponerles su visión. Escribo para seres inconformes, inteligentes o en camino de serlo".

Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988): "Escribo para escuchar la música que hay en las palabras y que esa música ponga a bailar mi pensamiento. Para que la voz suene más fuerte que el logos".

Simón López Trujillo (Santiago de Chile, 1994): "Escribo para que el propio lenguaje sea más ancho. Escribo para leer mejor".

"Cavar un pozo con una aguja"

En La maleta de mi padre, texto que leyó al recibir el Premio Nobel en 2006, Orhan Pamuk, de algún modo, reúne todas esas versiones al definirlo así:

[…] En mi opinión, el secreto de la escritura no reside en una inspiración que nunca se sabe de dónde va a venir, sino en la obstinación y la paciencia. Me da la impresión de que ese hermoso dicho turco, “cavar un pozo con una aguja”, se usa para escritores como yo. […]

[…] la pregunta que más a menudo se nos hace a los escritores, la que más gusta, es la siguiente: ¿Por qué escribe? ¡Escribo porque me sale de adentro! Escribo porque soy incapaz de hacer un trabajo normal como los demás. Escribo para que se escriban libros parecidos a los míos y yo pueda leerlos. Escribo porque estoy muy, muy enfadado con todos ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me gusta pasarme el día entero en una habitación escribiendo. Escribo porque solo puedo soportar la realidad si la altero. Escribo para que el mundo entero sepa la verdad que hemos llevado y seguimos llevando yo, los otros, nosotros, en Estambul, en Turquía. Escribo porque me gusta el olor del papel, de la pluma, de la tinta. Escribo porque más que en cualquier otra cosa creo en la literatura y en la novela. Escribo porque es una costumbre y una pasión. Escribo porque me da miedo ser olvidado. Escribo porque me gustan la fama y la atención que me ha proporcionado la escritura. Escribo para estar solo. Escribo porque puede que así comprenda la razón por la que estoy tan, tan enfadado con ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me gusta ser leído. Escribo para ver si acabo de una vez esa novela, ese artículo, esa página que he comenzado. Escribo porque eso es lo que todos esperan de mí. Escribo porque infantilmente creo en la inmortalidad de las bibliotecas y en cómo mis libros están en los estantes. Escribo porque la vida, el mundo, todo es increíblemente hermoso y sorprendente. Escribo porque me resulta agradable verter en palabras toda esa belleza y esa riqueza de la vida. Escribo no para contar una historia sino para crear una historia. Escribo para liberarme de la sensación de que hay un sitio al que debo ir pero al que no consigo llegar, como en un sueño. Escribo porque no consigo ser feliz. Escribo para ser feliz.

Traducción de la edición publicada por Editorial JKP, Colombia, 2010.