REPORTAJE

El camino hacia la libertad de Montserrat Roig

A punto de cumplirse 32 años de la muerte de la escritora y periodista, su obra está siendo recuperada por editoriales independientes y reivindicada por autoras que fueron coetáneas suyas y otras, más jóvenes, que la han descubierto ahora

La escritora y periodista Montserrat Roig, fallecida el 10 de noviembre de 1991, a los 45 años

La escritora y periodista Montserrat Roig, fallecida el 10 de noviembre de 1991, a los 45 años / Pilar Aymerich

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Montserrat Roig (1946-1991) vivió en la misma calle, Bailén, en la que yo resido, pero con seis números de diferencia. Ella, en Barcelona. Yo, en Madrid. Nos separan, en lo geográfico, 620 kilómetros; en lo lingüístico, el acento abierto que Bailèn lleva en catalán, y en lo biográfico, 37 años, que eran los que ella tenía cuando yo nací.

Son datos, en apariencia irrelevantes, que he ido atesorando desde que descubrí su obra. Fue hace poco, cuando la editorial Consonni recuperó Ramona, adiós, la primera novela de Roig, publicada originalmente en 1972. Con ella, el sello comenzaba "un ciclo novelesco" que incluirá dos novelas más de la autora catalana, cuya obra buscan reivindicar "para releerla y descifrar así las consecuencias de la historia en el presente".

Llevada por la curiosidad que a veces motiva el desconocimiento, la leí y quedé maravillada. Por su talento. Por su estilo. Por su audacia. Por lo contemporáneo de una escritura que sentía tan cercana como si fuera mía. Al acabarla, busqué en mi biblioteca algún otro título de Roig, pero no lo encontré, y, aparte de reprocharme su ausencia, poco más hice, pues la vida, como siempre sucede, se terminó imponiendo.

Hasta que, a principios de septiembre, otra editorial pequeña e independiente, Plankton Press, publicó Dime que me quieres aunque sea mentira, una antología de ensayos en los que Roig reflexiona Sobre el placer solitario de escribir y el vicio compartido de leer, según reza el subtítulo del libro.

Justicia literaria

Me adentré en él, y volví a quedarme prendada. Pero esta vez decidí pasar a la acción. ¿Cómo? Escribiendo, no hay otra forma de hacer justicia literaria, y mezclando las dos pasiones que Montserrat Roig combinó como nadie: la literaria y la periodística. Me fui a las fuentes, a las documentales y a las de viva voz, a la hemeroteca y a dos de las mujeres que más y mejor la conocieron, Rosa Montero y Maruja Torres, porque con ella compartieron la historia que ahora intentaré contar.

Montserrat Roig nació el 13 de junio de 1946. Sus padres eran Tomàs Roig i Llop, abogado y escritor, y Albina Francitorra i Aleñà, quien sembró en su hija la semilla feminista. Se formó, primero, en un colegio de monjas -años después escribió que no hay lugar que fomente más el ateísmo-, el Divino Pastor y, después, en un instituto, el Montserrat, donde ganó su primer premio literario. Mientras estudiaba Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona, comenzó a interesarse por la literatura, un acercamiento que al final devino en pasión.

Con sólo veinte años, se casó con el arquitecto Albert Puigdomènech, del que se separó cuando nació su primer hijo, en 1970. Dos años antes, Montserrat Roig había ingresado en el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) y se había licenciado, aunque el oficio que le daría de comer en los años venideros, el periodismo, nada tuviera que ver con su carrera universitaria.

Compromiso

En diciembre de 1970, se encerró, junto con otros cientos de intelectuales catalanes, en el monasterio de Montserrat para protestar contra el Proceso de Burgos. "Su forma de ser era así, no concebía otra. Durante los peores momentos, cuando los últimos asesinatos del franquismo, ella tuvo a gente escondida en casa. Montserrat era de verdad". Así la recuerda Maruja Torres, que, desde la muerte del dictador y hasta 1980, tuvo un "trato intenso" con la escritora y periodista.

En su cocina y en su casa nos acogía y Montserrat, cuando estabas triste, te hacía un cocido

Maruja Torres

— Escritora y periodista

Icónica es la fotografía que Colita les hizo a ambas en 1976 en una manifestación en Barcelona que pedía la despenalización del adulterio. "Quería convertir a los hombres rojos en feministas, lo que llamábamos nosotras la 'doble militancia'. Era una compañera muy buena, era muy protectora de las mujeres que estábamos desprotegidas. Era un ala protectora, te buscaba trabajo, todo lo que ella no podía hacer se lo daba a las amigas. Era una organizadora nata de puntos de vista y un referente moral. Era capaz de coger a un dirigente de Comisiones Obreras (CCOO) y pegarle una filípica en su cocina porque iba de feminista pero engañaba a su mujer. En un mundo de tíos muy carcas, fue pionerísima".

Compañera y amiga

Durante nuestra charla, Maruja Torres también recuerda cómo Montserrat Roig les fue "presentando" a sus amigas, a medida que iba trabajando en él, uno de sus libros más importantes y de los que más orgullosa se sentía, Los catalanes en los campos nazis, que publicó en 1977, cinco años después de haber debutado en la novela con Ramona, adiós. "En su cocina y en su casa nos acogía, y la cena navideña de Montserrat era una cena para todos, y Montserrat, cuando estabas triste, te hacía un cocido. Te transmitía calor de hogar, pero era un hogar que no tenía nada que ver con la familia que la oprimía. Esa es mi Montserrat Roig". La emoción de Torres, como su risa, es contagiosa, y yo temo acabar llorando de ambas.

Montserrat Roig, con Lola Anglada

Montserrat Roig, con Lola Anglada / Pilar Aymerich

A finales de la década de los 70 y principios de los 80, la escritora desarrolló con ahínco su faceta periodística sin desatender la literaria. En TVE Catalunya dirigió y presentó el programa de entrevistas Personatges, por el que pasaron muchas figuras de la época, sobre todo masculinas, desde Josep Maria Flotats a Antoni Tàpies o Lluís Llach. Su segundo hijo, Jordi, lo tuvo en 1975 con el sociólogo Joaquim Sempere, y un año después logró el premio Sant Jordi por su novela El tiempo de las cerezas.

Memoria y feminismo

Luego vendrían La hora violeta (1980), Tiempo de mujer (1980), La aguja dorada (1985) y un sinfín de obras de ficción y no ficción. De hecho, Maruja Torres cree que "cuanto más escribía, mejor lo hacía. Se especializó en la memoria y en el feminismo. En sus novelas hablaba de esa escuela del desamor en la que se nos educa para ser sufridoras, de la hipocresía, de la diferencia de clases entre mujeres. Ella no se complacía diciendo que todas las mujeres somos buenas. Y luego está su gran testimonio de esa clase media del Ensanche que compra las croquetas de una en una. Su obra tuvo un proceso de maduración que sólo la muerte pudo frenar".

Se murió a los 45 años, que es cuando empiezas a hacer tu obra. Pese a ello, tiene una obra extraordinaria. Era una narradora formidable

Rosa Montero

— Escritora

Un fértil proceso que también, y tristemente, fue agridulce para la escritora, como rememora Rosa Montero, que además de contemporánea fue gran amiga de Montserrat Roig. "Éramos como Las hermanas sisters, nos llevaban juntas a muchos actos. Teníamos una relación biográfica y de vida muy parecida. Se murió a los 45 años, que es cuando empiezas a hacer tu obra. Pese a ello, tiene una obra extraordinaria. Ella era una tía vitalista y modesta, pero una narradora formidable".

Aspiración literaria

A lo largo de la conversación que mantenemos, Rosa Montero, que recuerda a su amiga con sincera admiración, destaca que Montserrat Roig siempre tuvo "una aspiración literaria enorme", lo que chocó con "el mandarinato cultural de la época, que te permitía escribir novelas si ellos decidían que escribías novelitas de chicas». Un paternalismo de libro.

La escritora y periodista Montserrat Roig, fotografiada en su juventud

La escritora y periodista Montserrat Roig, fotografiada en su juventud / EPC

Pero Montserrat Roig "siguió trabajando, investigando otras formas, hizo La voz melodiosa (1987), que era una novela mucho más compleja, y, entonces, empezaron a darle marcha, porque no se le permitía aspirar a eso. “Esta chica, que tiene fama como periodista, ¿va a querer encima ser escritora en serio?”. Lo último que publicó fue El canto de la juventud, un libro de cuentos que ni siquiera reseñaron en El País, yo intenté que se lo reseñaran, pero no lo conseguí y me dolió mucho. Estaba atravesando esa travesía del desierto cuando murió", explica Rosa Montero.

En 1990, al poco de regresar de dar unos cursos en la Universidad de Arizona (Tucson, Estados Unidos), le diagnosticaron cáncer de mama. Falleció el 10 de noviembre del año siguiente. Su entierro, celebrado en Barcelona, fue multitudinario. Entre los asistentes estaban algunos de esos catalanes en los campos nazis a los que Montserrat Roig sacó del olvido. "¿Por qué no me he muerto yo en vez de ella?", le dijo uno de ellos a Maruja Torres.

"¡No estoy para nadie, ni siquiera para los ladrones!"

En 1978, Montserrat Roig comenzó su fructífera colaboración con <em>El Periódico de Catalunya</em>. Aquel año, ya siendo una firma conocida y reconocida tanto en el terreno periodístico como en el literario, la autora empezó a escribir artículos que, entre 1984 y 1988, fueron diarios. Melindros, se llamaban.

Fueron un total de 1.348, según un recuento hecho por la Facultad de Comunicación de la Universidad Pompeu Fabra, y llegaron a recogerse en un libro que en su día (1990) publicó Ediciones B y que hoy sólo se encuentra en la página web Iberlibro y, supongo, en librerías de segunda mano.

"Durante cuatro años, he sido los ojos y los oídos de mucha gente. No escribía yo, lo hacían los otros. Incluso cuando me encontraba sin un tema al que agarrarme (...) siempre había alguien que comentaba algo sobre la vida… Eso, la vida. Este algo que fluye con nosotros y con el tiempo, y al que no solemos agradecerle nada. La gente escribe su propio artículo cada día". Eso pudo leerse el 16 de noviembre de 1988 en Despedida, el último de los Melindros que la escritora y periodista publicó en el actual diario del grupo Prensa Ibérica.

Aquella labor narrativa, sobre todo al convertirse en diaria, Roig la asumió como un reto ante el que nada ni nadie podía interponerse. Ni siquiera un caco, por muy molesto que éste pudiera resultar. Prueba de ello es la anécdota que contó en el artículo titulado Un ladrón en casa, de 1984: "Mientras ayer pasaba mi hora cotidiana de desesperación para escribir esta columna, entró un ladrón en casa".

Uno de sus hijos intentó advertirla de la presencia de tan incómodo invitado, pero ella se mostró tajante: "¡Te he dicho que no estoy para nadie, ni siquiera para los ladrones!". Siguió escribiendo y, al acabar el Melindro, salió de la habitación y sólo entonces comprobó que el hombre que había entrado en su casa del Ensanche barcelonés por la ventana se había llevado diez mil pesetas.