Opinión | ALTA FIDELIDAD

La voz de la madera

El fluir marítimo del chelo de Paus Casals está detrás de 'No te veré morir', la nueva novela de Antonio Muñoz Molina

Pau Casals, tocando su inseparable violonchelo

Pau Casals, tocando su inseparable violonchelo / EPE

Es imposible no estremecerse cuando empieza a sonar la grabación de 1938 de Pau Casals de la primera suite de Bach, cuando las cuerdas de su violonchelo rozan el acero y resuenan en la madera y de un solo instrumento salen tantos matices y emociones como de la voz humana. Dicen que el violonchelo comunica tanto porque tiene el mismo registro que nuestra voz.

El músico catalán fue el responsable del rescate de las suites de Bach. Casals tenía trece años cuando dio con ellas en 1890. Las interpretó en privado durante treinta y cinco años hasta que el músico cumplió 48 y aceptó tocarlas en público y empezar a grabarlas en 1936, en los estudios Abbey Road de Londres, mientras caían las bombas sobre Madrid. Casals, comprometido con la República y siempre con la paz, siguió grabando en París la famosa primera suite en 1938. La cuatro y la cinco se grabaron en junio 1939, cuando, definitivamente, Pau Casals, republicano, sabía que había perdido la guerra, que no volvería a España y cuando estaba a punto de empezar la Segunda Guerra Mundial.

Convencido pacifista, dicen que su nombre le gustaba especialmente porque en catalán también significa paz. Las suites de Bach son uno de sus legados más importantes, aunque al escucharlas, los hitos que acabo de contar quedan un poco atrás, difuminados por las emociones que afloran de esa madera, de esos sonidos al mismo tiempo tan austeros como llenos de matices.

El fluir marítimo del cello de Casals en los movimientos de la primera suite está detrás de No te veré morir, el nuevo libro de Antonio Muñoz Molina. Dice el escritor de Úbeda que esta música de Bach inspira el estilo de la primera parte de la novela, una maravillosa frase subordinada que se extiende a lo largo de setenta páginas en las que el lector se sube como a una ola y se deja navegar por la historia de amor interrumpida entre Gabriel y Adriana, de nuevo, frente a frente, cincuenta años después.

Además de inspirar el estilo, la figura de Casals y las suites de Bach recorren el libro de forma sutil, pero imponente. Gabriel es hijo de un músico que sufre las consecuencias de la Guerra Civil, un músico amigo de Falla y que incluso llega a conocer a Casals y Stravinski, pero que quiere que su hijo salga de la España franquista, que tenga una buena educación, se marche a Estados Unidos y que, en definitiva, no siga su ejemplo para que no pueda ser represaliado como él. Gabriel obedece, deja de tocar el cello y deja de ver al gran amor de su vida, Adriana, frente a la que cincuenta años después ha vuelto, ya ancianos ambos, para decirle que sigue pensándola y que ha vuelto a tocar el cello.

Para decirnos a los lectores que la pasión no muere, ni por las personas ni por las vocaciones. Cuentan que lo primero que hacía Pau Casals, cada mañana, era ponerse al piano a tocar la música de Bach, ese misterio complejo y lleno de belleza. Muñoz Molina le da a Gabriel en sus últimos días la satisfacción de recuperar el cello que abandonó por los negocios. El autor coloca a su personaje en un cuarto donde se dedica cada día a tocar las suites de Bach, sabiendo que no llegará jamás a hacerlo como esa partitura se merece. Intuyo que lo que quiere Gabriel haciendo eso es recuperar el brillo de la mirada que Adriana le recrimina, anciana ya, que ha perdido, que perdió cuando la dejó.