AVANCE EDITORIAL

La literatura también es un compromiso

Reproducimos un extracto del libro 'Una homosexualidad propia', de Inés Martín Rodrigo, que llegará a las librerías el 21 de junio

Ilustración que recrea el universo infantil de la autora

Ilustración que recrea el universo infantil de la autora / EPE

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Mis ídolos eran el Superman de Christopher Reeve (perdí un diente por su culpa, pues con la toalla que una tarde de verano improvisé como capa no volaba) y Michael Knight (pronunciado, con mi lengua de trapo, Nain) y su coche fantástico (todavía hoy, cada vez que lo recuerdo, tarareo el ochentero tema de Stu Phillips). Disfrutaba echando partidos de fútbol en los que otra compañera y yo éramos las únicas niñas y viéndolos en la televisión, montando en bicicleta, jugando al tenis y al pimpón, disfrazándome de Peter Pan o Capitán Garfio en carnaval.

Siempre pedía para Reyes un futbolín y un Scalextric, que nunca me trajeron porque eran demasiado caros, como después descubrí con todo lo demás. Odiaba los vestidos, las faldas, los leotardos, las medias, llevar el pelo largo. Y todo eso hacía que, al compararme con las demás niñas, con mi hermana, un año menor que yo, me sintiera distinta, extraña y profundamente culpable.

Es un pensamiento injusto, tanto para mis padres como para mí, pero creo que tuvieron suerte de que a ella sí le gustaran todas las cosas que debían gustarle porque era una niña. Al menos con mi hermana no se salieron de la norma. Yo era la rarita, el (empleo el artículo determinado, la palabra, una vez más, como condicionante de género) marimacho, y ella lo compensaba con creces, pues encajaba a la perfección en los comportamientos, las aficiones, las apariencias, las preferencias asociadas a lo femenino, todas mis supuestas carencias.

No digo que mis padres lo pensaran de manera racional, que se sintieran aliviados y hablaran de ello, con la televisión de fondo, al irnos nosotras a la cama, que es el único rato de intimidad que les queda a las parejas mientras crían a sus hijos. Pero me cuesta imaginar (nunca he podido preguntárselo a ninguno de los dos por razones diversas, muy diferentes) que en el contexto en el que mi hermana y yo crecimos, en un pueblo de poco más de mil habitantes, mis padres no sufrieran la presión social de ver, de comprobar a diario que su hija mayor no era como las otras niñas, que no era normal. Que era un marimacho. Y sin embargo en casa, en mi familia, nunca me sentí juzgada, coaccionada o mediatizada.

Fui una niña libre, todo lo libre que pude, al menos de puertas adentro. Por eso me entristece (es eso, tristeza, no enfado ni rabia) escuchar a la madre de L. decir, como quien recuerda una historieta, buscando provocar la risa inocente, que a su hija pequeña solo le gustaba jugar con pistolas. «Iba por toda la casa disparando y yo pensaba: a ver si nos va a salir rarita, de la acera de enfrente.» Esa anécdota, que ella sigue contando con frecuencia, es de hace ya unas cuantas décadas, pero continúa marcando, desde la distancia que impone lo velado, la relación de ambas.

Lo único que siempre se salvó del encasillamiento, del juicio propio y ajeno, fue la lectura. Determinados libros nunca fueron más de niños que de niñas o viceversa. Ni en casa, ni en la biblioteca, ni en el colegio, ni en las librerías. Al menos así lo viví yo. Podía disfrutar lo mismo, sin sentirme mal por ello, de La princesa y el guisante o de Blancanieves que de Pinocho o de El gato con botas. Luego llegaron Los cinco, de Enid Blyton, La historia interminable, de Michael Ende, o todos los cuentos de Roald Dahl, de Matilda a Las brujas. Gracias a aquellos personajes maravillosos podías ser lo que quisieras, también una niña a la que le gustaban las cosas que solo podían gustarles a los niños. La literatura, de nuevo, como refugio frente a la adversidad vital, como tabla de salvación. A ella me agarré entonces y lo sigo haciendo hoy, cada día.

De ahí este libro, fruto de mi compromiso y de mi sentido de la responsabilidad. Es, sin duda, el texto que a mí me habría gustado leer antes de juzgarme sin conocerme, y así espero que sea recibido. Aspiro a contar lo que nunca pude leer, lo que no tuve oportunidad de escuchar. La historia de lo silenciado, de lo estigmatizado, de lo oculto, del largo camino a tientas, si no a oscuras, hasta el descubrimiento de mi orientación sexual, hasta poder reconocerme como mujer homosexual. Sin miedo. Con orgullo.

Porque los derechos no están garantizados y es en los momentos críticos, de inestabilidad, en los que es necesario dar un paso al frente. Podría haber sido una niña como las demás, con su camisita y su canesú, a la que le gustaran las muñecas y le chiflara disfrazarse de princesa y, además, lesbiana. Por supuesto. Lo contrario sería un argumento absurdo y carente de razones. Pero no lo fui. Y esta es mi historia, propia y, sin embargo, universal. Para eso también sirve la literatura, para mirarse en el espejo de los otros.

'Una homosexualidad propia'

Inés Martín Rodrigo

Destino

136 páginas

13,50 euros

Fecha de publicación: 21 de junio