Opinión | EN PUNTAS DE PIE
Libros contra la prisa
He venido a hablar de mi libro: Azahara Alonso
La Gran Renuncia no ha llegado a España, pero en la literatura de nuestro país sí está empezando a calar el 'gran hartazgo'
En la primera redacción en la que trabajé descubrí que los periodistas éramos velocistas obligados a repetir cada día la misma carrera. Entonces los redactores vivíamos siempre en el futuro: escribíamos lo que a la mayoría le ocurriría 24 horas después, una vez que se publicara el periódico. Nos pasábamos el tiempo intentando no llegar tarde a una noticia, evitando que fuera la competencia quien contara la realidad.
Luego internet aceleró esa carrera y nos dejó con la lengua fuera -así seguimos- y con el sentido del tiempo dislocado, pero esa velocidad no era ya una característica de la profesión, sino un modo de vida universal que empezaba a carcomer nuestra existencia.
Esa prisa, la de la redacción, no me generaba desasosiego. Se parecía, en realidad, a la avidez por saber más de todo propia de los comienzos. Pero correr sin descanso, en cualquier momento de la vida, siempre pasa factura.
En los años 60, Carmen Martín Gaite escribió sus Recetas contra la prisa y ya entonces advertía de sus efectos: “(..) a este tiempo de pensar se le suele llamar perder el tiempo, porque el hombre se ha hecho esclavo de la prisa y siente como inerte y sin consistencia todo lo que no lleva su marca angustiosa”.
Más de medio siglo después vamos cada vez más rápido y seguimos sin saber cómo parar, aunque algunos autores han intentado darnos pistas. El filósofo alemán Hartmut Rosa publicó en 2019 Remedio a la aceleración (Ned Ediciones, 2019). “Tener que correr siempre más deprisa con el único fin de seguir en el mismo sitio, he aquí lo que deja muerta a la gente”, escribió en su ensayo.
Ese vértigo está trasladándose también a la literatura actual. Azahara Alonso inicia su libro Gozo (Siruela, 2023) haciéndose una pregunta a la que, de una forma u otra, todos hemos llegado: “¿En qué momento mi vida empezó a ser accesible solo en vacaciones?”. La escritora escribió esta mezcla de ensayo y diario a partir del tiempo que pasó en una isla del archipiélago de Malta, desprovista de las obligaciones cotidianas y de la necesidad de ser útil.
Apoyada en Martín Gaite, Peter Handke, Annie Ernaux, Bertrand Russell y muchos más, Alonso reflexiona sobre la identidad, el turismo, las colas o el trabajo en una era en la que todo tiene que servir para algo. “Mi identidad tiembla si depende de mi profesión, si intento apropiarme de lo que estudié (..) ¿seguiría trabajando si me tocase la lotería? No para otros ni a cambio de dinero”, se pregunta.
Cada vez hay más personas que en vez del acelerador quieren pisar el freno, porque sus vidas van tan deprisa que parece que las están viviendo otros
En Supersaurio (Blackie Books, 2022), Meryem el Mehdati narra la evolución de una becaria que trabaja en las oficinas de una cadena de supermercados de Canarias. “Un día eres joven y al día siguiente te das cuenta de que has comenzado a pensar en ti misma como si fueses una empresa. (..) Debes mejorar y aumentar tu productividad -siéntete culpable por no estar aprovechando el tiempo todo el tiempo, no tengas ni un minuto de tu vida dedicado a no hacer nada, cuando no haces nada te da por pensar (…). Todas nuestras vidas se han construido de forma que lo único que ha de seguir funcionando pase lo que pase es el trabajo, por encima de todo y de todos”.
Remedios Zafra también ha abordado la prisa en sus textos. “Sentir que la vida es algo pospuesto que nos merodea anima a soportar, cerrando los ojos, el temor cada vez más palpable de que nunca se nos brindará plenamente (…) La prisa es uno de los grandes inventos capitalistas, y funciona”, denuncia en El entusiasmo (Anagrama, 2017).
La Gran Renuncia no ha llegado a España, pero en la literatura de nuestro país sí está empezando a calar el gran hartazgo. Hay quien sigue pensando que aquellos que tienen prisa llegarán más lejos, pero cada vez hay más personas que en vez del acelerador quieren pisar el freno, porque sus vidas van tan deprisa que parece que las están viviendo otros.
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