LIBROS

Crítica de 'Anna Göldin. La última bruja', de Eveline Hasler: una mujer incómoda

La autora hilvana la historia de la última bruja como si fuera testigo directo

bruja

bruja

Quim Barnola

Anna Göldin no era una vieja con nariz de gancho, verruga y escoba. Era atractiva, diligente con las tareas domésticas y cariñosa con los niños, una de las mejores criadas del noroeste de los Alpes. Con una excelente carta de recomendación recaló en casa del doctor Tschudi en población suiza de Glaris. Tras los prolegómenos y de examinarla según los Fragmentos fisionómicos de Johann Kaspar Lavater, el médico concluyó que tenía "unos ojos grises y ágiles que dan fe de una mente despierta, nariz robusta, estrecha en su nacimiento, habla de su independencia, y también el mentón es expresión de autonomía". Al los Tschudi les pareció ideal. En poco tiempo logró manejar a sus tres hijos y tener el hogar en perfecto estado de revista. 

Al cabo de un año, algo perturbó la tranquilidad familiar. Aparecieron alfileres en la taza del desayuno de una de las hijas. Este suceso se repitió, pero nunca lograron determinar cuál era el origen. Al poco tiempo, la niña empezó a padecer o simular convulsiones. De todo culparon a Göldin que fue despedida y acusada de brujería. En realidad, todo fue mucho más prosaico: el biógrafo de Göldin, Walter Hauser, encontró, entre los legajos del municipio, una queja por acoso sexual contra el médico, que también era el juez de paz. 

No sufran que no les voy a adelantar nada de esta inquietante historia. Aunque no hay que ser muy avispado: acaba mal. Mona Chollet, editora de Le Monde Diplomatique, señala en Brujas que tener cuerpo de mujer podía bastar para convertirse en sospechosa. Una mujer fuerte, poderosa, con una sexualidad libre, sanadora o con conocimientos de remedios naturales, o que fuera un estorbo para alguien, podía ser motivo suficiente para estar en peligro. 

Un acto de misoginia

La persecución de brujas fue un acto de misoginia. Hasta podríamos considerar que la ejecución de mujeres, acusadas de brujería, encajaría en el terrorismo político, puesto que la mayoría de condenas las dictaron tribunales civiles. La Inquisición andaba ocupada con los herejes. Entonces, si no fue por fanatismo religioso, ¿cuál fue la causa de estos crímenes? El semanario suizo Die Weltwoche lo atribuye a una vieja lucha sexual en la que los hombres proyectaron sus instintos en la mujer inflándola hasta convertirla en bruja.

A Göldin la juzgó y ejecutó una comisión masculina. Y atención porque la última bruja de Europa fue condenada en plena Ilustración. Ya no vale hablar de analfabetismo. Fueron hombres ilustrados, formados en la filosofía germánica y lectores de Voltaire, Bayle y Rousseau que antepusieron el corporativismo del poder a la razón.

Sobre la calidad literaria de Anna Göldin. La última bruja (Vegueta), es como si Evelin Hasler (Glaris, 1933), escritora de gran éxito en Suiza, hubiera sido testigo directo de los hechos novelados. Es admirable cómo a partir de documentos de la época hilvana la historia como narradora omnisciente. Hasler cosechó un enorme éxito cuando publicó el libro en Suiza en 1982, 200 años después de la muerte de Göldin. Ahora se ha publicado en castellano en una edición exquisita. 

Prejuicios y oprobio

Volvamos al tema de fondo, los prejuicios y el oprobio que cayó sobre estas mujeres valientes se convirtió en una suerte de fenotipo de represión que se ha ido perpetuado durante generaciones alterando la construcción cultural de las mujeres. Pese a que el término bruja ha sido utilizado como epíteto despectivo contra mujeres poderosas, con el afán de desacreditarlas, se está estableciendo una corriente de reivindicación feminista de las brujas. Nos cuenta Chollet que en Europa y en EEUU jóvenes feministas y hombres gais y trans reivindican recurrir a la magia, los astros, los rituales y los hechizos.

Con ello se persigue aunar la búsqueda de una nueva espiritualidad con el poder liberador de la mujer. No nos debería sorprender este movimiento tras una pandemia. Fíjense que el gran auge del espiritismo y el fenómeno médium se produjo durante la Primera Guerra Mundial puesto que nunca antes se habían contabilizado tantas víctimas. La población no lo pudo asimilar y probablemente la religión no les supo consolar, así que buscaron mecanismos de comunicación con el más allá. 

Ahora las mujeres tienen que luchar contra la estigmatización y el sometimiento. Algunas se liberan del tinte y lucen cabelleras plateadas. Ya no temen parecer brujas porque en ellas residía el conocimiento, la experiencia y la libertad. Emancipadas del heteropatriarcado, reivindican sus derechos encorsetados por la moral. Yo las prefiero brujas a sumisas y beatas. Y que venga Savonarola y nos queme en la hoguera de las vanidades. No se me ocurre mejor eternidad.  

'Anna Göldin. La última bruja'

Eveline Hasler

Traducción de José Aníbal Campos

Vegueta

272 páginas

26,50 euros