CRÍTICA

Crítica de 'Primer amor', de Alejandro Gándara: del tiempo y sus heridas

El escritor anda de nuevo por sitios sorprendentes en su última y memorable novela

El escritor Alejandro Gándara

El escritor Alejandro Gándara / EPE

Alfons Cervera

"Quien no entiende sus sentimientos se pasa la vida vapuleado por ellos…", escribe Vivian Gornick en su magnífico ensayo El fin de la novela de amor. Y en otro momento: "Amamos una vez y amamos mal. Volvimos a amar y volvimos a amar mal. Lo hicimos una tercera vez y ya no estábamos viviendo en un momento carente de experiencias. Comprendimos que el amor no nos hacía ni tiernos, ni sabios ni compasivos… En nuestro fuero interno no habíamos cambiado". El amor romántico es algo que se quedó anclado en el pasado. Pero nunca fue Alejandro Gándara (Santander, 1957) un escritor fijado a la "normalidad", a otra exigencia que no fuera la de ir a contracorriente de lo que se estila(ba).

Su primera novela, La media distancia, ya anunciaba otra escritura, otro realismo. Ahora de nuevo anda por sitios sorprendentes en Primer amor. Situar la historia a mediados de los 70, muerto Franco, añade una feliz perplejidad a la hora de enfrentarnos a ella como lectores poco dados a caer en la engañifa. Ninguna decisión es gratuita cuando se escribe. El amor cuando los tiempos oscuros están dando sus últimas volteretas. Las vidas de unos jóvenes, últimos estragos de una dictadura agonizante.

"Quizá todas las cosas que van a pasar en la vida pasan en una hora, en un minuto", piensa Andrés Aja la tarde en que la pandilla va a ver Bonjour, tristesse. Y un rato antes, después de que Azarías le pregunte si va a la Ciudad y si tiene allí a una chica esperándolo: "Los sueños no se hacen realidad. Están precisamente para explicarnos lo distinta que es la realidad". Han pasado solo unas líneas y ya estás metido en esa historia que huele a precisa y clásica contemporaneidad.

Construir una historia que emocione no es fácil. Lo fácil es convertir esas emociones en una trampa. No todo vale para lograr que funcione. Las dudas de un joven que señalan el fin de la inocencia: "Dejé de ser un muchacho a secas; me convertí en un enamorado". Así inicia Andrés un viaje desde y hacia un tiempo del que nadie conoce el desenlace. Ese tiempo que es también el del regreso y nos interroga acerca de si son posibles esos regresos cuando se salió huyendo para que el rencor no fuera como un alacrán que te envenena. Se lo pregunta Werther cuando piensa en Carlota: "¿Por qué aquel tiempo, cuyo recuerdo me mata, era para mí tan dichoso?".

UNA NOVELA RABIOSA

Y aquí, en esta novela rabiosa, su protagonista, Andrés Aja: "¿Qué significa yo viví, yo estuve aquí? ¿Dónde ha ido a parar ese tiempo?". La vida es lo que de ella recordamos. Y olvidamos. "¿Es posible inventarse un recuerdo? Si es posible inventarse un recuerdo, entonces será posible inventarse un olvido". El convencimiento de que el amor se acaba cuando te han destrozado el corazón y el corazón se queda, como en un relato de August Strindberg, "lleno de maldad y de cólera". Conocer lo que queda de lo que hubo, cuando todo apunta a que la realidad es ahora un lugar tomado por las sombras. "No solo nos hiere lo que amamos, también lo que nos ama, y hay que aceptar ambas heridas". Y la música que abre hilos de luz en la inseguridad de los recuerdos.

La música, las canciones de un tiempo que está a punto de cambiar, como cuando el amor aún presumía de su intacta capacidad transformadora. Los bailes del verano para el acercamiento cuando suenan Lone Star, Paul Anka, Roberto Carlos y esa grandiosa Come together de John Lennon para el ya crepuscular Abbey Road. Y aquí, precisamente, la incertidumbre. Cómo se construye un final sin que la historia chirríe. Me lo anduve preguntando desde ese capítulo en que todas las voces se juntan recordando la estructura polifónica de Ciudadano Kane. Tuve la tentación de ir a las últimas páginas. No lo hice.

El tiempo que son todos los tiempos juntos en esta novela con los ritmos bien marcados, sin que los personajes sean de cartón piedra, con una decidida vocación por esa verdad que como decía Joyce Carol Oates es más verdad cuando duele. Los corazones rotos en un tiempo en que no se sabía lo que iba a quedar de esas fracturas cuando llegara el futuro.

Esa amistad y ese amor tan juntos y tan separados en el relato clásico. La canción entonada por Andrés Aja y Solórzano cerca del último adiós, años después de que el amigo buscara en Londres sus sueños imposibles: "And the moments that I enjoy/ A place of love and mystery/ I’ll be there anytime…". El amor y el misterio en la voz de Beth Gibbons y en una novela memorable.

'Primer amor'

Alejandro Gándara

Alfaguara

312 páginas

19,90 euros