Opinión | MANO DE PÁGINA

La arpillera como sudario

Baluartes del informalismo, el crítico Moreno Galván y el pintor Manolo Millares comparten el mismo nicho en el Cementerio Civil de Madrid

Entrada del Cementerio Civil de Madrid

Entrada del Cementerio Civil de Madrid / EPE

La poeta Elvireta Escobio, de 90 años, viuda de Manolo Millares desde hace medio siglo, rememora las dos ocasiones en que ha visitado el Cementerio Civil de Madrid: el 15 de agosto de 1972, para enterrar a su marido, cuando un tumor cerebral le segó la vida, a sus 46 años, y el 24 de marzo de 1981, cuando el crítico José María Moreno Galván (de cuyo nacimiento se cumplen ahora cien años), fallecido a sus 57, fue enterrado, a petición de su viuda, en el nicho de su íntimo amigo.

Es casi una epopeya, muy poco divulgada, en el vórtice del antifranquismo: el artista, uno de los máximos promotores del Grupo El Paso, y el crítico, uno de los principales mentores de aquel súbito oasis del informalismo del medio-siglo, y del propio Millares, cubiertos por una misma arpillera, yacen juntos en el más acá de un campo-laico casi exclusivo para guiris. 

Agnósticos acérrimos en época en que era arriesgado confesarlo, tanto el pintor canario como el crítico sevillano fueron autodidactas, además de excelentes escritores de vanguardia, y -entre el informalismo y los abismos- hicieron de sus breves vidas un cúmulo de tumbos, fuera de sus lugares de procedencia, para predicar en el desierto de la Dictadura.

“Yo no sé lo que pinto, pero sí sé muy bien lo que hago”, señaló el autor de Memoria de una excavación urbana, en sentencia que, cambiándola, apenas, por la escritura, serviría también para el periplo del autor de Autocrítica del arte. En Santiago de Chile, Moreno Galván fue uno de los ideadores del Museo Salvador Allende, aunque no alcanzara a verlo en vida; y, antes, desde París, donde se publicaba la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico, los artículos de Juan Triguero, como firmaba, consiguieron “enfurecer” al ministro del ramo, Fraga Iribarne.

Los dos amigos participaron en el homenaje a Antonio Machado en Colliure, organizado por la misma editorial. Y (más acá del sentido figurado que le da José-Augusto França a su definición de Millares: “Un arqueólogo de la civilización del desperdicio”), ambos profesaban una idéntica devoción por la arqueología.

OBREROS DE LA ARQUEOLOGÍA

Curiosamente, un decenio antes de empezar a convivir en la misma tumba, compartieron también los últimos días de Millares. De ello da cuenta, en el obituario que le dedica en la revista Triunfo, el propio Moreno Galván, quien, para aliviarlo de la calufa del estío madrileño, se lo lleva a la sierra de la Demanda, en Burgos, donde él suele veranear, y hay excavaciones arqueológicas con las que entretener al pintor; “[Millares] merodeaba por las zanjas que abrían los obreros de la arqueología igual que el animal busca la presa por instinto presentida”.

En términos semejantes a los que le dedica la crítica María Luisa Borrás - “la pasión desbordada, alucinante de un hombre que sufre en su carne el sufrimiento de los demás”-, Moreno Galván dice del creador de los Homúnculos y los Antropofaunos: “Lo suyo es, por encima de todo, una tentativa de comunicación con el hombre que se fue, con el hombre que se va, con el hombre que no se conoce, pero al que se sabe un semejante...”.

Una suerte de coetaneidad de todas las épocas y todos los lugares, parce proyectar el crítico en la figura de su amigo. Y, también, una cierta aura de crística paganía y redención (que sabe imposible), con muerte prematura incluida, aunque él mismo no le fuera luego a la zaga. Ambos siguen compartiendo nicho en el Cementerio Civil de Madrid, imperturbables en su legado de que, al tacto de la arpillera, los signos son al mismo tiempo “células”; los colores son “valores”, y que, en definitiva, lo único auténtico en torno al arte y a la vida, su raíz conjunta, es “el acto creador”.

A modo de epitafio al revés, hecho por quienes se quedan, podría servirles este aforismo de Elvireta Escobio: “Quizás lo que más lamentamos de los que se van, sea aquello que de nosotros se llevan para siempre”.