El anaquel inestable

Errar mucho

Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges / EPE

Paula Vázquez

Las bibliotecas, los libros en general, cargan la cruz de ser identificados con la construcción jerárquica y lineal de un saber hegemónico, dominante, imperativo. Los ensayos se llevan, ciertamente, la peor parte; se los considera como la columna que debe proveer los cimientos más estables, la que da sustento fijo para el resto de la arquitectura.

De forma disonante, en el último tiempo han aparecido en los márgenes la potencia de ensayos que van contra esa expectativa y actúan un poco como las piedras movedizas, ligeramente posadas sobre el abismo. El célebre Una guía sobre el arte de perderse, de Rebecca Solnit, condensa esa perspectiva. Un ensayo no tiene la necesidad de responder, sino más bien la alegría de preguntar, dice Fabián Casas. No se llega al blanco apuntando, sino descuidadamente, mediante oscilaciones y rodeos, casi por casualidad, escribió Sara Mesa en Un amor. Un poema del portugués Gonçalo Tavares: "En contra de acertar mucho/ errar mucho".

La categoría atlas es un pívot interesante en esta genealogía. Usado para nombrar una colección de mapas o de láminas descriptivas pertenecientes a ciertas disciplinas, ha tenido una fértil apertura como denominador de una obra lúbrica e inestable. En búsqueda de la vitalidad de las relaciones y contra la jerarquía de las cosas, Aby Warburg construyó su Atlas Mnemosyne, un método para buscar cierta verdad a través de la reunión de imágenes traídas de distintos tiempos y disciplinas, que suele generar cierta tensión cognitiva.

TERRITORIO IMPRECISO

En esta línea se inscribe también el Atlas de literatura latinoamericana, con edición de Clara Obligado e ilustraciones de Agustín Comotto. En época de crisis del papel, sus tapas robustas intentan contener y nombrar el territorio impreciso al que llamamos literatura latinoamericana. La fórmula es un repaso por la obra de algunos escritores y algunas escritoras, centrales o casi desconocidas, a través de la escritura de algunos escritores y escritoras contemporáneas, que habilitan el placer voyeur al revelarnos el pulso de lectura que los alimenta. La virtud del procedimiento es la mezcla, en un mismo lodo, de la academia con quienes vienen de cualquier parte.

El propio Borges -ausente, salvo en función simiente, en el volumen publicado por Nórdica- no se resistió a la edición de su propio Atlas, en el que reunió algunos textos con las fotografías de viajes de María Kodama. Se trata de un libro en el que hay muestras de su erudición pero no trazos de su genialidad -a modo de prueba: llega a decir que crepúsculo y Venecia son dos palabras casi sinónimas.

Borges revela que Alberto Girri le sugirió que la reunión de esos textos y fotografías podrían conformar un libro. Girri fue de esos que escapan los paraguas protectores de las bibliotecas, los movimientos literarios, las etiquetas tranquilizadoras de la época. Estudió Filosofía y formó parte del grupo Sur, pero su poesía no se parece a nada. "A la poesía no se la define, se la reconoce", una frase genial de Girri.

En este conjunto de conversaciones, de textos en los que la indagación no lleva necesariamente a encontrar respuesta, reconocemos también el catálogo de dos editoriales latinoamericanas que recientemente empezaron a distribuirse en España. Me refiero a Ampersand y a Gris tormenta. El nombre de la última me parece muy evocador. Como no conozco la historia puedo decir que el ensayo es como una tormenta gris: la visibilidad es escasa, escalamos una montaña empinada sin saber si subimos o bajamos, de fondo un relámpago, noche, el rayo que golpea el camino. Luego la bruma al fin se disipa y llegamos a un claro donde encontramos misteriosos menhires levantándose hacia el cielo, algunos tallados con figuras, otros lisos, pura piedra, los vemos contra el cielo, son imágenes del desafío que supone la obra humana a tres mil metros de altura. La pregunta aún se sostiene. Así la reconocemos, quizás la continuación del ensayo por otros métodos: la poesía.