LOS MISTERIOS DEL PRADO (VIII)

Así descubrieron el secreto que 'La Gioconda' del Prado ocultó durante más de 250 años

La restauración del cuadro realizada en 2011 reveló que detrás del fondo negro estaba el mismo paisaje de la Gioconda original

El cuadro fue realizado de hecho en el taller del propio Leonardo de forma simultánea al original y es la copia más antigua que existe

Un visitante del Prado fotografía la copia de la 'Mona Lisa' que hay en el Prado, la más antigua que se conserva.

Un visitante del Prado fotografía la copia de la 'Mona Lisa' que hay en el Prado, la más antigua que se conserva. / AGUSTÍN CATALÁN

Roberto Bécares

Roberto Bécares

La conexión de la 'Mona Lisa' del Museo del Prado y la del Louvre parisino tiene un flujo constante. Dos obras interconectadas hasta el infinito. Todo empezó hace 12 años, cuando la pinacoteca francesa se planteó organizar una exposición sobre la obra de Leonardo Da Vinci (Anchiano, 1452-Amboise, 1519) y se interesó por la copia de la 'Mona Lisa' que estaba inventariada en la pinacoteca madrileña desde el siglo XIX. Un cuadro sin excesivo valor artístico hasta entonces, ya que se pensaba que era una más de las muchas versiones existentes del célebre cuadro [se calcula que hay más de cien]. Se diferenciaba del original en el fondo negro, la menor calidad del dibujo y la ausencia del característico sfumato leonardesco. 

"Ellos estaban buscando la copia más antigua, porque no podían trasladar su cuadro de la sala donde está, era el más visitado, así que empezaron a buscar cuál era la mejor candidata para sustituir al original", cuenta la investigadora Ana González Mozo, del Departamento Técnico Superior del Museo. Fue entonces cuando el Departamento de restauración del Museo decidió someter el cuadro a una investigación más exahustiva y durante el proceso se realizó un hallazgo totalmente inesperado. 

Fondo negro

Una reflectografía infrarroja y una radiografía sacaron a la luz un secreto escondido más de 250 años: el fondo negro era en verdad un repinte posterior a 1750 sobre el paisaje original que se encontraba en buen estado, aunque inacabado en algunas zonas, lo que según los expertos pudo en su día llevar a que se repintara el cuadro. Lo cierto es que era el mismo paisaje del cuadro del Louvre -una recreación el valle del Arno o Los Alpes, no se sabe con precisión- y se llegó a la conclusión de que el cuadro había sido realizado por uno de los alumnos del taller de Leonardo. Es decir, era sin duda alguna la copia más antigua de la obra, y habría incluso contado con el visto bueno del artista de Anchiano (Florencia).

"Lo que nos dimos cuenta era que la copia del Prado tenía repetido parte del proceso de creación oculto del original, no era una copia en superficie, sino en paralelo al original. Cuando Leonardo cambiaba algo el alumno iba repitiendo el proceso", prosigue González Mozo sobre un cuadro que procedía de la colección real, donde probablemente se registró ya en 1666 en la Galería del Mediodía del Alcázar como una mujer de mano de Leonardo Abince.

Montaje del proceso de restauración de la 'Mona Lisa' del Museo del Prado.

Montaje del proceso de restauración de la 'Mona Lisa' del Museo del Prado. / MUSEO DEL PRADO

Según explican en el Prado, los materiales utilizados "son de gran calidad y su factura es muy cuidada, a pesar de la inferior calidad respecto al original", aunque el mayor interés reside precisamente en que, desde el dibujo preparatorio y hasta casi los últimos estadios, "se repite el proceso creativo del original". 

"Las dimensiones de ambas figuras son idénticas y fueron quizá calcadas partiendo del mismo cartón. La prueba más evidente de que las dos obras fueron realizadas al mismo tiempo es que cada una de las correcciones del dibujo subyacente original se repite en la versión del Prado, lo que demuestra que su autor tuvo en cuenta elementos que Leonardo dibujó en las capas subyacentes pero no incluyó en la superficie", consta en la ficha del cuadro de la pinacoteca madrileña. 

Asimismo, había otras coincidencias con el del Louvre, como el de que "había líneas ocultas" similares en el original, además de que el soporte del cuadro "era de nogal y la preparación es de blanco de plomo, una serie de características que usa el taller milanés de Leonardo", añade González Mozo.

Las diferencias, a ojos de los expertos, también eran claras, ya que aparte de que la técnica pictórica es distinta, "la difuminación de las carnaciones de la original estaba trabajada desde el claro hasta el oscuro, añadiendo veladura para que no se note el pincel, y en el nuestro es al revés, tiene una subcapa grisácea sobre la que se dan pequeñas pinceladas de blanco y rojo". "Nuestro cuadro tiene las formas más definidas. El propio Leonardo decía en sus escritos que en la naturaleza no hay contornos nítidos, no hay imágenes claras", concluye González Mozo.  

El proceso de restauración, llevado a cabo por Almudena Sánchez, restauradora de pintura del Prado, duró alrededor de cinco meses. Lo primero de lo que se dio cuenta es que el marco era de nogal y no de roble: "Se pensaba que el cuadro era de un pintor nórdico, pero el nogal se usaba en Italia mucho y concretamente la usaba Leonardo, porque era un material de gran calidad, para otros encargos importantes, como 'San Juan Bautista' o 'La Dama de Armiño'". 

"Una vez que los estudios técnicos nos señalaban que se precibía algo más hicimos pruebas para ver si efectivamente había un paisaje oculto. Eran pequeñísimas muestras en los bordes del cuadro, apenas unos centímetros. Al comparlo con el original y ver que correspondía fue un momento de gran emoción, algo increíble", rememora Sánchez.  

El hallazgo fue una revolución en el Museo -hace dos años se realizó una exposición ad hoc-, ya que situaba la pintura entre una de las más valiosas, algo totalmente inesperado porque parecía más en su origen un cuadro flamenco, sobre todo por la patina de barniz amarillo que lucía. "Fue una gran sopresa y un trabajo de colaboración entre el Louvre y nosotros muy interesante", rememora González Mozo, que prosigue: "Nos ha ayudado además a identificar otras copias del taller de Leonardo; a partir de esta investigación se abrió un campo de estudio muy amplio". 

Barniz

Sobre el fondo negro, la experta señala que en la época en que se repintó el cuadro las pinturas "eran objetos decorativos" sin más, por lo que "no tenían ningún empacho en pintar el fondo negro" sobre el paisaje. "Hicimos pruebas de limpieza para comprobar si la pintura y el paisaje estaban en buen estado y lo estaban. Ese fondo negro se había hecho encima de una capa de barniz, no se había incrustado en la pintura original", asegura la investigadora del Prado.

"Disolventes flojitos y mucha paciencia" fueron los ingredientes usados para realizar la restauración del cuadro de Leonardo, un pintor "muy lento", que solía dejar de pintar los cuadros durante un tiempo, lo que facilitaba que sus alumnos en esos periodos de inactividad hicieran copias. "Las copias terminaban así reproduciendo momentos intermedios y nos ha ayudado a comprender ese proceso de trabajo del pintor", dice González, sobre una práctica habitual en Leonardo, que daba el visto bueno a las copias y se vendían incluso con su autoría. 

Tras los primeros hallazgos y recibir el consentimiento del equipo de restauración de la pinoteca, se continuó con los trabajos "en pequeñas ventanas del cuadro", usando disolventes en forma líquida y luego en gel, "siempre actuando con total seguridad para proteger la capa subyacente", según subraya Almudena Sánchez, que tenía a su lado siempre una copia del original para ir comparando.  

Diferencias

Sánchez recuerda que el hecho de que hubiera zonas que no estuvieran totalmente terminadas -como en el perfil derecho- ofrecieron pistas sobre cómo las dos pinturas, que se estaban haciendo a a vez -seguramente con el maestro y su discípulo pintando a la mismo modelo-, "se separan porque Leonardo se marcha de Florencia". De ahí que la Gioconda del Louvre tuviera ese esfumato propio y la de Madrid no.  

Otra de las grandes diferencias entre los dos cuadros es que, en el del Prado, Lisa Gerardinhi aparece pintada con cejas y pestañas, lo que convierte "a esa pesona en perfectamente identificable, mientras en el caso de Leonardo se trata de una belleza idealizada, donde la altura de la frente es incluso superior al de la nuestra", añade la restauradora. 

"El descubrimiento fue un hito histórico para nosotros y para el propio Louvre, que pudo estudiar cosas en nuestra obra que no puede hacer en la suya por la suciedad y el barniz que acumula, que hace que nadie se atreva por ahora a hacer la restauración porque podría cambiar la imagen", señala. 

Cuadro robado

Sin duda alguna la obra que representa a la noble florentina perteneciente a la familia Gherardini, originaria de la región de Toscana, es uno de los cuadros más conocidos del mundo y se empezó a exponer en el siglo XIX, aunque cogió mucha fama después de que se robara en El Louvre en 1911. "La gente visitaba el hueco vacío, y cuando se recuperó el cuadro fue el gran boom", cuenta González Mozo.

El cuadro, precisa la experta del Prado, es técnicamente "muy bonito" y está repleto de misterio, sobre todo por la segunda ubicación de las pupilas, que hacen que parezca que el cuadro te esté mirando desde cualquier lugar, además de esa incipiente sonrisa que se le intuye que ha llevado a miles de teorías de todo tipo. La obra fue pintada durante más de tres lustros -de 1503 a 1519-, ya que el pintor trasladaba siempre consigo muchos de sus cuadros y nunca fue entregada a quien se encargó, el marido de la 'Mona Lisa'. Otro hecho extraordinario para una obra irrepetible y cuya mejor copia puede verse en nuestro país. 

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Este artículo pertenece a una serie sobre los secretos del Prado:

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