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El turista que quieres ser

Ni la moratoria en la creación de plazas hoteleras ni las tasas turísticas han conseguido reducir la masificación en un sector estratégico 

Turistas hacen cola para acceder al Palacio Real, en Madrid.

Turistas hacen cola para acceder al Palacio Real, en Madrid. / David Castro

Más de 3.000 personas salieron a las calles hace unos días en Cantabria contra un proyecto turístico que se promocionaba como la “Ibiza del norte”. Este fin de semana, precisamente un millar de ibicencos protestaron por la masificación turística que sufre la isla, mientras que en Palma fueron unos 15.000 lo que se manifestaron contra uno de los efectos indeseados del aumento desmesurado del turismo, la falta de vivienda. Hace un mes, la protesta se produjo en Canarias, con movilizaciones simultáneas en todas las islas: casi 60.000 personas.

España en el segundo país del mundo que más turistas atrae. Según los datos oficiales, el año pasado fueron más de 85 millones de visitantes, sólo por detrás de Francia, aunque ya hay expertos que apuntan a que desbancaremos a los galos en el corto plazo. De su aportación a la economía española nadie tiene dudas, puesto que supone casi el 12% al PIB del país, pero todo tiene un límite y seguir creciendo sólo en cantidad genera efectos indeseados en la población de los destinos turísticos estrella.

Las islas, por razones obvias, son las que más notan la presión de los viajeros, pero en lugares como Barcelona, ciudad que ha conseguido convertirse en el destino al que ir al menos una vez en la vida para millones de personas de todo el mundo, como sucede con Roma, París, Londres o Nueva York, los efectos también son palpables. Un ejemplo, el Ayuntamiento ha tenido que eliminar la línea de autobús que lleva al Park Güell de los itinerarios recomendados por Google Maps porque los turistas la colapsaban e impedían la movilidad de los vecinos del barrio. Una anécdota que refleja la magnitud del problema.

Los que vivieran hace dos décadas en Barcelona y ahora lo hagan en Madrid, verán con alarma cómo la capital española está cayendo en los mismos errores que su eterna rival y pueden aventurar lo que sucederá en unos años. O no tanto: los efectos perniciosos del crecimiento turístico son ya evidentes en zonas como Lavapiés. Madrid ya tiene más de 13.000 pisos turísticos (apenas un millar son legales) por los 9.000 de que dispone Barcelona, aunque esta última tiene un término municipal diez veces inferior al madrileño.

Hasta ahora, ni las moratorias en la creación de plazas hoteleras ni la imposición de una tasa turística, medidas adoptadas en algunos de los principales destinos turísticos españoles, ha conseguido reducir la masificación. El debate sobre los límites del turismo lo ha impulsado en los últimos años el propio sector, consciente de que la creciente “turismofobia” en algunos lugares de España no es la mejor promoción. Elevar la calidad de los servicios en busca de menos turistas que gasten más en una medida en la que ya se está trabajando, pero hay otras: desestacionalizar la actividad, diversificar los destinos, fomentar la España interior frente el sol y playa…

En Alemania, los Verdes llegaron a proponer que sólo se pudieran comprar tres billetes de avión al año para viajar. Ocurrencias al margen, todos somos turistas en algún momento y tenemos que decidir qué tipo de viajero queremos ser.