Opinión | LA NEWSLETTER DEL DIRECTOR
Ganar la calle
La carta de Sánchez ha contribuido a polarizar todavía más a un país que vive instalado en la trinchera
Cada hora que pasa desde que Pedro Sánchez hizo pública la carta a la ciudadanía en la que se daba cinco días para reflexionar si valía la pena seguir siendo presidente, es más evidente que la única salida que tiene es dimitir y dejar la Moncloa si no quiere caer en la incoherencia. Pero cada hora que pasa también crece la sensación de que finalmente optará por seguir en el Gobierno, quizás a través de la cuestión de confianza que le reclaman algunos de sus socios.
No tenemos, por tanto, certeza alguna de lo que el lunes anunciará el presidente, pero lo que sí podemos afirmar con toda seguridad es que la misiva ha contribuido a polarizar todavía más a un país que vive instalado en la trinchera.
El llamamiento del expresidente Rodríguez Zapatero a la movilización ciudadana para impedir que Sánchez tire la toalla ante el “acoso” a su mujer, Begoña Gómez, se asemeja mucho al que hizo hace unos meses otro ex inquilino de la Moncloa, José María Aznar, cuando pidió una “rebelión nacional” contra la amnistía pactada por el PSOE con sus socios independentistas.
Tanto Zapatero como Aznar han tenido las más altas responsabilidades públicas y por ello deberían ser más conscientes que nadie del riesgo que supone pedir a los ciudadanos que salgan a la calle en el actual contexto de polarización política.
El PSOE se ha sumado raudo y veloz al llamamiento de Zapatero y ha empezado a fletar autobuses desde diversos puntos de España para trasladar hasta Madrid a sus militantes y convertir el Comité Federal del sábado en Ferraz en un acto de desagravio al presidente Sánchez. Esta decisión acrecienta la sospecha de que detrás de la carta del miércoles puede haber mucho de estrategia para activar al electorado socialista en los dos comicios que tenemos por delante. Si Sánchez sigue en Moncloa después del lunes habrá dado carta de naturaleza al presentimiento que muchos tienen.
En una democracia consolidada, con instituciones públicas que funcionan como representantes de los ciudadanos, agitar la calle en beneficio propio o contra los rivales políticos es una irresponsabilidad. Lo haga quien lo haga. La política tiene que hacerse en las instituciones y la calle debe ser el último recurso ante una situación excepcional, que no es el caso.
Volver a la mesura y a la racionalidad comienza a ser urgente en este país cainita en el que parece que no podemos ser nosotros más que en contraposición al otro. Intentar ganar la calle al adversario no parece el camino más inteligente para recobrar esa sensatez que el país necesita.
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