Opinión | EL LÁPIZ DE LA LUNA

El hijo de otro

"Una enfermedad mental", dijo el que escuchaba. "Pero si no tenía problemas", argumentó el pregonero. "¿Qué sabrás tú?", pensé yo.

Imagen de fuerte oleaje en Las Canteras

Imagen de fuerte oleaje en Las Canteras / LP/DLP

Llueve. Según el guía daban agua para hoy y para mañana. El meteorólogo de esta ciudad debe ser el único que acierta en las predicciones del tiempo. En Las Palmas, cada vez que anuncian tormenta, acabamos dándonos un baño en Las Canteras. Me he comprado un bolígrafo muy bonito. La carcasa es negra y tiene dibujos de astronautas y de planetas en tonos rosas y marrones. Estaba deseando estrenarlo, pero no se me ocurría nada sobre lo que escribir.

Me llevo mal con la impaciencia, me bloquea. Todo queda en un tiempo pretérito porque, para guarecerme del chaparrón, me siento en una terraza cerca de un infiernillo y pido un chocolate caliente. En la mesa contigua hay dos hombres que hablan entre sí y para todos. Me pregunto dónde quedan aquellos tiempos en los que teníamos cierto pudor cuando hablábamos con alguien en público arrimando tanto la silla a nuestro interlocutor que podríamos habernos sentado en sus rodillas.

Por esa falta de recato me enteré de que el hijo de alguien, que tiene treinta años y es uno de los mejores contables de su empresa, había intentado suicidarse, pero, gracias a que su padre –amigo de los parlanchines– llegó a tiempo, se pudo evitar la desgracia. "Una enfermedad mental", dijo el que escuchaba. "Pero si no tenía problemas", argumentó el pregonero. "¿Qué sabrás tú?", pensé yo. Estuve tentada a meterme en la conversación, ya que no me pareció que fuera una charla íntima, para explicarles que no todas las personas con ideas o tentativas suicidas padecen una enfermedad mental.

Que la mayoría de estas personas no quieren morir, sino dejar de sufrir. Que no tenemos ni idea de los problemas que pueden o no tener las personas, incluso las de nuestro entorno. Obviamente, mantuve el pico cerrado. El escuchador seguía en sus trece dando argumentos muy poco científicos sobre las enfermedades mentales, lo que me hizo deducir que no era ni psiqurogreiatra ni psicólogo, sino un individuo que se cree saber de un roto y de un descosido. ¡Qué mal me cae esa gente! Cuando consideraron que ya no le quedaba más jugo al chisme del hijo de otro, pagaron la cuenta y se fueron.