Opinión | ANÁLISIS

Nos vuelven a avergonzar

Y así, una vez más, en la historia de España tendremos que refugiarnos en nuestro pecho

El exministro de Transportes y diputado del PSOE, José Luis Ábalos, a su salida del registro tras presentar su paso al grupo mixto, en el Congreso de los Diputados

El exministro de Transportes y diputado del PSOE, José Luis Ábalos, a su salida del registro tras presentar su paso al grupo mixto, en el Congreso de los Diputados / EDUARDO PARRA - EUROPA PRESS

Si yo fuera Pablo Iglesias me fustigaría con un látigo de siete cabezas el resto de mi vida. Cada vez que sintiera las bolas en mis carnes, me preguntaría ¿qué fue de los cinco millones de votos? Él hizo la hazaña de llegar a vicepresidente de gobierno. Pasará a la historia, pero como la mayor frustración de la democracia española. Una fuerza externa al sistema de partidos era necesaria a nivel nacional. Cinco millones de votos fue la señal y estuvieron con él.

Una inmensa cantidad de talento en toda España quedó expectante, disponible, y soñó con organizar una formación con la que gobernar este país. Habría bastado disponer de un criterio claro de selección y de integración, una capacidad de enrolar a gente presentable e íntegra, una capacidad de distribuir el trabajo, para que muchos hubieran estado dispuestos a entregar años de su vida a la cosa pública. En lugar de identificar un código ético-político de rigor, Iglesias fue estrechando la formación que fue la esperanza de millones de personas, hasta convertirla en un conventículo. El espíritu de facción, de secta, de capilla, incapaz de ver más allá de la propia inseguridad, dominó el campo. Hasta hoy.

Pero hoy sigue siendo claro que el sistema político español es disfuncional y, sin embargo, ya no hay la menor fe en que, de las poblaciones que crecen fuera del sistema, que se auto-marginan de ese bipartidismo de la nación central y de las naciones periféricas, pueda brotar una alternativa capaz de hacerse con el gobierno de la cosa pública. Y, sin embargo, hemos visto lo que da de sí este bipartidismo. Y nos avergüenza. Y así, una vez más, en la historia de España tendremos que refugiarnos en nuestro pecho, justo en el momento en que el mundo conoce una transición llena de peligros hacia lo desconocido.

Hoy no tenemos más inclinación que dejarnos arrastrar a la barbarie justo cuando más necesaria es la virtud republicana. Pues estamos en medio de una crisis institucional sin precedentes, brutal, en la que el peso del aparato del Estado se deja caer para sustanciar la victoria y entregar un ciclo largo al PP. En ese aparato la democracia no es lo principal. Se ve en el ninguneo del poder legislativo por el poder judicial, ajeno a todo sentido de la salud pública, que no es otro que la cooperación de poderes. Pero se ve en el juego de los dos grandes partidos en el Parlamento, destinado a desprestigiarlo de tal modo que el gobierno prorrogado de los jueces, usando el TS como ariete con todo tipo de falacias y trapacerías -como lo es la última acusación de terrorismo a Puigdemont- sea lo único que quede en pie. Y cuando se imponga ese ciclo largo del PP, los poderes del Estado volverán a cooperar.

Si alguien ha soñado con que ese ciclo largo levante a las masas de las periferias nacionales y dé nuevas alas a la insurrección, sueña tan profundamente como los que creían que Franco sería depuesto por las potencias democráticas tras 1945. Así que o la formación de gobierno y sus apoyos extreman la virtud política, o esto se acaba. La forma de llevar el asunto Ábalos nos muestra que esa virtud es escasa en unos y en otros. Y puede acabar tan pronto como el que lleva la manija, el PNV, lo crea oportuno. Eso va a depender de las elecciones que vienen. El mensaje de que Junts podría sumarse ya está lanzado. Pero si las fuerzas del Gobierno salen a las urnas antes de acabar la legislatura, el nuevo ciclo largo del PP estará asegurado. Lo que sucederá en el PSOE lo comprobaremos cuando percibamos quien es más aparato Ábalos o Sánchez.

El mayor problema es que, mientras que el ciclo largo del PP es afín al aparato del Estado y a los flujos internacionales de privatización, acumulación y concentración acelerada, las fuerzas que sostienen el Gobierno solo tienen el tiempo de la resistencia, como Kevin Costner en Yellowstone. Y no tienen otro tiempo porque no son capaces de apostar por una forma de Estado federal seria y solvente, capaz de disponer de lealtad institucional, donde los territorios se miren con la verdad que encierran desde hace siglos, y así puedan dejar atrás la ilusión de ser independientes en un mundo donde la independencia no significa nada.