Opinión | TRIBUNA

Trescientos años con Kant

Es el compromiso con la construcción de una sociedad civil abierta entre los pueblos, que teja vínculos poderosos de cooperación entre las gentes, y que las ponga a trabajar en proyectos potencialmente abiertos a la universalidad

Trescientos años con Kant

Trescientos años con Kant / Tomatin

Vuelvo al sur, como dice la canción de Piazzola, a este sur chileno que también llevo un poco como destino del corazón. Y aquí, ya como en casa, vengo a homenajear a amigos, a filósofos queridos como Jorge Eugenio Dotti, y a reencontrarme con las personas valientes que defienden la filosofía en estas tierras. Y es muy entrañable esta apertura chilena, tan generosa, que recoge en su mejor academia a gentes de Argentina, de España, de Francia, de toda Europa, con la única condición de su compromiso vital con la filosofía, sobre todo en estos momentos en que de nuevo se requiere luz y claridad. No a defender una nueva Ilustración, sino una Ilustración como trabajo infinito.

Y es que hace trescientos años que Kant está con nosotros. Nació un 22 de febrero de 1724 en la lejana Königsberg, hoy enclave ruso de Kaliningrado. Nada más significativo de la situación actual de Europa que esa ciudad, siempre entre Rusia y el occidente europeo, mancille con pintura roja la estatua de su célebre hijo, y que uno de los almirantes de la flota de la antigua ciudad hanseática lo declare traidor, a pesar de que se sintió cómodo en la época de ocupación rusa de la ciudad, se integró en ella y gustaba de compartir sobremesas con algunos de los oficiales rusos. Pero en aquellos tiempos Rusia quería ser todavía europea. Y todavía muchos rusos quieren serlo, por mucho que solo nos lleguen las voces confusas de Alexander Dugin.

Europa llegará hasta donde llegue la influencia viva de Kant. Y por eso, Europa llegará hasta donde llegue su espíritu de paz perpetua. Porque este espíritu no es una inclinación abstracta. Es el compromiso con la construcción de una sociedad civil abierta entre los pueblos, que teja vínculos poderosos de cooperación entre las gentes, y que las ponga a trabajar en proyectos potencialmente abiertos a la universalidad. En las ciencias, desde luego, construyendo una experiencia válida para la humanidad; pero también en el reconocimiento de la dignidad humana, mediante políticas de apertura y hospitalidad, de libre circulación de personas, de derechos de acogida y de visita, de posibilidad de integración en trabajos reconocidos por todos.

Es lógico entonces que los almirantes rusos lo llamen traidor. Su idea de que despotismo y guerra van unidos, retrata desde hace tres siglos a los poderes que solo reclaman de sus ciudadanías la obediencia, para convertirlas en corporaciones de vasallaje y sumisión. Que los gobiernos republicanos se incorporen a programas federalistas de unificación y ampliación de la libertad de los Estados, ajenos al encumbramiento de sus soberanos, era para Kant resultado de esos procesos de cooperación abierta en que se van formando, poco a poco, sociedades entretejidas por fuertes vínculos irreversibles. Y esa apertura de las sociedades era el efecto necesario de la condición social del ser humano tanto como de su libertad.

No ha habido un pensador posterior que no haya tenido que medirse con Kant. Y ninguno de los grandes ha dejado de utilizar las efemérides kantianas para hacer balance de su obra, tomar posición respecto de ella, seleccionar lo vigente de lo pasado y encontrar así lo específico de cada presente. Desde el escrito de Schelling de 1804, fecha de su muerte, hasta los ecos de las conferencias últimas de Foucault al hilo de los centenarios de la Crítica de la razón pura, a principios de los 80 del siglo pasado, todos han sido kantianos a la hora de identificar la orientación filosófica de cada presente, por mucho que el contenido de sus filosofías ya fuera diferente.

Y es que el imperativo de la Ilustración kantiana no consiste en escrutar sus textos hasta la más estéril filología, con la aspiración de hacer pasar de contrabando las ideas propias como si fueran kantianas. No consiste en imponer su filosofía como texto sagrado, ni en hacer de Kant un dogma cuando los demás dogmas ya se han gastado. El imperativo de su Ilustración consiste en pensar el presente, cada presente, con la libertad de la razón en el espacio público, activando todo lo que una inteligencia haya forjado en su propia experiencia y camino para orientarnos en el tiempo. En esa tarea siempre se tendrá que contar con Kant.

Un Kant vivo que vivifica el pensamiento en su aventura histórica. Eso fue lo que reivindicó Ortega cuando hace un siglo festejó este día de abril de 1724. Y eso fue lo que hizo Husserl en su escrito de 1924, un texto clave en la evolución de su pensamiento. Y eso es lo que, cuando vengo al sur, justo un día de abril, tres siglos después, un amigo muy querido pone sobre mi mesa un regalo: es el libro de Peter Fenves, sobre el Kant tardío, editado por la casa Palinodia, de Santiago; sobre el Kant que experimenta la fragilidad de la existencia y de la inteligencia, el combate por preservarla libre; el Kant que sabe de su sometimiento a las leyes del medio ambiente y del tiempo.

Este libro lleva como subtítulo Hacia otra ley de la Tierra. Y parte de un texto de Kant en el que lanza la hipótesis de que quizá los seres humanos estén aún en un proceso evolutivo abierto, que existan como seres racionales por mor de otra especie que vendrá en el futuro y para la que tienen que cuidar de la Tierra. Todas las preguntas de la filosofía se alteran desde esta hipótesis. Y quizá es la que necesitemos hoy.