Opinión | INVASIÓN RUSA

Diez años de escalada rusa

La UE no puede aplazar ni delegar su estrategia de contención ante el expansionismo de la Rusia de Putin

Ataque de Rusia al este de Ucrania que ha acabado con la vida de once ucranianos -entre ellos, cinco niños- en el distrito de Pokrovsk.

Ataque de Rusia al este de Ucrania que ha acabado con la vida de once ucranianos -entre ellos, cinco niños- en el distrito de Pokrovsk. / EFE

Cuando se cumplen diez años del Euromaidan, la movilización europeísta y nacionalista que reunió en el centro de Kiev a una multitud que logró la destitución del presidente prorruso Viktor Yanukóvich, la guerra ha avanzado sin parar en las fronteras de Rusia mientras la lógica de la paz armada ha progresado en Europa. Aunque entre febrero y marzo de 2014 se sucedieron en imparable progresión el giro de la política ucraniana mirando a Occidente, la anexión por Rusia de Crimea y la invasión del Donbás, asimismo por Rusia, parecía posible un compromiso que evitara el agravamiento de la crisis en el flanco este de la OTAN y de la UE. El ataque a Ucrania desencadenado por Rusia el 24 de febrero de 2022 cambió por completo la naturaleza del conflicto. No solo porque los aliados occidentales acudieron muy pronto en apoyo de Ucrania, sino porque Rusia manifiesta desde entonces un acrecentado afán expansionista que amenaza la seguridad de toda Europa.

La doctrina destilada por la Conferencia sobre Seguridad de Múnich este último fin de semana no deja lugar a dudas: los países europeos no pueden aplazar decisiones trascendentales para afirmar su autonomía estratégica y para disponer de instrumentos de disuasión ante la amenaza que viene del Este y el riesgo de puñalada por la espalda desde el otro lado del Atlántico en caso de reelección de Donald Trump. Ursula von der Leyen y Josep Borrell, entre otros intervinientes, han puesto el acento en la necesidad de poner manos a la obra en consonancia con lo que han repetido Emmanuel Macron y Olaf Scholz.

Nadie pensó hace una década que la atmósfera se envenenara de la forma en que lo ha hecho, pero han sido muchas las voces que durante este tiempo han advertido de la vulnerabilidad europea por su falta de una política común exterior y de defensa. Frente a ese dato se alza la cohesión interna de la autocracia rusa, con Vladimir Putin a un mes de ser reelegido presidente y la oposición brutalmente silenciada o en el exilio, sin posibilidad de influir en una opinión pública adormecida por la censura y la propaganda. La muerte de Alekséi Navalni en una cárcel del círculo polar ártico, con todas las trazas de ser un crimen de Estado, es mucho más que un aviso a la disidencia, es un mensaje inequívoco a Occidente: es Putin quien fija en exclusiva las reglas del juego sin reparar en medios y en vidas.

En cuanto rodea al desarrollo de los acontecimientos las últimas semanas -el talante de Putin en la entrevista con Tucker Carlson, la retirada ucraniana de Avdiivka, la orden de busca y captura de Kaja Kallas, primera ministra de Estonia- hay un componente de escalada en el desafío del Kremlin. "Eso es solo el comienzo", ha dicho un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia a propósito de Kallas.

La amenaza no debería caer en saco roto porque es perceptible un incremento del riesgo en el envalentonamiento y los resortes de la crispación alimentados por Moscú, y en el debilitamiento de Kiev. Los datos de la última década hacen urgente tomar medidas preventivas de contención. No caben titubeos a la hora de mantener la ayuda militar económica y militar a Ucrania. Y resulta cada vez más difícil de discutir la necesidad de un rearme disuasorio en el flanco europeo de la OTAN. Y no porque lo exija en tonos de matón Donald Trump.