Opinión | EDITORIAL

Vota Galicia

Más allá del desplazamiento masivo de líderes y discursos, cada elección tiene su propia lógica territorial

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en una comida-mitin en Oroso (A Coruña).

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en una comida-mitin en Oroso (A Coruña). / AGOSTIME/EP

En los sistemas de gobierno multinivel como el español resulta inevitable una constante interacción de unas arenas políticas con otras, cuando no una contaminación, y más cuando la mayoría de los partidos políticos que compiten en ellas son los mismos en todos los niveles. Como consecuencia, suele ser habitual extrapolar erróneamente los resultados de un tipo de elección a otro, ignorando que cada una de ellas tiene sus propias lógicas e incluso distintas constricciones institucionales, empezando por las propias normas electorales que las rigen. Y también suele suceder que la lectura que tanto partidos como medios de comunicación hacen de los eventuales resultados genere expectativas de cambio más allá del ámbito territorial en el que se producen. 

Todos estos fenómenos están presentes en el proceso electoral gallego, cuya campaña hoy se cierra. Esta, al igual que la precampaña dominada por el vertido accidental de pellets, se ha convertido en un campo de batalla al que el PP y el PSOE han trasladado sus disputas a nivel nacional en un momento especialmente complejo y crispado. Una circunstancia que ha propiciado que las elecciones gallegas sean interpretadas como el primer test para evaluar a esos partidos tras una controvertida investidura.

Esa complejidad y crispación se deben a que, por primera vez en la historia democrática, no gobierna el partido que quedó en primera posición en las elecciones generales, el PP, sino el segundo, el PSOE, en coalición con Sumar y con unos apoyos parlamentarios muy heterogéneos e inestables obtenidos gracias a un radical cambio de postura en una cuestión altamente divisiva como es la amnistía a los encausados por el procés independentista. Una cuestión ajena a la política gallega que no solo ha incidido en la campaña, sino que ha marcado su recta final. Ha sido consecuencia de la revelación hecha por parte del propio PP de que en el marco de las conversaciones con Junts per Catalunya previas a la investidura habría evaluado y descartado por anticonstitucional la amnistía, pero se habría planteado la concesión de unos indultos condicionados. ¿Un contagio del debate procesista, o una forma de desconectar el discurso del PP en Galicia del ruido que se emite desde la capital? 

El lunes, nada evitará que los resultados sean interpretados en clave nacional. Si el PP pierde la mayoría absoluta, y por tanto el Gobierno de la Xunta, se cernirá una espada de Damocles sobre Feijóo que puede amenazar su continuidad al frente del partido, mientras que si gana en su feudo natal saldrá reforzado. Pero cualquier resultado, positivo o negativo, debería ser anotado también en la cuenta de resultados del candidato del PP gallego. Y a su vez, el previsible retroceso del PSG puede suponer un toque de atención al PSOE y a la estrategia del presidente del Gobierno, aunque podría quedar disimulado si llegase a sumar con el BNG. Y son precisamente las buenas expectativas de esta formación en las encuestas, que por su propia naturaleza de partido de ámbito no estatal hace de la arena gallega su ámbito prioritario, y que ha implementado una campaña puramente en clave gallega, las que permiten plantear que, más allá de los cantos de sirena hechos por los líderes nacionales masivamente desplazados a Galicia y por la introducción de temáticas lejanas, los electores distinguen los tipos de elecciones y votan en consecuencia.