Opinión | MÁS ALLÁ DEL NEGRÓN

Otro año de guerras

Arranca 2024 con dos conflictos bélicos abiertos y sin visos de solución

Humo tras un bombardeo de ISrael sobre la Franja de Gaza.

Humo tras un bombardeo de ISrael sobre la Franja de Gaza. / EFE

Todas las guerras, se libren donde se libren, son las guerras de todos nosotros. Y más hoy en día, en este mundo globalizado, no hay conflicto armado, por remoto que parezca, que no nos afecte directamente, en el que no seamos retaguardia. Las dos guerras abiertas con las que recibimos el año se están desarrollando ahí al lado. Una, en la frontera Este de Europa; la otra, a orillas del Mediterráneo Oriental. Casualmente, las dos a la misma distancia en avión desde Madrid: sólo 4 horas y 35 minutos.

El azar ha querido que el cambio de año me haya sorprendido leyendo reflexiones sobre la guerra de Antoine de Saint-Exupéry. Sí, el del "Principito", la obra traducida a más lenguas. Escrita en 1943, cuando Hitler se señoreaba por Europa y amenazaba con liquidar los principios esenciales de la cultura occidental.

El descomunal éxito de la fábula –un millón de ejemplares cada año– ha opacado la obra anterior del escritor y aviador francés. En artículos y libros, Saint-Exupéry ha vertido clarividentes reflexiones sobre la guerra. Siempre en un tono pacifista, pese a que él mismo participó en misiones de espionaje para los aliados, lo que no evitó que fuera acusado falsamente de espía nazi por el mismísimo De Gaulle.

En su "Tierra de los hombres", que la editorial Ladera Norte acaba de recuperar en una edición enriquecida, encontramos pasajes que bien pudieran referirse a las guerras actuales en Ucrania y en Gaza. "Tal vez sea hermoso morir por la expansión de un territorio –escribe–, pero la guerra actual destruye lo que pretende favorecer (...). Una guerra, desde que se hace con el avión y el gas mostaza, no es más que una cirugía sangrienta. Cada cual, a falta de algo mejor, lanza noche tras noche, escuadrillas que torpedean al otro en sus entrañas, hacen saltar sus centros vitales, paralizan su producción y sus intercambios. La victoria es para el que se pudra el último. Y ambos adversarios se pudren juntos".

Saint-Exupéry quedó impactado con lo que presenció en la guerra de España, de la que fue testigo como enviado especial. "O les engañaron a ellos o les engañaron a los de enfrente", escribe sobre los soldados que combaten en el frente de Carabanchel. "Pero me río aquí de los políticos, de los aprovechados y de los patriotas de salón de uno y otro bando. Ellos mueven los hilos, sueltan las grandes palabras y creen que dirigen a los hombres. Creen en su ingenuidad".

En 1936, en sus crónicas desde una Barcelona fragmentada por un frente invisible, deja sentencias estremecedoras: "Aquí se fusila más que se combate (...). Una guerra civil no es una guerra, sino una enfermedad (...). En la guerra civil uno prácticamente lucha contra sí mismo". Y en 1937, ya desde Madrid, a propósito de los devastadores bombardeos sobre la población civil, ofrece descripciones que bien pudieran ser de las guerras de hoy. "He visto a amas de casa destripadas; he visto a niños desfigurados; he visto a una vieja vendedora ambulante enjugar con su esponja unos sesos que habían salpicado sus tesoros; he visto a una portera salir de la garita y purificar la acera con un cubo de agua; pero sigo sin entender qué papel pueden tener, en una guerrera estas humildes faenas".

Resulta asombroso ver cómo en España, y en Europa, hemos vivido estas fiestas como si no pasara nada en el mundo. Como si no hubiera decenas de miles de muertos a los que llorar. Cómo las pequeñas miserias de la política nacional han camuflado los horrores en el Este de Europa y en Oriente Próximo. Cómo el interés por las guerras de Ucrania –camino de los dos años– y Gaza –el domingo se cumplen tres meses– van perdiendo interés informativo. Cada vez más abajo en las portadas, cada vez más atrás en los telediarios. A todo nos acostumbramos. Tal vez tenga razón Pedro de Silva cuando dice que "nadie debe lamentarse de disfrutar la paz".

Lo más desalentador es que no se atisba un final. Y aunque lo hubiera, lo que viene después de la guerra tampoco es muy halagüeño: el renacer de las cenizas. Volviendo a utilizar las palabras de Saint-Exupéry: "La victoria es del que más tarda en pudrirse. Mirad a España: los dos adversarios se pudren juntos".