Opinión | EL REVÉS Y EL DERECHO

Lesiones del agredido

El hecho que sucedió el viernes último en la sede parlamentaria de la alcaldía de Madrid mostró ingredientes parecidos a los exhibidos por el propio diputado y concejal en su aparición en Ferraz

Archivo - El portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Madrid, Javier Ortega Smith, atiende a los medios de comunicación durante su visita a la Plaza del Dos de Mayo, a 20 de octubre de 2023, en Madrid (España).

Archivo - El portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Madrid, Javier Ortega Smith, atiende a los medios de comunicación durante su visita a la Plaza del Dos de Mayo, a 20 de octubre de 2023, en Madrid (España). / Carlos Luján - Europa Press - Archivo

Javier Ortega Smith, miembro de Vox, participante en dos versiones parlamentarias, la nacional y la local, vive en un hermoso barrio madrileño por el que transita a zancadas, igual que fluye por el suelo del Ayuntamiento de Madrid y, en concreto, por la sede de su soberanía. 

En ese ejercicio gimnástico que exhibió el pasado viernes en el parlamento local después de vapulear a una socialista, a la que diagnosticó "síndrome de Estocolmo", se dirigió a un joven concejal de tal modo que todo lo que hizo también pareció resultado de su capacidad de zancada. Caminó rápido y no se entretuvo nada, pues cumplió en seguida su cometido: mandar a llorar al prójimo.

Hace nada, en la habitual kermesse de la calle Ferraz, Ortega Smith transitó de igual modo ante los policías que hacían lo posible por imponer la ley y el orden entre los manifestantes jaleados por Vox.

Sus zancadas eran simétricas a su masa corporal, que es considerable; en el parlamento de Madrid iba con traje de salir, mientras que en Ferraz apareció, o se apareció, con traje de faena. Apareció, hizo su gestión como supo, concentró la admiración de los suyos y dejó a los servidores públicos con la sensación de que aquel hombre venía de una guerra vivida en otro tiempo.

Su cometido era explicar a los guardias, a su modo y manera, que debían dejar a los muchachos hacer lo que quisieran, lo que estaban queriendo, dado que lo estaban dando todo por la patria.

Patria, palabra horrible, como semáforo o ascensor, decía Neruda. Con esa palabra, Smith y los suyos hacían como si fueran a la vez señal de tráfico y muestra de patriotismo y señal de valentía.

De ese modo desafían a los que no piensan como ellos o hablan como ellos o tienen, al contrario que ellos, un concepto constitucional de la patria, un territorio en el que cabemos todos, ellos también, pero no sólo ellos, sino también sus contrarios, todos sus contrarios.

El hecho que sucedió el viernes último en la sede parlamentaria de la alcaldía de Madrid mostró ingredientes parecidos a los exhibidos por el propio diputado y concejal en su aparición en Ferraz. 

Andando como si tuviera una misión, en este caso también patriótica, pasó cerca de un diputado joven de Más Madrid, le escuchó decir a éste un comentario, se tomó la justicia por su mano, le arrojó, o le desordenó, unos papeles, en el curso del desmán dio con una botella al aire, y finalmente se acercó al diputado que eligió para sus denuestos, al que le espetó: "Ahora, llora".

Mucho se ha dicho del hecho mismo, y de las palabras del hecho. Hasta el alcalde de Madrid pidió la dimisión del edil tronante, aunque luego buscaría culpas distintas para salir de los impedimentos que le impone la alianza de su partido con Vox, cuyo líder mayor salió en favor de su soldado. 

Las distintas apelaciones a que dejara el escaño (y a que no lo dejara) tuvo una secuela final, dicha por Ortega Smith como si tuviera la voz de Churchill, por no decir otra vez propia también de los escenarios de la guerra mundial: "Ni voy a dejar mi acta de concejal, ni voy a dejar de denunciar a esa izquierda echada al monte y a esa derecha acobardada que no sabe cómo ponerse de rodillas. A todos les deseo feliz Navidad y que se recupere de sus graves lesiones el agredido".

El escenario de su bravata es ahora un erial, pues lo arrasó él con esas palabras finales y, en general, con su dialéctica de cemento, en que hundió a la vez a la izquierda "echada al monte" y a "la derecha acobardada", con lo cual se magnificó a sí mismo como un combatiente que, en efecto, tuvo la ocasión de herir, eso se deduce de sus infidencias, de gravedad, también lo dejó dicho, a aquel al que asimismo mandó a llorar.

El agredido somos todos, se le podría decir al diputado Smith. Alguien, al menos, se lo tendría que decir.