Opinión | EL OBSERVATORIO

El clima político

La agitada vida política española, en una espiral fuera de control y sin freno

La portavoz de Junts en el Congreso, Míriam Nogueras, y el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, junto a Pedro Sánchez EFE

La portavoz de Junts en el Congreso, Míriam Nogueras, y el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, junto a Pedro Sánchez EFE / EFE

Hemos alcanzado nuevos hitos en nuestra agitada vida política. Con unas cuantas frases puede hacerse un buen resumen de la situación. El Congreso ha autorizado la tramitación de la proposición de ley de la amnistía. En el Pleno, la portavoz de Junts llamó por su nombre "indecentes" a varios magistrados. Jordi Turull declaró después que su compañera de partido se había quedado corta con el calificativo.

Miembros del Gobierno, en primer lugar su Presidente, admitieron que en España sí había habido "lawfare", acusando al PP de instrumentalizar la Justicia. El popular Monago denunció en el Senado que su partido también había sido víctima deliberada de un juez en el caso Gürtel.

El presidente del Consejo General del Poder Judicial exclamó un ¡basta ya! y rogó a unos y otros que se dediquen a lo suyo y dejen en paz a los jueces. En el parlamento europeo, en presencia de diputados de todos los países de la Unión, el portavoz de VOX cubrió de improperios al jefe del Gobierno español, que tuvo que encajar un duro reproche del PP a cuenta de la amnistía, la reprobación del líder de los democristianos alemanes y una advertencia más de Puigdemont.

Mientras, un ministro recién nombrado celebró la moción de censura a la alcaldesa de Pamplona con un saludo democrático y progresista a Bildu y el mencionado Turull anunciaba una próxima reunión de igual a igual, a solas, de Pedro Sánchez con el expresidente de la Generalitat para abordar en profundidad la solución del conflicto político planteado por el independentismo catalán.

Así está el panorama. En los compases iniciales de la legislatura, la política española ha entrado en una espiral que en realidad está fuera de control y nadie parece dispuesto a detener. Con los antecedentes de los actores y varias citas electorales a la vuelta de la esquina, será difícil que la crispación amaine en los meses que vienen.

El Gobierno procurará estabilizar su relación con los partidos nacionalistas catalanes y vascos, esperando que Podemos no le dé ningún susto fuerte, y el PP hará una oposición sin concesiones, de ir al cuello de Sánchez, con el incordio de fondo de las estridencias de VOX, un partido que como todos en general se muestra cada día más desacomplejado.

Los populares se han recuperado de la frustración de no poder gobernar y ya aspiran a resarcirse en la próxima investidura. Habrá que ver las condiciones que pone Feijóo para la visita a La Moncloa a la que ha sido invitado, si acude y si, al fin, se resigna a la entrega del Consejo General del Poder Judicial que Sánchez le reclama.

El PSOE sigue cruzando líneas, que son rojas para muchos y lo fueron para la mayoría de los socialistas hasta hace unos días: apoyar a un candidato de Bildu y negociar con un prófugo de la Justicia española, acusado de cometer delitos muy graves contra la convivencia democrática tal como la organiza la Constitución.

Los socialistas recurren a un catálogo amplio de justificaciones, buscando el respaldo de los ciudadanos, su indulgencia, o quizá tan solo su tolerancia. Desde luego, la imagen de un apretón de manos de Sánchez con Puigdemont produce más morbo que interés suscita el posible encuentro del presidente del Gobierno con el líder de la oposición. En el viciado ambiente político que respiramos esto no es una anomalía.

La cuestión a ventilar, sobre la que los españoles se están pronunciando de distintas maneras antes o después, es si el intento de integrar a los nacionalismos periféricos en la política española merece la colaboración de todos y un aplauso. Es probable que la respuesta mayoritaria fuera positiva si percibiera un esfuerzo sincero por ambas partes, transparente, inclusivo y que en todo caso tuviera un coste asumible.

Pero esto es justamente lo que se echa de menos. El Gobierno pacta de espalda a los ciudadanos, sin someterse a una auténtica rendición de cuentas, con partidos minoritarios que rehuyen cualquier compromiso con España, y por otro lado muestra una actitud excluyente hacia otros partidos de ámbito estatal con la misma legitimidad electoral, pero hasta casi veinte veces más de votos.

El secretario general de Junts, Jordi Turull.

El secretario general de Junts, Jordi Turull. / Lorena Sopêna - Europa Press - Archivo

En definitiva, ¿puede resultar duradera y fructífera una alianza de un partido declarado federal con varios partidos independentistas, que además practican una fuerte rivalidad entre ellos? Aún en el supuesto, inverosímil, de que hoy o mañana los partidos nacionalistas renunciaran al independentismo, ¿es rentable para un país esa coalición si el precio a pagar para mantenerla es un destrozo institucional como el que se viene causando sobre todo desde septiembre de 2017 y que, por lo visto hasta ahora, los pactos de la investidura están agravando de forma acelerada?