Opinión | EL OBSERVATORIO

La izquierda rota

La situación de Podemos y Sumar plantea la incertidumbre de si este cisma es una pequeña grieta en la «coalición progresista» o bien el presagio de serios problemas para el Ejecutivo

'Tierra firme' la presentación del libro de Pedro Sánchez, en imágenes

'Tierra firme' la presentación del libro de Pedro Sánchez, en imágenes

La convocatoria de elecciones generales horas después de conocerse el escrutinio de las locales precipitó los acontecimientos. Al día siguiente, Sumar presentó los papeles en el Registro de partidos políticos del Ministerio del Interior. Con ostensibles reparos de sus dirigentes, Podemos decidió en una votación interna su integración en la coalición electoral formada en torno a la plataforma liderada por Yolanda Díaz, que había dado origen a una nueva izquierda a partir de numerosos encuentros celebrados en distintos puntos del país, en los que Podemos, con expectativas electorales a la baja, quedó al margen. 

Los recelos de los morados crecieron a medida que iba siendo cada vez más evidente que Díaz hacía caso omiso del designio trazado por Pablo Iglesias al nombrarla su sucesora. Tras las elecciones, Podemos exigió un lugar destacado en el grupo parlamentario y en el Gobierno, pero su reclamación no fue atendida y, entonces, abrió un periodo de reflexión que ha desembocado en la aprobación de una hoja de ruta propia del partido y la incorporación de sus diputados al grupo mixto.

La ruptura se percibió como una opción más que posible desde el momento en el que Podemos advirtió sobre el hecho de que fuera ignorado en las negociaciones para la composición del Ejecutivo de Pedro Sánchez, ya antes de la investidura. La confirmación llega ahora, cuando Podemos ha asumido que no cuenta para los dos partidos de la coalición gubernamental y Sumar anuncia para primeros de año su congreso constituyente, aún sin convocar, en el que Díaz podría proponer una estructura organizativa unificada a la quincena de siglas que se agrupan actualmente en la plataforma. La ruptura indica que Podemos, tal como ha proclamado reiteradamente, tiene la intención de preservar su autonomía y no está dispuesto a diluirse de ninguna manera en Sumar.

La separación ha suscitado todo tipo de especulaciones. Hay quien considera que se trata de una venganza de los dirigentes de Podemos por el trato recibido de Díaz. Pero ellos han esgrimido razones políticas que no deberían caer en saco roto. Ante la complicidad mostrada por Díaz con Sánchez, entre abrazos, aplausos y silencios, más de una vez han fruncido el ceño. Consumada la ruptura, Podemos tendrá que diseñar una estrategia y adoptar una posición para, alicaído como está, enfrentarse a un futuro muy incierto. Con su decisión, abre varios interrogantes en la política española, de los cuales dos son de especial relevancia. 

Uno es el electoral. La situación creada aboca a Podemos y Sumar a competir por el apoyo de los votantes que se ubican a la izquierda del PSOE. En 2016, Podemos obtuvo cinco millones de votos, el 21%, y 71 escaños. En las elecciones del 23 de julio, Sumar consiguió tres millones de votos, el 12%, y 31 escaños, que, con el abandono de los cinco diputados de Podemos, se quedan en 26. El próximo año tiene tres citas electorales fijas, en las que ambos partidos medirán su respaldo electoral. La incógnita es si lograrán sobrevivir los dos al examen de las urnas. Pero en todo caso, es probable que el voto de la izquierda se divida, con lo que ninguno logre igualar el resultado de anteriores elecciones. 

El otro interrogante, aún de mayor importancia, afecta al Gobierno. ¿El cisma en la izquierda es una pequeña grieta en la «coalición progresista» o el presagio de serios problemas para el Ejecutivo? En principio, Sumar y Podemos seguirán formando parte de la mayoría parlamentaria que lo sostiene. Pero con la ruptura, Podemos marca distancias y, tras la negativa de asimilarse dócilmente a Sumar, se verá obligado a hacer visibles sus diferencias con la coalición. Esto, sin duda, supone una dificultad añadida para Sánchez. El presidente se afana estos días en persuadir a la opinión pública de los beneficios que traerá al país el intento de gobernar en las condiciones pactadas con unos y otros. Pero las últimas encuestas publicadas ponen de manifiesto que la mayoría de los españoles no están convencidos de lo mismo y que la ventaja del PP se amplía. La gobernabilidad del país parece haber entrado en un laberinto. Cualquier pronóstico sobre la legislatura es aventurado. Por ello, no cabe descartar que la reciente investidura tuviera un efecto bumerán. Sería una gran ironía que Sánchez acabara por propiciar, sin querer, el Gobierno de derechas que con tanta tenacidad se ha obstinado en evitar.