Opinión | EL REVÉS Y EL DERECHO

No, esto no lo arregla ni Tascón

Y si tienen razón, ¿por qué no la expresan con el sosiego que la lectura de la democracia enseña desde la escuela y se concentra, por ejemplo, en las leyes que hay para que lo que disuena sea ordenado adecuadamente?

Concentración en la sede del PSOE contra la amnistia.

Concentración en la sede del PSOE contra la amnistia. / José Luis Roca

“Sosegaos”. Felipe II se lo proponía a sus súbditos y alguien así, quizá, tendría que bajar a la tierra de los inquietos para rectificarle a José María Aznar que haya dicho lo contrario justo en la víspera del presente tsunami que recorre España: abandonad el sosiego...

Al principio fue su propio partido, sobre el que manda, el que saltó a las plazas de los pueblos y de las ciudades para seguir las indicaciones del expresidente. Éste había conminado a que, quien pudiera hacer algo, de cualquier género, contra las intenciones del gobierno de pactar con los independentistas, tendría que hacerlo. De inmediato el hombre que no hablaba demasiado (en un tiempo) fue seguido por entusiastas seguidores de sus consignas y, en efecto, aquí, desde los hooligans a los jueces, todos le están haciendo caso, menos, me parece el Financial Times.

Aznar, al contrario que aquel rey, que se llama como el actual, no pidió sosiego a quienes ahora fungen de seguidores de sus consignas patrióticas, sino acción, actividad. Todo ello sale ahora envuelto en banderas patrióticas, que también han regado las calles. El griterío ha sido animado, por ejemplo, por el vicepresidente tan activo que tiene Castilla y León, que apareció ante la sede socialista de Madrid exhibiendo una bandera nacional vistiendo a un toro de lidia.

A esta misma manifestación, que corresponde sin duda a los preceptos del expresidente y también de la expresidenta de Madrid, acudió otro presidente, el de Vox. Santiago Abascal, igual que su discípulo leonés, anunció que allí iba a estar contra los infieles, de modo que quedaba abierta la inscripción. Completaron aforo este lunes y han anunciado que todos los días harán lo mismo, hasta que España se limpie de los muy adjetivados traidores a la patria.

Pablo Neruda, el poeta chileno, decía sobre la palabra patria que era tan “fea como semáforo o ascensor”. Viendo esa palabra en las banderas y en las voces de las personas que se manifestaban contra los socialistas ante la sede de la calle Ferraz de Madrid era fácil pensar en las consecuencias que tiene esa palabra que para Neruda no merecía las letras que tenía. Convertida en raíz de un insulto a los infieles, es una exhibición de rabia que da miedo. Los insultos han sido relacionados con todo tipo de esencias nacionales, pero no han faltado aquellos que tienen que ver, para vergüenza de la educación civil, con el respeto debido a parientes de muchos de los insultados.

Ni Abascal ni su discípulo leonés recurrieron a esa vastedad, pero en ningún caso la deploraron, porque en el ejercicio de su muy señalada vocación patriótica estaban allí para anunciar que no los callarán. Seguirán así hasta que se le rompan los tímpanos a los que habitan Ferraz y a aquellos que obedecen al que, en fin, llaman hijo de puta que, además, debe ser reo de cárcel. Los adjetivos han ido más lejos de las consignas, aunque si se analiza muy bien aquella instrucción aznarista, el expresidente no decía exactamente qué tenían que decir los sublevados, pero instaba a todos los ciudadanos a que hicieran.

Hacer es un verbo muy laxo, o al menos lleno de interpretaciones que cada uno, incluso los padres de la Iglesia, pueden aceptar como moneda arrojadiza. El que tiró la piedra y la puso a circular por ahora no vuelve a decir nada. Los suyos sí hacen o dicen, o al menos los he visto corriendo, y no sólo haciendo que corren, por la estación de trenes de Valencia viniendo de Madrid para hacer parte de la manifestación que tocaba este domingo.

La razón a veces resulta un sueño que genera monstruos. Imaginemos que tienen razón, o esa razón que genera monstruos, los que ahora se manifiestan con este fervor patriótico tan resaltado en las distintas demostraciones de Ferraz. Y si tienen razón, ¿por qué no la expresan con el sosiego que la lectura de la democracia enseña desde la escuela y se concentra, por ejemplo, en las leyes que hay para que lo que disuena sea ordenado adecuadamente? Lo que sucede es que ni los jueces, y ni los jueces de los jueces, son capaces de sosegarse, están con el lápiz afilado antes de que al objeto de escribir le asista la sintaxis de pensarlo antes.

Atribuíamos al llorado Mario Tascón, periodista excepcional e inventor de modos de mejorar el periodismo, muchos y extraordinarios poderes de la razón para hacer que ésta nos devuelva el sosiego.

Lo recordé en la noche del lunes, en el curso de un emocionante homenaje a este amigo de todo el mundo cuando, en otra esquina de Madrid, Ferraz empezaba a alocarse. Se decía, aludiendo a la facultad de Mario para aliviar lo imposible: “Esto no lo arregla ni Tascón”. No, parece que esto no lo arregla ni Tascón.