Opinión | ORIENTE PRÓXIMO

La ecuación israelí

Expulsar a los palestinos de su tierra nunca puede ser una solución aceptable ya que profundizaría el resentimiento, tan vivo 17 años después

Search operations following Israeli airstrike on Gaza

Search operations following Israeli airstrike on Gaza / MOHAMMED SABER

Israel es un Estado-nación (territorio claramente delimitado, población constante y gobierno) con armas nucleares, rodeado de vecinos que niegan su derecho a existir y, desde el 7/10, una población sometida a intensas emociones, esperando la venganza, para la que se exige contención.

Al verse amenazados por el reconocimiento saudí a Israel, a cambio de un "pacto" de defensa y centrales nucleares, Hamás (e Irán) lanzaron un ataque que pilló desprevenida a la inteligencia más recelada de la región.

Desde su fundación en 1987, Hamás se ha negado a reconocer el derecho de Israel a existir y ha desbaratado cualquier posibilidad de paz entre israelíes y palestinos, y entre Israel y el mundo árabe.

Sin capacidad militar y a sabiendas de que desencadenarían la respuesta israelí más severa, Hamás probablemente se autodestruyó. El objetivo no era ocupar territorio, sino asesinar y secuestrar civiles –no soldados– asegurándose su difusión en redes sociales.

Desde aquello, los partidarios de la línea dura gubernamental exigen una respuesta sin matices, mientras la UE y EE UU instan a retrasar la operación terrestre, para atender prioridades: entrega de ayuda, liberación de rehenes y salida de extranjeros atrapados en la Franja.

La preocupación de Washington –que la guerra desencadene un conflicto más amplio– ha urgido la dilación, con la excusa de poder desplegar mejor sistemas de defensa aérea en la región.

La Unión Europea, con esa dificultad congénita para alcanzar "consensos a 27", pide "pausas humanitarias" que permitan la entrega de ayudas al enclave, hasta ahora muy limitadas.

La visita de Biden-Blinken ha mitigado la venganza, pero será difícil postergar la inminente entrada de 360.000 reservistas, apostados a las puertas de Gaza. El reto ahora es proteger a los civiles, no sólo por razones humanitarias, sino también estratégicas.

La misión primordial que se ha marcado Israel es innegociable: destruir el poder –militar y de gobierno– de una amenaza existencial, reconocida por la mayoría de los analistas árabes que, sin exteriorizarlo, contaría con el apoyo silencioso de muchos palestinos, hartos del mal gobierno en Gaza y Cisjordania.

Pero la nefanda situación de los civiles gazatíes, atrapados en un fuego cruzado –sin luz, agua, medicinas y combustible, los hospitales colapsados y sin energía–, sin Estado ni territorio propio, sin opciones de asentamiento, confrontados al dilema de salir o morir, intima a Israel a replantear tiempos y alcance de la respuesta.

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Resulta arduo establecer prioridades. Una de ellas, el asentamiento. Expulsar a los palestinos de su tierra nunca puede ser una solución aceptable ya que profundizaría el resentimiento, tan vivo 17 años después.

Además, asentar forzosamente a la población de Gaza requeriría el asentimiento de Jordania –que ha integrado a tres millones de refugiados– y la imposible conformidad de Egipto que, en ausencia de campos de refugiados, solo alberga entre 50.000 y 70.000 palestinos.

El presidente Al Sisi se niega a un "éxodo masivo" de civiles gazatíes al Sinaí, para evitar que el suelo egipcio se pueda convertir en campo de operaciones de la resistencia palestina. Buscando contentar a su principal benefactor, ha propuesto –de manera inesperada– asentar a los palestinos de la Franja en el desierto del Néguev (situado al sur de Israel) hasta que finalicen las tareas pendientes.

Con la muerte de Yasser Arafat, quedó huérfano el liderazgo palestino. Sus herederos, exiguos de carisma y limitada capacidad de interlocución., señalan déficits que plantean una cuestión: ¿quién podría simbolizar un renacido nacionalismo palestino, capaz de reconstruir Gaza y Cisjordania, sin ser marcado como colaborador israelí?

Aunque se trata de una dificultad extrema, el tiempo juega a favor de los israelíes, al ir obteniendo –gracias a su creciente arsenal de sensores aéreos y subterráneos– más información sobre los escondites de los terroristas y el paradero de los rehenes. Mientras tanto, Hamás se va quedando sin combustible ni suministros y necesita salir a la superficie.

Los militares más veteranos aconsejan la inteligencia como motor de las operaciones y la utilización de drones y armas autónomas, para atacar los objetivos.

Así se hizo frente a los combatientes del Estado Islámico que se escondían en túneles y cuevas, en la campaña de nueve meses para liberar Mosul (Irak). Estados Unidos y sus socios avanzaron lentamente, utilizando una mezcla de operaciones de comandos y ataques con drones. Poco a poco, lograron destruir al ISIS, pero las bajas civiles fueron altas.

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Los objetivos de la guerra exigen pensar en "el día después" , con Hamás desarmada y la franja de Gaza desmilitarizada. La guerra de Yom Kippur (1973) precedió al viaje a Jerusalén de Anwar-el-Sadat (presidente de Egipto, desde 1970 hasta su asesinato en 1981), con el que cambió la dinámica árabe–israelí, al reconocer por vez primera al estado judío. Con los Acuerdos de Camp David (1979), firmaron la paz y el país árabe recuperó el Sinaí.

La Primera Intifada (1987), en que los palestinos se enfrentaron con piedras a las fuerzas israelíes, acabó con la firma de los Acuerdos de Oslo (1993). El nacimiento de la Autoridad Palestina, germen de un futuro Estado cuyo líder, Yasser Arafat, se convertiría en referente, así como la fundación de Hamás, nacido con el objetivo de exterminar a Israel.

Cuando las fuerzas israelíes "desalojen" al grupo terrorista, debería entrar otra fuerza en la que confíen los palestinos para "mantener y construir" el enclave. Quizá una versión de la coalición europea y árabe contra el ISIS, como ha sugerido el presidente francés.

Solo es posible despejar la ecuación israelí con una estrategia que evite acciones imprudentes que dilaten la guerra, aviven la oposición internacional y le dejen en una posición más vulnerable. Con otro objetivo esencial: restaurar la disuasión que Hamás no tuvo en cuenta.

De cómo se despeje la compleja ecuación, amortiguando el castigo colectivo a los civiles, depende el futuro de quienes no desean una conflagración de proporciones astrales.

Vamos viendo…