Opinión | POLÍTICA Y MODA

A Naya, por humanizarme

Abrimos la puerta del Volvo y subiste sin pensarlo: nos habías elegido (adoptado y rescatado)

Clase trabajadora: de Chanel a Victoria Beckham

Otro aburrido 12 de octubre hasta que…

La perra Naya, a quien dedica este artículo Patrycia Centeno

La perra Naya, a quien dedica este artículo Patrycia Centeno / Cedida

A estas horas, ayer aún tenía el privilegio de acariciarte. Hundir las yemas de mis dedos en tu suave pelaje blanco para transmitirte toda la calma y paz que la inconmensurable pena me permitiera. Parecía que me devolvieras el esfuerzo lamiéndome el brazo (o como yo he catalogado siempre ese gesto "mmmm... quants petonets de la Naya!"). Te besaba la frente, la tripita y las patitas para que notaras que estaba (que estaré siempre). Desde que el lunes (mientras te sostenía entre mis brazos y apoyábamos nuestras frentes como tanto nos gustaba a las dos) nos dijeron que era irreversible e inminente, no he parado de darte las gracias por haberme adoptado hace 13 años. Repasaba las mil y una aventuras que hemos vivido juntas. Y aunque has estado en momentos muy duros y complicados, todo a tu lado lo recuerdo como la manifestación de amor más pura, profunda y sana del mundo. Creo que lo sinteticé perfectamente cuando te dediqué mi tercer libro: "A Naya, por humanizarme."

Nadie ha dejado tanta huella en mí como tú lo has hecho. Ayer al volver a casa y empezar a recoger tus cosas y acurrucarme encima de tu lado del sofá (prácticamente todo); pensé que en mi vida había un antes y, tal vez, un después de Naya (que aún no soy capaz de imaginar y que por el momento solo está lleno de un vacío gigante).

La primera vez que te vi fue en una terracita en el Marais, París. Habíamos viajado para reclutar diseñadores y colecciones para la 080. Recuerdo que estaba empezando a escribir mis primeros artículos sobre política y moda (algo insólito e incomprendido en aquel momento); y que, como siempre, no sabía muy bien hacia dónde dirigir mi carrera. Me contaron que te habían abandonado y buscaban una familia que te acogiera. Eras una preciosa labrador de color canela, con una cara que parecía diseñada para interpretar una peli de dibujos y caminabas como si lo hicieras sobre tacones (clin, clin, clin…). Como buena francesa, te pirraba el queso (¡más incluso que el jamón que robaste/devoraste nada más llegar al país vecino!). “No se podía ser más bonita”, pensé. Eras una bebé (solo 9 meses) pero yo te veía enorme (también de tamaño).

Abrimos la puerta del Volvo y subiste sin pensarlo: nos habías elegido (adoptado y rescatado). Toda la vida me habían gustado los animales, pero jamás había compartido la vida con ninguno. Así que cuando la primera noche te subiste a la cama y te noté entre mis piernas, grité como una estúpida. Te pedí que no te subieras porque me aterraba la idea, pero al apagar la luz volvías a trepar sigilosamente. Me río al pensar que al inicio me lavaba las manos cada vez que te acariciaba. Poco a poco, me enseñaste a sacar mi lado animal (humano). Y tiene su mérito: escogiste a una humana introvertida, perfeccionista, miedosa y escrupulosa.

Los años pasaban y cada vez estábamos más unidas. Al llegar mis treinta, cuando todos a mi alrededor se casaban y tenían hijos, llegó también la típica pregunta: "¿y tú, no tienes hijos?". Respondía que no, pero que tenía una Naya. Realmente no sé cuál es la diferencia, no he experimentado parir a un cachorro humano. Pero mi madre dio a luz a cuatro y eso no ha evitado que todos nos diéramos cuenta que su debilidad y máxima prioridad fuerais Pelayo y tú. Sabía cuando estabas feliz, triste, ansiosa o tenías miedo de entrar a la consulta de la veterinaria. Como te preocupabas de tener controlada a la manada (a toda persona que yo quisiera) y como ladrabas si detectabas peligro. Si tú sentías así tan profundamente (más que muchísimas personas que conozco), ¿por qué el resto de animales no humanos no iba a hacerlo? Dejé de comer carne y me prometí defender la voz de todos los animales (no solo los de compañía) que no podían verbalizar el maltrato que recibían. Conectando con el mundo animal me hice humana.

Sin hablar

Nosotras dos nos entendíamos sin hablar. Sabía que si te ponías en la puerta era porque querías salir. Si apoyabas tu cabeza en mi pierna, necesitabas mimos o que te ayudara a dormir (y daba igual si estaba siguiendo la investidura de un presidente o si a los dos minutos tenía un directo). Tú te volvías loca para lamer mis lágrimas cada vez que me sentía sola y perdida, te enroscabas en mis pies mientras yo escribía o te quedabas conmigo en cama cuando tenía fiebre. Dormíamos, comíamos, caminábamos, bailábamos juntas. Y fue así como entendí que para comunicarse, para comunicarse bien y entenderse sin malentendidos ni enredos, no hacían falta palabras. Así que además de por sus ropas, empecé a analizar a los políticos por sus gestos. Fue por ti que comprendí el poder de la comunicación no hablada y es por ti por lo que hoy se me reconoce profesionalmente. Mi maestra fuiste tú, Naya.

Desde ayer cuando te fuiste que prácticamente no puedo hablar, el llanto abarca más que todas las palabras juntas. Por eso, verbalizar o escribir aquí un "he sido tan feliz contigo" o que eres "lo más bello de mi mundo" no tendrá más fuerza que nuestra última mirada. Tus ojos y los míos lo dijeron todo. Hasta pronto, mi vida.