Opinión | SÁBADOS SOCIALES

La caja de Pandora

Las redes sociales enseñaron sus peligros, compartir fotos a veces ya no era tan divertido, y el acoso escolar adquirió proporciones monstruosas porque los insultos llegaban a todas partes

Jóvenes miran sus móviles, en una imagen de archiv.

Jóvenes miran sus móviles, en una imagen de archiv. / El Periódico de Extremadura

Sigo sin comprender en qué momento se nos ocurrió que era buena idea ofrecer el mundo entero, con sus luces y sus sombras, a niños de apenas ocho años. Eso hicimos cuando convertimos el móvil en el regalo estrella de las comuniones y cumpleaños. 

Colocamos delante de las pantallas a críos sin criterio alguno, y les dimos la posibilidad de acceder a cualquier tipo de conocimiento, como si fuera una caja de Pandora sin efectos secundarios. Ellos, por supuesto, abrieron la caja y aprendieron que el control parental se saltaba fácilmente y que podían estar en contacto con los amigos, no solo cercanos, sino los de medio mundo, chateando sin cansarse, a poco que los padres fueran despistados con el horario. 

A cambio de alguna bronca por llevarse el teléfono a la cama, o por el exceso de horas, las comidas familiares se volvieron más tranquilas, y todos respiraron porque con una llamada se sabía exactamente dónde estaban nuestros hijos. Lo que no quisimos ver fue que ellos se sentaban en un banco alrededor de sus pantallas, sin hablar, y se acostumbraron a ver el mundo a través de ellas, hasta el punto de que ya no se sentían seguros si no llevaban los móviles al instituto o al colegio, como si allí alguna vez hubieran sido necesarios.

Poco a poco empezaron a surgir las voces discordantes, las advertencias, la realidad que se imponía sobre la fantasía de que los niños necesitaban un móvil para vivir. 

Las redes sociales enseñaron sus peligros, compartir fotos a veces ya no era tan divertido, y el acoso escolar adquirió proporciones monstruosas porque los insultos llegaban a todas partes. Ahora nos llevamos las manos a la cabeza con la inteligencia artificial, las fotos de las niñas de Almendralejo, y amenazamos con sanciones y ofrecemos charlas en los centros para educar en el uso de esta herramienta. 

Las redes sociales enseñaron sus peligros, compartir fotos a veces ya no era tan divertido"

No quisimos darnos cuenta de que los móviles son adictivos, de que ni siquiera nosotros, los adultos, somos capaces de vivir sin ellos, sin comprobar compulsivamente las notificaciones. 

Ahora es el momento de dar marcha atrás, de ponerse firmes en su restricción en los centros educativos, de educar para su uso correcto hasta que nos duelan la boca y la cabeza. No sé qué creíamos que iba a pasar si colocábamos a un niño delante del mundo, sin ofrecerle consejo ni apoyo para navegar por las aguas de tanta información inútil, de tanto contenido difícil de digerir

El daño causado a las niñas que aparecen en las fotos, a sus familias; el daño que sufren los alumnos acosados, el aislamiento, la condena social... Todo estos males estaban en la caja de Pandora, los móviles solo han amplificado lo que ya existía. Prohibir su uso no es la solución, no se puede ir contra los tiempos; quizá haya que confiar en la educación, por encima de todo, para que en el fondo de la caja podamos ver de nuevo la esperanza.