Opinión | CRISIS DEL PARTIDO

Vox topa con sus límites

El control del partido de extrema derecha por el sector más duro debería resultar una oportunidad para el PP

Iván Espinosa de los Monteros.

Iván Espinosa de los Monteros.

El cofundador y hasta ahora portavoz parlamentario de Vox, Iván Espinosa de los Monteros, ha renunciado a su acta de diputado y a su puesto de vicesecretario general de relaciones internacionales en la dirección del partido. Su salida se une a la Macarena Olona, hace ahora algo más de un año, y a la de numerosos cargos y electos locales que han ido abandonando la formación disconformes con una estrategia organizativa del partido altamente centralizada; no en vano, es el único partido político que, en coherencia con su aversión al Estado autonómico, ha evitado desarrollar una estructura con un cierto grado de autonomía territorial. 

La dimisión de Espinosa de los Monteros, que tiene lugar después de un notable retroceso del partido, a pesar de que el dimisionario haya alegado motivos personales, parece responder más a disensos en cuanto a la estrategia política y a la pérdida de poder interno que a diferencias respecto de la estructura en el ámbito territorial como había sucedido hasta ahora. La influencia de Espinosa de los Monteros, a quien se atribuye el liderazgo del sector neoliberal del partido, se ha visto cuestionada en la elaboración de las listas electorales y en el intento de apartar a su esposa, Rocío Monasterio, por parte del sector más ultramontano encabezado por Jorge Buxadé, quien se ha hecho con el control de la formación, si no con el beneplácito, si al menos con el silencio de Santiago Abascal, de quien cabe preguntarse si es algo más que el cartel electoral del partido.

A medida que los partidos crecen y ganan en influencia política, sus dilemas estratégicos se multiplican, ya que deben elegir entre diversas alternativas disponibles, por lo que no es de extrañar que en estas situaciones afloren las diferencias internas. Los partidos no son organizaciones monolíticas, sino organizaciones formadas por individuos con intereses de distinta naturaleza: desde los que priman la consecución de objetivos ideológicos a los que se movilizan más por incentivos selectivos como cargos o recompensas. La lucha por el poder inherente a cualquier organización suele vestirse de ideología en el caso de los partidos, especialmente en las fases iniciales, cuando estos tratan de hacerse un espacio, algo que resulta más sencillo cuando los competidores se enfrentan a dificultades.

En este sentido, en el anterior ciclo electoral, con un programa extremadamente nacionalista y conservador, Vox pudo beneficiarse de las consecuencias de la crisis catalana y de la debilidad del PP. Pero ahora esas condiciones han desaparecido. La salida de Espinosa de los Monteros supone en cierta medida la constatación de los límites de crecimiento de Vox en un contexto sin crisis territorial candente y con un PP fortalecido. Unos límites que implícitamente ha reconocido ofreciendo su apoyo a la investidura de Feijóo sin apenas contrapartidas, al menos a nivel estatal. El PP, que durante mucho tiempo cumplió una importante función sistémica conteniendo a la derecha radical, está ahora en disposición de minimizar el peso político de Vox y, beneficiándose de sus renuncias, convertirlo en un pequeño reducto extremista. La disyuntiva reside en si hacerlo a costa de incorporar en su agenda parte de sus postulados de extrema derecha o distanciándose de ellos, y de si tal margen de maniobra es posible mientras estén ambas fuerzas cohabitando en gobiernos autonómicos.