Opinión | EL RUIDO Y LA FURIA

Ahora el fuego

Según Bachelard, "el fuego es un fenómeno privilegiado que puede explicarlo todo. Si todo aquello que cambia lentamente se explica por la vida, lo que cambia velozmente se explica por el fuego. El fuego es lo ultra-vivo"

Bombero lucha contra el fuego en la isla de Rodas (Grecia)

Bombero lucha contra el fuego en la isla de Rodas (Grecia) / Aristidis Vafeiadaki

El fuego devora el Mediterráneo. Los titulares de los periódicos dicen "arde Europa", pero también arde la otra orilla, la africana, tan cercana aunque tan lejos siempre en nuestro pensamiento.

En el sur de Italia las llamas sitian Catania y Palermo. En Grecia el daño es incalculable en Rodas, donde se han quemado cerca de mil kilómetros cuadrados de bosque y calcinado decenas de casas. También hay incendios graves en Croacia y Portugal. El otro lado del Mediterráneo Túnez ha pedido ayuda internacional y en Argelia hay un centenar de incendios que están arrasando el norte del país.

Arde el mar, como en aquel maravilloso libro de Pere Gimferrer. El Mediterráneo, la calle azul del agua, es un vivo incendio. Su conocida etimología remite al latín "Mar Medi Terraneum", "mar en el medio de las tierras", y con igual significado los griegos lo llaman "Mesogeios Thalassa" y los árabes al-Baḥr al-Mutawāsiṭ.

Para los antiguos egipcios, era "el Gran Verde" y para los romanos el "Mare Nostrum" ("mar nuestro"), nombre que respetaron los españoles de Al Andalus que lo referían así, al-Baḥr al-Rum, "Mar de los romanos". Son los turcos quienes lo citan como Ak Deniz, "Mar Blanco" por oposición al mar Negro, pues los turcos llaman "blanco" al sur y "negro" al norte. Quizás deberíamos llamarlo, desde ahora, "Ardenti Maris", el mar que arde.

Se nos ha ido de la mano el fuego, como todo lo que nos cae entre las manos. De los llamados "elementos primigenios" o "elementos presocráticos" (fuego, agua, tierra y aire), el fuego es el único que el ser humano puede producir, lo que, como señala Hans Biedermann en su célebre "Diccionario de símbolos", "lo equipara a los seres superiores". De ahí el mítico castigo a Prometeo por la osadía de robar el fuego de los dioses y entregárselo a los hombres.

Pocas cosas más simbólicas que el fuego, que siempre invoca a lo divino. Su símbolo tradicional es un triángulo con el vértice hacia arriba, imagen que evoca a la pirámide (palabra que procede de pyros, "fuego", y esta, a su vez, de "puro", fuego en sánscrito, la madre de las lenguas indoeuropeas).

Según Bachelard, "el fuego es un fenómeno privilegiado que puede explicarlo todo. Si todo aquello que cambia lentamente se explica por la vida, lo que cambia velozmente se explica por el fuego. El fuego es lo ultra-vivo". También el poeta y creador del mejor diccionario de símbolos escrito en español, Juan Eduardo Cirlot, señala lo mismo al decir que "es un símbolo de transformación y regeneración".

El fuego reposa, como todo lo humano, sobre una contradicción insalvable: a veces brilla sin quemar y es luz, pero otras veces se desboca, se emparenta con el fin, con la extinción, y es tiempo de tinieblas.