Opinión

Escisiones y cismas independentistas

Clara Ponsatí critica a Junts y Puigdemont la regaña mientras el juez Llarena dicta euroórdenes

El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont.

El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. / Europa Press

Con el plató iluminado para las elecciones generales en Cataluña queda medio a oscuras el tránsito acelerado del secesionismo a la escisión. Se está atomizando aparatosamente el bloque independentista que reclamaba la unión épica para conseguir sus objetivos, incluso a costa del pluralismo crítico. Es una fase de nuevo riesgo para la confianza en las instituciones, la estabilidad política, el crecimiento económico y también para la seguridad en las calles. Yo me escindo, tú te escindes, ellos se escinden: escenarios y personajes acusan el bandazo de la escisión porque es agotador levantarse siendo de Junts, desayunar con ERC, almorzar en las barricadas de la CUP y cenar en la consulta de los Comuns. El motín de la Bounty se desparrama por Twitter. 

Salvo que la política catalana sea excepcionalista, las escisiones debilitan al independentismo. Cualquier nueva articulación por el momento parece imposible aunque los viejos pujolistas vayan dando lecciones como profetas sin divinidad.  

La DUI y los disturbios del independentismo se justificaron con el eslogan 'Això va de democràcia', pero ahora sectores independentistas están propugnando la abstención en las generales. Se consideran traicionados por la gestión política del 'procés' y pretenden comenzar un nuevo capítulo. Es decir: votar no sirve de nada. Aunque la abstención sea elevada no es lo mismo el abstencionismo deliberado y programático –táctico- que la abstención por fatiga. La pérdida de votos de Junts o ERC beneficia a otros partidos, especialmente al PSC. Es notorio que la dirección estratégica del independentismo, si es que eso existió, ha sido de una torpeza paleolítica y más si lo comparamos con la Lliga de Cambó o el catalanismo de la Transición.

No es el final del victimismo sino otro intento de reformularlo. El procesismo perderá miles y miles de votos, escaños y financiación pública. Para ERC eso comenzó en las municipales: se le fueron más de 300.000 votos. Junts tuvo un buen resultado en Barcelona pero se quedó sin el ayuntamiento. La CUP puede verse sin escaños en la Carrera de San Jerónimo. En total, el bloque independentista perdería casi la mitad de escaños. Para las próximas elecciones autonómicas, el PSC caracolea como posible ganador aunque Pedro Sánchez pierda la Moncloa. Al castigar a ERC, Junts y la CUP, el independentismo abstencionista también favorece la atribución de escaños al PP y Vox.

Pensado más en el pasado que en el futuro, el bloque prosecesión unilateral ya se está relamiendo con la posibilidad de un gobierno del PP asistido por Vox que incentivase de nuevo el emocionalismo de los independentistas ahora mismo exhaustos y desmotivados. La movilización no será fácil dado el cansancio general por el desfalco institucional y la falta de lideratos con credibilidad. El lenguaje independentista se ha convertido en su propia caricatura. Clara Ponsatí critica a Junts y Puigdemont la regaña mientras el juez Llarena dicta euroórdenes. De momento en las catacumbas, el posprocesismo no sabe dónde ubicarse. Su franja más temperamental se revuelve contra Puigdemont y añora la época Pujol. Es un salto generacional. Tanto la transversalidad como la centralidad han sido mitos de la Cataluña irrealista y, de tanto mirar para otro lado, las élites de poder de Cataluña se han autoinfligido una tortícolis perentoria. Lo menos malo que puede pasarle al cisma es hacerse una resonancia magnética.