Opinión | EL REVÉS Y EL DERECHO

“Cuando la noche le miró a los ojos”

Son los poetas, y los filósofos, los que primero ven las volutas de humo sobre las cabezas de las ideas, y sin duda en este caso fue la noche la que despertó el instinto de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez

Pedro Sánchez

No fue una ocurrencia, sino una decisión que ha descolocado a los suyos y a los ajenos; ambos lados de la atmósfera política española, unos por odio, o desdén, o irreverencia, y otros por despiste o desgaste, o por ausencia de afecto, o porque sí, esperaban del presidente del Gobierno una rendición disfrazada de melancolía.

Es no conocerlo. Los que hacen de su nombre propio una broma y de su carrera un olvido, olvidan adrede, para hacerle mal, que ya se levantó de otros desastres, alzándose de madrugada para hacerse valer allí donde no habían tenido tiempo de conocerlo bien. Una vez me dijo, cuando le propuse estar en un reportaje sobre un fracaso electoral, en la época de Alfredo Pérez Rubalcaba, que él no quería verse asociado a esa palabra, fracaso. Se trataba de que él y otros compañeros suyos que fueron arrastrados en aquella debacle del que fue secretario general del PSOE dijeran cómo se sintieron aquella noche de los cuchillos mellados. Pues él no quería ser parte escrita de ese momento.

Cuando se le hizo cuesta arriba su regreso a la vida política, tras la defenestración que sufrió como un hueco en la garganta, alguien le sugirió que otros que lo ninguneaban al borde de su regreso a la secretaría general podían salir de la madriguera para darle unos abrazos con fotos. En ese momento sólo creía en los muy próximos, así que ese retrato nunca tuvo lugar. Ya en el poder esas escenas sí han sido posibles, y ahí se le ha visto al actual presidente del Gobierno repartiendo abrazos, que es una manera de borrar otros sucesos de la historia.

Llegar al poder fue para él un suceso no exceso de accidentes. La gente quizá lo ha olvidado, porque muchos creen que fue algo del Espíritu Santo lo que lo aupó a ese liderato, pero hubo un episodio de ese trayecto que debió marcarlo hasta ahora mismo, porque no se imagina uno a Pedro Sánchez con milímetros de desmemoria. Fue cuando Pablo Iglesias representó a su gobierno (aun no había gobierno) mientras el candidato elaboraba su propia lista para llevársela al rey. Armado de las personas que él consideraba ministrables, el entonces triunfal líder de Podemos compareció ante el mundo de la prensa (entonces no los escrutaba tanto) para decir “señores, estos son mis peones”.

Aquella bravata no se culminó, o no entonces, pero en la intimidad de sus reflexiones de aquel día el ahora presidente-secretario general reflexionó en voz alta: “Con este hombre no se puede acordar nada”. Luego acordó, y ahora ha decido acordarse de lo que ha pasado en estos cinco años de pasión: dentro y fuera de su gobierno, siendo él o sus elegidos, Pablo Iglesias no ha dejado de demostrar que a lo largo de este tiempo de pasiones y de desengaños de poner palos en las ruedas de cada una de las acciones, grandes o minúsculas, del gobierno de coalición.

El resultado electoral fue como un diagnóstico que le rondaría la noche de la gran derrota. Estaban frescos aun las dialécticas de Belarra y de Echenique cuando apareció Pedro Sánchez con su decisión tomada: habida cuenta de que su ejército estaba diezmado, pero que quedaba otra batalla, él iba a librar esta que falta. ¿Cómo le vino la iluminación? Francisco Jarauta, uno de los grandes filósofos españoles, que ahora profesa en la Universidad Humboldt de Berlín, me decía hace nada en el tren que nos llevaba de Alicante a Madrid, que seguramente esa decisión de renovación electoral se le vino a Pedro Sánchez “cuando la noche le miró a los ojos”.

Son los poetas, y los filósofos, los que primero ven las volutas de humo sobre las cabezas de las ideas, y sin duda en este caso fue la noche la que despertó el instinto de Pedro Sánchez, quién sabe. En todo caso pudieron también venir en su auxilio dos clásicos, uno anónimo y otro bien conocido. Decía este último, James Joyce, hablando de las dificultades que tenía para convivir con Irlanda: “Ya que no podemos cambiar de país cambiemos de conversación”. En el trance de hacer ese vuelco que ha descolocado al graderío, al propio y al que no lo soporta, esta otra ocurrencia, hallada por el poeta Jorge Enrique Adoum en una pared de Quito, es posible que fuera también de iluminación nocturna: “Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas”.

Fue la noche, quizá, que es el lugar donde se asientan las preguntas y donde se hacen más ágiles, más sutiles o peligrosas, las respuestas, la que viniera al auxilio de Sánchez. Fue, en fin, su noche oscura del alma, hasta que la ardiente oscuridad le miró a los ojos, la que ahora ha descolocado al respetable.