Opinión | El OBSERVATORIO

El futuro de Rusia

El país dejará de ser un imperio a raíz de la guerra al perder el apoyo de Armenia, Kazajistán y Ucrania, lo que derivará en un duelo entre Turquía y China por disputarse la influencia

Vladímir Putin, ante la asamblea nacional rusa

Vladímir Putin, ante la asamblea nacional rusa / SPUTNIK

Desde que Rusia invadió Ucrania algunos adelantamos que irían aflorando movimientos internos de corte anarquista y terrorista, además de una pérdida del poder centralizado en lo que al control territorial de las regiones se refiere, e incluso de sus países vecinos en el marco del ya viejuno Tratado de Seguridad Colectiva (TSC). Especialmente significativo es cómo los integrantes del Tratado, la herramienta que utiliza Vladímir Putin para expandir sus guerras, se le van descolgando.

Armenia ya no firmó un nuevo acuerdo a finales de noviembre pasado, y Kazajistán ha ido mostrando sus desacuerdos con el apoyo a esta guerra y ante la interferencia rusa en este grupo de países. La relación tutelar de Rusia con estos ha entrado en declive con la guerra, que temen ser intervenidos o absorbidos por Moscú. Sin estos países, y en especial sin Ucrania, como defendió Brezinski, Rusia dejará de ser un imperio y serán Turquía y China los que pasarán a disputarse la influencia.

Algunos expertos en Rusia nos han ofrecido un análisis en clave histórica que puede ayudar bastante a adelantar el futuro que le espera, destacando que a los cien años del nacimiento de la Unión Soviética asistimos a su segundo colapso. El exembajador francés Gérard Araud lo ha llamado la «segunda guerra de sucesión de la URSS». La mayoría apuntan a un debilitamiento militar, económico y demográfico, con su mayor capital humano abandonando el país y una desconexión de occidente que le pasará factura durante décadas. Putin ha emprendido una guerra que refleja la tradición rusa nihilista de finales del siglo XIX, para la que la destrucción no es «un medio sino un fin en sí mismo», replicando el concepto de Alepo.

La sociedad rusa estará cada vez más sometida a relaciones clientelares donde aflorarán las bandas armadas

A nivel interno toman fuerza las minorías discriminadas más ultranacionalistas, y los chechenos, frente al motor del poder central, los Silovikis, que seguirán asentando el poder del Estado en el crimen organizado. La sociedad rusa estará cada vez más sometida a relaciones clientelares donde aflorarán las bandas armadas. Las minorías de las repúblicas están cargando con el grueso de la guerra y es por ahí por donde empiezan a darse revueltas. Las 83 entidades federales tienen una cultura e idiomas diferentes a la parte eslava de Rusia.

Entre esta lucha interna y el desgaste de la guerra externa, Rusia se verá más abocada a un escenario norcoreano, una especie de potencia decadente y autárquica dirigida por otra mayor que la absorba. Lo lógico es que se repitan sus dinámicas históricas, que tras las debacles militares le sigan convulsiones políticas como las de 1905, 1917 y 1989. Pero las reformas emprendidas desde la caída de la Unión Soviética, en especial durante los noventa, no han servido para democratizar.

No cabe esperar ningún proceso democratizador, ni está en su ADN ni los sucesores de Putin dejarán de hipotecar al país con intentos imperialistas o una guerra permanente. Sus sucesores serán igual de nacionalistas y autoritarios, y así interesará tenerlos a la potencia que la absorba. El poder de Moscú seguirá siendo una amenaza para los países vecinos.

El derrumbe de la federación rusa empezó en 1989, continuó tras 1991 y siguió con las guerras chechenas, de Georgia, Nagorno y la apropiación de Crimea y Transnistria. Hay quien apunta a que tras la guerra en Ucrania podrían sucederle una serie de revueltas, insurgencias y guerras civiles internas. No sé si se llegará a tanto, pero como mínimo a la desestabilización y a un escenario de grupos armados y criminalidad internos que la hagan involucionar.

Es por ello que ampliar las estrategias euroatlánticas cobra así mayor sentido, es lo que ha dado mayor estabilidad a Europa desde el año 1949. Una serie de situaciones fronterizas (con Estonia, Kaliningrado, Transnistria, Crimea, Osetia del sur, Abjasia, las tres islas del Caspio) son potenciales puntos de fricción rusos con Europa. A la par que las estrategias euroatlánticas deberían repensar cómo suplir la futura pérdida de influencia rusa en Siria, Libia y el África subsahariana de un modo diferente a como se ha hecho en Afganistán, Irak o Mali.