Opinión | 'STREAMING'
El futuro de las plataformas
Los cambios anunciados por Netflix son solo un síntoma del replanteamiento general de un sector enfrentado a una burbuja a punto de estallar
En las últimas semanas, la conversación entre los usuarios de las plataformas de streaming ha girado en torno al cambio de política de abono de Netflix. No han sido precisamente bien acogidas las decisiones de subir el precio de su modalidad premium, los recargos adicionales para compartir el acceso a una misma cuenta desde distintos hogares o las medidas disuasorias para quienes lo hacen.
Con todo, este arriesgado paso de la compañía, que suma más de 200 millones de abonados en todo el mundo, es solo un síntoma de un replanteamiento general del sector. Lejos ya del boom de la televisión por cable y del streaming que llevó a hablar de una edad dorada de las series televisivas, y superada también la fiebre del oro que hizo que cada vez más jugadores se lanzasen a ocupar su propio espacio en este terreno prometedor, la burbuja ha encontrado sus límites.
Los operadores, muchos de ellos gigantes tecnológicos amenazados en muchos otros frentes, tratan ahora de que esa burbuja no estalle. Por un lado, buscando nuevos ingresos con iniciativas como las de Netflix o con la incorporación de publicidad para diversificar las fuentes de ingresos y retener a los usuarios, que no están dispuestos a multiplicar su gasto. Por otro, por la vía del control de los costes vía fusiones, despidos, cancelaciones y ajuste del irracional volumen de producción. Y finalmente, con un replanteamiento de su oferta: apuestas seguras, explotación reiterada de franquicias consolidadas, reducción del riesgo creativo...
Los inversores están premiando la cura de adelgazamiento de los gigantes tecnológicos del ‘streaming’
La ficción serializada distribuida a domicilio no solo ha dejado en un estado delicado a la industria cinematográfica, por haberse impuesto al largometraje como formato, y a las salas de exhibición como lugar del consumo. También lo ha hecho por haber ofrecido a una gran parte del público una producción de ocio adulta y de calidad de la que el cine de Hollywood se alejaba en beneficio del espectáculo y de la repetición de fórmulas cada vez menos sorprendentes. Que el streaming busque su viabilidad en esta misma receta hiperexplotada quizás no sea la mejor de las soluciones.
La multiplicación de servicios segregados en los últimos años también ha hecho más difícil otra de las bazas que pudo jugar esta nueva forma de consumo audiovisual: que una serie se convirtiera en un lugar común de la conversación social, algo que solo fue posible cuando los servicios a los que abonarse se podían contar con los dedos de una mano. Ahora es imposible porque el número de títulos y el de cuotas a pagar es inabarcable.
En un momento de incertidumbre y de contracción del gasto familiar, las ofertas de suscripción -de ocio, en el campo del espectáculo o del deporte, pero también informativas y de acceso a servicios de software- deben ajustar su política de precios y buscar su razón de ser en su relevancia para el usuario, en dura competencia con multitud de necesidades, intereses, fidelidades y tentaciones. De momento, los inversores parecen estar premiando la cura de adelgazamiento de las grandes plataformas. Falta ver si los usuarios seguirán encontrando los mismos motivos para mantener su fidelización.
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