Opinión | REDUCIR CONSUMO

La UE y su 15% de ahorro energético

España quiere un debate para que el sacrificio sea proporcional a la dependencia que cada cual tenga del gas ruso

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. / REUTERS

El cumplimiento del plan de choque anunciado ayer por la Comisión Europea, para hacer frente a la escasez de gas derivada de la guerra de Ucrania, constituye un reto mayúsculo para los países integrantes de la UE. La recomendación de reducir en un 15% el consumo de gas en todos los ámbitos, que podría devenir en obligación en el caso de que Rusia cortase el suministro que todavía llega a los países de la UE, es una medida sin precedentes, pero necesaria y preventiva. Por eso mismo, sería deseable que las autoridades europeas encuentren el modo de perfeccionar su propuesta, sin renunciar a la esencia del prudente ahorro energético, para que todos los Estados miembros la hagan suya sin matices. El Gobierno de España, sin ir más lejos, se manifestó ayer reticente a incorporar el plan de la UE sin que haya un debate previo, alegando además, en línea con la industria, que debe intentarse la adaptación de la exigencia del sacrificio al esfuerzo y la inversión previa que ha ido haciendo cada Estado.

Es evidente que un ahorro semejante de gas tendrá un impacto en la vida cotidiana de los ciudadanos europeos y que supondrá un quebranto mayúsculo para muchas empresas. Pero con independencia del debate político que pueda darse en el seno de la UE en los próximos días, y de la fórmula que se imponga definitivamente para el reparto de un sacrificio que ha de ser común, el objetivo inexcusable tiene que ser tratar de ahorrar gas ahora (a partir del 1 de agosto) para afrontar un invierno que no conlleve restricciones aún mayores.

También parecen razonables las orientaciones que acompañan el anuncio: sustituir el consumo de gas por otras fuentes energéticas, hasta donde sea posible, incentivar la adopción de esta medida en la industria, y concienciar a los ciudadanos para que contribuyan a su cumplimiento poniendo un tope de 25 grados para sus aires condicionados, en verano, y uno de 19 para calefacciones, en invierno.

Sí cabría demandar en algún caso, como es la vuelta al carbón, la concreción de un calendario de su utilización coyuntural, a fin de no poner en riesgo la transición energética. Los incendios de este verano son un recuerdo dramático de la necesidad de no abandonar la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, ante la evidente disposición de Rusia a utilizar el gas como un arma de guerra más, sólo queda buscar otros proveedores de gas y petróleo y adoptar medidas de ahorro energético.

El reconocimiento explícito del ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, de que los objetivos rusos en Ucrania van más allá del Donbás obliga a situarse frente a escenarios pesimistas. Por lo tanto, teniendo en cuenta las urgencias que se pueden presentar en otoño, no queda otro remedio que ahorrar energía durante unos meses si queremos evitar el colapso en cadena que supondría el cierre definitivo del gasoducto Nord Stream 1

El éxito de la recomendación de la Comisión –que los ministros de Energía tendrán que ratificar la próxima semana– dependerá de factores que pondrán a prueba a la UE y su capacidad de aunar consensos; sus ciudadanos, sus empresas y sus valores. El más relevante es, sin duda, el de la solidaridad, que obliga a todos, también a España, a arrimar el hombro, sin que ello suponga, necesariamente, penalizar a los consumidores y las empresas españolas que han estado pagando durante años por su seguridad energética, a diferencia de quienes consumían gas procedente de Rusia. La UE pasó con nota la prueba de estrés de la unidad que supuso la pandemia del covid-19 y los primeros meses de la guerra de Ucrania. Debe hacer lo propio con el suministro del gas y con la política energética en general, al menos mientras dure el chantaje de Putin. A la solidaridad hay que añadir la responsabilidad. De los ciudadanos y también de las empresas y las administraciones públicas para que adaptemos nuestros comportamientos a lo excepcional. Puede que no corresponda hablar todavía de una economía de guerra, pero sí de una guerra en suelo europeo, en la que no solo está en juego la soberanía de un país candidato, sino los valores básicos de la UE. En este sentido, las medidas anunciadas constituirán un auténtico momento de la verdad para la Unión Europea.