Opinión | Giro del Gobierno

El siroco sahariano

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Las redes sociales se han hecho eco de una fotografía que pasará a la posteridad en la historia de las relaciones bilaterales entre España y Marruecos. Veinticinco días después de affeire político entre los dos mandatarios, Pedro Sánchez reaparece sonriente sentado a la derecha de Mohamed VI, frente a una abundante cena 'iftar' y custodiados por las banderas nacionales de sus respectivos países. Un detalle que no pasa desapercibido corona la estampa: la bandera española luce invertida… ¿inoportuno error humano o símbolo de rendición? 

En 1974 España, tras la petición expresa de la ONU, apoyó la celebración de un referéndum en el Sáhara Occidental. En aquel entonces el territorio era una provincia española, uno de los últimos lugares pendientes de descolonización en el que los españoles habíamos permanecido cerca de 100 años.

Dos semanas antes de la muerte de Franco se produjo la invasión marroquí del Sáhara Occidental, conocida como "Marcha Verde". Una columna de 300.000 civiles, escoltados por militares marroquíes y organizados por Hasan II, padre del actual monarca, ocuparon ilegalmente el territorio administrado por España. La incertidumbre política que vivía nuestro país propició una semana después la firma de los Acuerdos tripartitos de Madrid entre los gobiernos de España, Marruecos y Mauritania, por los que se transfería la administración del Sáhara a los dos últimos. Unos acuerdos que fueron declarados nulos de pleno derecho por parte de la ONU en 2002 bajo el argumento de que España no podía transferir su condición de potencia administradora unilateralmente.

Cuarenta y siete años después de la invasión marroquí, Pedro Sánchez ha hecho lo que ningún otro mandatario europeo se ha atrevido: asumir como propia la pretensión marroquí de anexionarse definitivamente el Sáhara Occidental a través del plan de autonomía presentado por Marruecos en 2007. Un ejercicio de "realismo" según los dirigentes del PSOE que, siguiendo su razonamiento, nos habría llevado en la década de los 80 a asumir el conflicto armado en el país vasco como un "empate infinito", la reciente invasión de Rusia a Ucrania como otro "empate infinito" y así sucesivamente. Y es que la injusticia siempre tiende a presentarse como un “empate infinito” precisamente para perpetuarse en el tiempo. Quizás lo que sorprende a estas alturas es vernos en la necesidad de recordar que para un demócrata la virtud nunca puede estar en el punto medio entre la justicia y la injusticia. 

Muchos no entendimos por qué el PSOE se unió a VOX en la Erocámara el pasado mes de octubre para tumbar la candidatura de la activista saharaui Sultana Jaya al premio Andrey Sajarov. Una persona que en aquel entonces llevaba más de 330 días de arresto domiciliario sin orden judicial, que había sido violada repetidamente por las fuerzas de ocupación marroquíes y que, pese a todo, seguía defendiendo los derechos de su pueblo. Sin embargo, tras los acontecimientos de las últimas semanas, el giro realizado por Sánchez y Albares ha despejado cualquier duda. No bastaba con cesar a la ministra Laya y no bastaba con que España defendiera los intereses marroquíes solicitando a la UE que recurriera el acuerdo pesquero anulado por la justicia. Marruecos exigía para la normalización de las relaciones con España, el apoyo explícito a su plan para la integración del Sáhara Occidental y su rechazo al referéndum demandado por la ONU. Y Sánchez claudicó.

En encuentro entre Sánchez y Mohamed VI se ha producido en contra de la opinión de todas las fuerzas políticas que unieron sus votos para hacer presidente a Sánchez. La soledad del PSOE se hizo presente el jueves, primero en el Congreso de los Diputados y luego en la Asamblea de Madrid. El PSOE se quedó solo votando en contra de las iniciativas que pedían una rectificación al gobierno y la vuelta al marco de la legalidad internacional reconociendo el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui. Un ejercicio de soberbia impropio de un partido que parece haber olvidado que no cuenta con la fuerza parlamentaria suficiente como para gobernar lo que resta de legislatura en contra del criterio unánime de sus socios. 

Sánchez minusvaloró el efecto que su claudicación ante Marruecos tendría en la política española. Un error de cálculo que entre las filas del PSOE llaman "de comunicación", pero que por encima de todo es de fondo político. Y por eso despierta la conciencia del pueblo español, que se siente humillado porque un gobierno democrático acepte el chantaje de una monarquía medieval, y que ello termine convirtiéndonos en un país poco fiable que no respeta las reglas del juego. Y parafraseando a un Mariano Rajoy muy aplaudido por el PSOE en relación a esta cita: "fuera de la Ley, nada". La equidistancia entre quien viola el derecho internacional y quien es víctima de tal violación es políticamente errónea y moralmente despreciable.

Si Sánchez no se aviene a parar y reflexionar sobre sus decisiones, al autodenominado gobierno más progresista de la historia se lo puede llevar por delante el siroco sahariano. Y francamente, nadie podrá decir entonces que la responsabilidad del hundimiento fue de la división de las izquierdas, del auge de la extrema derecha o del perro que se comió los deberes.