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El Madrid de los bares audiófilos, la meca para los amantes de la música y el sonido más exquisitos

Una ruta por el último fenómeno urbano: locales que cuentan con equipos domésticos de sonido que pueden alcanzar decenas de miles de euros, y donde la música y su calidad sonora, más que escucharse o bailarse sin más, se saborea con calma. Siempre en vinilo

Mesa de mezclas 'vintage', platos Technics de la serie 1200, amplificador de válvulas McIntosh y, por supuesto, solo vinilo en el restaurante japonés y audiófilo Mateo Honten.

Mesa de mezclas 'vintage', platos Technics de la serie 1200, amplificador de válvulas McIntosh y, por supuesto, solo vinilo en el restaurante japonés y audiófilo Mateo Honten. / Xavier Amado

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Hay una cierta mística en la luz azul que emana de los vúmetros de un amplificador McIntosh. Ese azul acuoso es la seña de identidad de una máquina que quizá sea el más anhelado objeto de deseo de los aficionados a la alta fidelidad. Una tribu poco numerosa, pero creciente, formada por gente dispuesta a gastarse en el equipo de música de su salón lo que otros se gastan en un coche. Para no iniciados, explicaremos que un amplificador es un aparato, hoy en desuso por culpa de los altavoces bluetooth, que permite que una señal emitida por una fuente (un tocadiscos, un CD, un smartphone...) se convierta en el sonido que acaba saliendo por los altavoces de toda la vida. Y los vúmetros son esos dos indicadores retroiluminados en los que unas pequeñas agujas dan cuenta de la potencia del sonido como si se tratase del velocímetro de un coche, moviéndose al son de la música.

En la sala Tempo, a pocos metros de la Plaza de España de Madrid, esas hipnóticas luces azules son cuatro, porque no hay un amplificador McIntosh, sino dos. En concreto, dos etapas de potencia Mc 2205, un aparato legendario de la marca americana que en el mercado del audio de segunda mano ronda los 5.000 euros la pieza. Debajo de estos, dos son también los amplificadores monobloque de otra firma mítica, la japonesa Accuphase. Todos ellos son de los años 70, la edad de oro de la alta fidelidad. Como también son vintage las dos gigantescas cajas (altavoces) Tannoy que flanquean el botellero que preside la barra, o los más pequeños y antiguos Altec Lansing que dan sonido a la zona de ‘living’, donde están las mesas altas. Este lío de términos y marcas, que a muchos sonará a chino, es pura pornografía para los aficionados al sonido, que tienen en este tipo de locales que se van multiplicando en las grandes capitales del mundo, y que también lo están haciendo en Madrid, su propio Shangri-La. Son lo que aquí llamaremos ‘bares audiófilos’, pero que también son conocidos como ‘HI-FI bars’ o ‘listening bars’.

Roberto 'Tempo', delante del impresionante 'rack' de amplificadores McIntosh y Accuphase de su local.

Roberto 'Tempo', delante del impresionante 'rack' de amplificadores McIntosh y Accuphase de su local. / Xavier Amado

“La combinación de Altec y McIntosh fue la que se utilizó para amplificar los conciertos del festival de Woodstock de 1969”, cuenta orgulloso Roberto Rey, más conocido en el mundillo musical como Roberto Tempo. Aparte de estar metido en otros mil fregados musicales, este lucense instalado en la capital desde hace años decidió montar, recién terminada la etapa más dramática de la pandemia, el primer bar audiófilo de Madrid en el local donde ya tenía un bar ‘normal’ con un sótano en el que se ofrecen conciertos y sesiones de clubbing.

La combinación de Altec y McIntosh fue la que se utilizó para amplificar los conciertos del festival de Woodstock de 1969”

Roberto Rey

— Fundador de Tempo Audiophile Club

Para hacerlo, se embarcó en una monumental obra de aislamiento acústico y nueva decoración de su planta de calle, a la que trasladó la que ya era su pasión en casa: el sonido más exquisito con aroma vintage. La mesa de mezclas, una Bozak que todavía hoy se sigue fabricando de manera artesanal, era la que utilizaban clubes de los 70 como el Studio 54 de Nueva York. Y para sacar el sonido que solamente escucha el DJ tiene escondido, debajo de los platos y entre cientos de vinilos, un amplificador Sansui, otra marca japonesa que, aunque dejó de fabricarse hace una década, sigue siendo la referencia de un cierto tipo de sonido (el celebrado “sonido Sansui”) que los aficionados a la alta fidelidad persiguen a lo largo y ancho del mundo. Este tipo de joyas no se suelen comprar en tiendas, sino directamente a otros aficionados. Las de aquí proceden de Marbella, de Barcelona o de O Grove (Pontevedra). Rey asegura que ha llegado a hacerse mil kilómetros en un día y quedar en gasolineras en medio de la nada para comprar alguna de ellas.

La barra del Tempo Audiophile Club, flanqueada por las cajas Tannoy de los años 70.

La barra del Tempo Audiophile Club, flanqueada por las cajas Tannoy de los años 70. / Xavier Amado

Origen japonés

Los bares audiófilos tienen su origen en los jazz kissa japoneses, un tipo de locales que comenzaron a aparecer en Tokio hace aproximadamente un siglo y que estaban consagrados al jazz, pero no a su interpretación en directo, sino a su escucha en grabaciones discográficas, por entonces bastante primitivas. El fenómeno se expandió sobre todo en los años 60 y 70, muy ligado a las gigantescas innovaciones que se produjeron entonces en los equipos de sonido. En los jazz kissa, que ahora viven una nueva era dorada con el resurgir del vinilo, la música es protagonista, no un mero acompañamiento de fondo. El público va a escucharla con cierta atención, los locales tienen sus propios fondos de discos en vinilo y en la carta mandan los cócteles. La probable decoración en madera y la luz tenue ayudan a generar ese tipo de atmósfera que se asocia tradicionalmente al jazz, y que es la que manda en locales como Spiritland, establecimiento londinense que vendría a ser la madre de todos los bares audiófilos del hemisferio occidental.

GOTA Wine, otro de los bares audiófilos de reciente apertura en Madrid.

GOTA Wine, otro de los bares audiófilos de reciente apertura en Madrid. / Xavier Amado

Es precisamente jazz, y sus ramificaciones afro, nu-soul, disco y todo tipo de músicas negras lo que suena habitualmente en Tempo, donde los fines de semana se alternan a los platos (por supuesto, Technics de la serie 1200) el propio Roberto y DJs clásicos de estos estilos en la capital como Carlito Groove, Javi Bayo, Jesús Bombín o Miguel Sutil, pero donde el resto de días también hay música de calidad para masajear los oídos mientras se apuran sus cócteles y una interesante carta de picoteo.

En Los33 los vinilos y el equipo de sonido imprimen carácter a uno de los locales de moda en Madrid.

En Los 33 los vinilos y el equipo de sonido imprimen carácter a uno de los locales de moda en Madrid. / Alba Vigaray

También son esos sonidos los que mandan en GOTA Wine, un bar de la calle Prim, en la privilegiada zona de Salesas, donde otro amplificador Sansui deja claro, desde que se cruza la puerta, que aquí también se apuesta por el sonido exquisito. Lo mismo que pasa en el vecino Los 33, quizá el bar/restaurante más de moda de Madrid, donde un impresionante muro de vinilos y dos enormes altavoces JBL hacen de marco visual y sonoro para disfrutar una carta en la que manda la carne, que por algo sus dueños tienen conexión uruguaya.

Una grupo de amigos cena en Mateo Honten bajo uno de los altavoces construidos por Devon Ojas en Brooklyn.

Una grupo de amigos cena en Mateo Honten bajo uno de los altavoces construidos por Devon Ojas en Brooklyn. / Xavier Amado

No muy lejos de allí, en Mateo Honten, un restaurante japonés con coctelería recién abierto en la calle San Mateo, apuestan también por McIntosh, aunque con un amplificador actual, no vintage, y de válvulas: este tipo de sistemas, dicen, proporcionan un sonido más cálido. Su precio, nuevo, ronda los 10.000 euros. El local es la sucursal en Madrid del imperio de Edo Kobayashi, un empresario japo-mexicano que posee restaurantes ‘audiófilos’ en varias ciudades del mundo. A Kobayahsi, que fue un importante mánager musical en México, y a sus socios en este proyecto, Picho Toledano y Rafa Villegas, les unía la pasión por el sonido y la música. Lorenzo ‘The Flying Robin’ es el ‘selector’ (en este tipo de locales suelen preferir este término sobre el de DJ) que pincha aquí cada viernes y sábado, exclusivamente vinilo. Noches que empiezan con ritmos tranquilos durante la cena y terminan con el público bailando hasta más allá de las 2 de la madrugada los compases que brotan de unos altavoces artesanales construidos en Brooklyn por el ingeniero Devon Ojas. Con su madera clara y un sonido límpido, la sintonía es perfecta con la barra japonesa que es el corazón del local, y donde varias personas se afanan en moldear con delicadeza nigiris y temakis. Porque aquí el "hecho a mano" no solo manda en lo que se come, sino también en lo que se escucha.    

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